RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

jueves, 26 de noviembre de 2015

PESPUNTES DE RECUERDOS


PESPUNTES DE RECUERDOS



La sastrería gozaba de una salud espiritual insólita que hasta los ovillos entendieron; padre animaba al tedio con cada viñeta de vida, de esa vida de humor gastado propio solo de él, que, con tanta espontaneidad y refresco de sabiduría, se humedecía en los labios abiertos de la veintena de costureras amables que deslizaban su mocedad por aquel hábito de crecer entre hilos y sonreírle al placer de una convivencia feliz, sin pronósticos de desahucio.
Y en aquella entretela, aún niños, jugábamos a todo; éramos hermanos Juanita, Simón y yo, y cada una de las mozuelas que componían el elenco de artistas de nuestro teatro y cada uno de los espectadores del mercado que venían a aplaudir y columpiarse en los tenderetes de los trajes nuevos que se fabricaban a modo de perfección. Reinábamos un paraíso hecho a nuestro antojo, casi todo era jugar, cortar telas pequeñas, refunfuñarnos, oír los di-retes de los mentideros de la concurrencia, oler la plaza a pescado y frutas, revolotear confundidos con la idea de la felicidad de niños y volver a la cama soñando con el futuro cierto del día siguiente.
Un soplo de ingenio nos rescató a mi hermano Simón y a mí, algunos años después de haber muerto la niña Juanita, y nos llevó sorprendidos a otear un horizonte de mar, apenas cruzar el paso de Corrales en canoa y atravesar campos solitarios, dejándonos caer en el Seminario de Huelva, un lugar que nunca fue un sueño y se formó poco a poco en crecida realidad. Fuimos con más ilusión que ropas y aquello, a primera vista, nos pareció otro paraíso; aquello, tan grande, pasillos interminables, campo de fútbol, frontones, compañeros, todo se nos convirtió en un lugar protector, con garantías para nuestro proyecto de vida, pensado a la manera de niños de pocos años. Aquella idea fue creciendo y nuestros deseos y nuestras conformidades y nuestras esperanzas también crecían a la vez que el cuerpo. Sorprendente desde la primera luz del día hasta el último toque para el descanso. Aquello se parecía mucho a la felicidad que nunca habíamos buscado o aquello podría ser la felicidad que estábamos buscando.
La formación académica y la formación humana se unían en un estudiado complot para hacer rosquillas de espiritualidad desde cualquier actitud, la vida de un internado religioso no podía ser de otra manera; a donde nosotros fuímos, mi hermano Simón y yo, era el lugar perfecto para la formación y la educación y era el lugar perfecto para aprender convivencias, teorías de todo, deporte, capacidad de reflexión, etc. Era lugar único, privilegiado, lugar deseado por la inmensa mayoría de los chicos de aquella edad y por los padres.
Cuanto de allí obtuve de beneficio real sería interminable rememorarlo pero se me quedó una especie de conocimiento estrella, que ha marcado mi postura y ha creado mi estrategia de vida. Primero he de referirme a la bondad; porque el patio nos era bondadoso, porque aquel escondido misterio de no sé qué dios, era bondadoso; porque allí se estudiaba bondad y el mundo lo componíamos nosotros mismos a base de la inocencia de la bondad. Los hombres que nos cuidaban ejercían su bondad en los pasillos y los profesores traían la bondad a las aulas, el primer paso estaba conseguido con este imprescindible valor, medio aprendido medio inyectado en los genes.
Pero eran muchas las estaciones por recorrer y larga la travesía. Aquello se me convirtió, de inicio, en una enorme caja de sorpresas, todo me abstraía del mundo conocido, todo me era nuevo, genial y sorprendente, cada partícula se me clavaba en los ojos y se me difundía por esa noble verdad que un niño busca en cada tiempo. En mis estrellas, puestas ahora en lo más digno del pensamiento, están los compañeros; la ilimitada facultad de nosotros para hacernos entender y querer, éramos un universo disimulado porque se resumía en una sola generación. No importaban los cursos, los mayores trataban a los menores con respeto y los menores trataban a los mayores con admiración. Con tales premisas el mundo aquel, cubierto de internamiento, era más palacio que encierro, era muy poco cruel, más ventana que puerta; era, ciertamente cónclave de estancia pero obtenido del compromiso de bienestar que cada uno ponía a la convivencia.
El conocimiento adquirido ha servido de todo, como un disco duro de eterna permanencia; los modales y formas se configuraban estudiadas hasta para sonar mocos; era imprescindible saber sentarse, saber dormir, saber usar los cubiertos en la mesa, saber guardar silencio y saber hablar; todo lo módico tenía una importancia extrema y todo lo entendido en el mejor orden de la educación tenía pre-valencia en la enseñanza.
Quizá, ahora que hacemos memoria viva de todo lo guardado, cada misticismo y cada minúscula parte de todo lo experimentado, está impreso en la genética y ha sido factor decisivo en el comportamiento posterior; en todas las facetas, en todas las gamas de momentos que sucedieron a los principios del seminario, he tenido ocasión de actuar con la ejemplarizante referencia que aquellos hombres dejaran en mi estado. Soy un claro producto de una educación religiosa pero abierta, mística pero comprensiva, tenaz pero satisfactoria. Soy un clamor dentro de mí que me inclina constantemente a producir en métodos la excelencia aprendida. Y aunque no siempre se consiga, ahí estamos en continua instauración de la verdad, quizá con muchas dudas pero con mucha libertad para tenerla.
Es mi visión genérica sobre un tiempo de mi vida que me valió la formación de la otra vida; existe en mí un alto grado de buena voluntad porque me deslizaron por el alma un elevadísimo grado de verdad.

Ramón Llanes Domínguez. Enero 2014. 

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