RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

jueves, 9 de marzo de 2017

LA MUJER DEL CHAL CELESTE

 
LA MUJER DEL CHAL CELESTE.



Corrían otros tiempos. Y no volveremos a insistir en que cualquier tiempo pasado fue mejor porque nunca estuvimos convencidos de ello; más bien nos acercamos a lo contrario. Pero es la vida y sobran siempre razones para apuntarse a una u otra opción.

-Ya ves, hoy ni me ha mirado; ayer me quería con locura, mañana, ni se sabe. Tiene esa facultad especial de olvidar las cosas y el amor, de perderse a sí misma y de encontrar a quien no desea. Tiene ese don de no comprender donde empieza el mal y termina el bien; lanza su sonrisa en tono seductor y hasta las estrellas le advierten su importancia. Así conforta o castiga, según le venga en gana.

A las seis de la mañana, en pleno anuncio del calor, descendió de cualquier vehículo con los ojos manchados de noche y la boca oliendo a besos, apartó las manos del chal celeste para dejarlo en el asiento de atrás, acarició sin mucha atención la cara juvenil de su acompañante y subió a la acera haciendo sonar los tacones y tarareando la canción del sueño. Al abrir la puerta de la casa oyó un susurro de viento en el salón y observó que una luz medio dormida dejaba huellas de claridad en la estancia. Un hombre la esperaba en silencio mirando fijamente el ventilador del techo, intentando no disimular que llevaba más de dos días en aquella espera, temiendo que nunca llegara. Los dos se estremecieron. Sin ocuparse de los tacones ni del chal celeste se besaron odiando las palabras, dejándose ambos las marcas del deseo.

-Apenas sabe mi nombre ni donde vivo; ella es así, tiernamente desconcertante, imaginariamente despistada, pero conoce bien los lunares de mi espalda, los besos que me gustan, la forma de acariciarme; qué me importa lo demás.
-Hemos llegado, esta será tu casa durante los dos próximos meses. Las ventanas no miran al mar y desde ellas nunca podrás ver un atardecer pero te aseguro que estudiarás a pleno placer esas oposiciones. Te deseo que seas feliz en este hogar, de ti también depende.

El chal celeste había caído junto a las zapatillas y todo allí se consolaba con la profundidad de los sueños. Hacía calor y la primera en despertar, ella, preciosa a pesar de la apariencia del descanso, descorrió las cortinas al tiempo que en la ventana de enfrente una chica joven y morena permanecía fijamente observadora. Un gesto de saludo fue el único medio de entenderse a través de los cristales cerrados.

-¡Marga, Marga¡.

El hombre de la noche anterior acababa de entrar en el mundo de los vivos y la casa era un desierto; Marga se había trenzado su chal celeste al cuello fino e instantes después desapareció dejando solo la reminiscencia de una noche de amor y media colilla de tabaco rubio aún semiencendida en el cenicero del comedor. El carmín grabado en la taza de café y la cerradura sin echar. Era su casa y era su hombre pero era ella antes que nadie. Y olvidaría los besos y los ojos grandes de Pedro y la misteriosa manera de hacerse el amor y a la chica de la ventana; solo recordaría que corrían otros tiempos y que sus cosas siempre permanecían en ella, nunca sus sentimientos.

Y treinta años después aún colgaba de su lindo cuello su amado chal celeste.





Ramón Llanes.
2-8-02.

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