UN
LEVE TOQUE DE RESPETO.
Nunca llegaron a entender el absurdo
enamoramiento de ella; en casa hicieron vista larga por no practicar artes
funestas e insidiosas, los padres tosían con pudor cuando fuera posible
detectar otra presencia. Ella, compuesta y equilibrada, diplomas en el bolsillo
por docenas, sentido estricto de la dignidad, generosa y ordenada, ganó su amor
a costas de su hermosura y con la mujer que le entrara al fondo del espíritu
con las máximas garantías . Empezaron vida privada y luego social, comparecían,
(comparecen) al escenario de la calle haciendo valer su condición sin
ocultaciones ni aspavientos, se creen lícitas merecedoras de disfrutar de la
sociedad con el mismo derecho que el resto del personal, lo saben y lo ejercen.
Anoche el restaurante presentó
cierta concurrencia y a los postres se permitieron, ellas, ofrecerse un
discreto beso entre la conspiración de sus armonías sentimentales y la fuerza
del deseo aguantado. Aún subía el humo del primer cigarro cuando el maitre les
invitó abandonar la sala donde consumían su trance; algún cliente presentó
quejas por la deshonrosa actitud de las chicas y otros apoyaron la inmediata
expulsión sin posibilidad de defensa.
En situación así conviene hacer el
más exagerado mutis no por la vergüenza sino porque a este tipo de
establecimientos no se les puede otorgar ni siquiera los beneficios de la duda.
Es normal, incluso que el propio señor que iniciara la propuesta cenaba en
claro estado de amantía con amiga de todas sus intimidades.
Castigaba quizá el uso de
pantalones, la ausencia de carmín, el pelo corto, el beso amoroso, las
protusiones varoniles o apenas el color del zapato; todo aquello castigaba la
moral de los esquemas sociales tan fundamentados en las razones de lo bueno y
lo malo. La otra relación, hombre-mujer, aún en calidad de furtivos, suponía
para los presentes el valor enorme de la conquista en machihembradas costumbres
imposibles de destruir. No había tiempo para más, saltar el umbral, cerrar la
puerta con un golpe seco y besarse nuevamente antes de salir , esta vez con
alevosía y descaro. Y lo hicieron en señal de una reivindicación sensata y
honesta pero no había tiempo para más.
La cena, a bien decir, fue poco
sabrosa; el ambiente careció de personalidad y la decoración (paredes de azul
mediocre, columnas imitando decadencias griegas, cortinas con flecos
chillantes) recordaba el sueño de un encantador de horteradas venido a más
después de su modosa tienda de vender comidas banales.
Por otoño oscurece antes y la calle chispeaba
lluvia, ellas volvieron sin remilgos y esta vez con carmín muy rojo sanaron su
osadía con una réplica en la pared ante el asombro de los comensales. “Un leve
toque de respeto”, escribieron con letras enormes en el salón principal del
restaurante.
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