RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

domingo, 15 de diciembre de 2013

JACHAS


JACHAS.


       Se presumen fríos, escarchas y carámbanos en las tierras asustadizas del Andévalo. Es costumbre quemar maleficios y limpiar el aire, implorar presagios nuevos en invocaciones de fogatas, como solicitando pureza. El fuego podrá con todo. Se hacen por los niños las jachas de pelatas y ramajos en una cómplice comunión con la estación y con la vida. Llega el ocho de diciembre inmaculado y pórtico y el fuego persiste en la historia como buen acólito de los ritos que precisa la sed de convivencia.

          Canciones de Navidad reconfortan el paraje pleno de silencios, agolpado de gentío, caras al fresco de la noche echando candor, hasta los ingenuos. Eran, -antes-, las viejas con pandereta y almirez, las primeras que asomaban la valentía y luego la concurrencia asediaba el entorno, con una máscara de mantecados y el anís en los labios. Las viejas plañían y cantaban a un ritmo neutro que recordaba todas las fiestas del año y cambiaban sitio cuando el calor de la hoguera levantaba chispas. Ahora no es distinto, por suerte. Siempre fueron los niños, -ahora también-, los acopiadores de leña, los arquitectos de la jacha, los inquietos que obligaban a los mayores. Siempre los niños, cansados o despiertos, traviesos e intranquilos,  quienes nos metían en la órbita de aquella interna majestad de la tradición.

          Aún, en estos albores de ciencias, los pueblos del Andévalo se pierden una noche de frío por los sabores plácidos de las esquinas que acogen la imprescindible advocación a los dioses intrépidos y a los dulces ardientes que se consumen en las ristras de algarabía de los niños y a la sordidez del templo oscuro de la noche poco acogedora de diciembre. Son los vicios sabidos que, sin ocultar, enseña la confabulación con la tierra.

          Cuando los troncos y las pelatas se conviertan en recuerdo de cenizas y el humo último cierre la página de la jacha, habrá quedado en la conciencia un resquicio de bondad por el deber cumplido, por contribuir a los sueños relicarios de la  naturaleza y también por sentirse el alma más en consonancia con la época. Un adiós será a los malignos, a la suciedad del aire, a los renglones torcidos. Y será una bienvenida de fuego a los advenimientos próximos, al tiempo generoso, a los propósitos de enmienda, a los cánones de la costumbre, al digno manjar de las felicidades, a las tareas que sobrevienen con el año, a todas las paciencias que deja el deseo del Andévalo.



 
                                                    Ramón Llanes.

 

 

 

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