Benito A. de la Morena. 

Hoy todo el que puede se atribuye una intelectualidad etérea, vidriosa, yo diría que casi esotérica, pues parece que autoapedillarse “intelectual” es un ligera distinción que la gente valora, especialmente porque se nos viene a la memoria la Generación del 98 y otras excelencias parecidas, pero la verdad es que hoy, atribuirse intelectualidad, es muy fácil, basta con ser algo progre y frecuentar determinados sectores del placebo y ocio que nos sirve de desayuno televisivo, o integrarte en ambientes de “petit comité” en los que uno se siente “sublime” ente aplausos y sonrisas, pero de ahí, a ser un intelectual, hay una distancia que no perciben determinadas mentes que ya han sucumbido al éxtasis de su fama palaciega.
Recientemente escucho que “intelectuales” independistas catalanes leían un manifiesto… y hace poco también me sorprendía como “intelectuales” populistas del sector universitario promulgaban teorías no demostradas, es decir “hipótesis”, pue hoy todo el que tiene facilidad de palabra, le acompaña la memoria y es un poco “arrojado”, puede ser un orador, dado que en la mayoría de los círculos no se valora el conocimiento y se conforman con que les transmitan  emociones o expongan lo que desean oír. Se ha perdido el rigor y lamentablemente, hemos depreciado la ética.
Ejercer los atributos de ese renombrado apellido, es decir, ser pensador, estudioso, erudito, docto, culto….es tarea, no asociada de por sí, con la del ser famoso en cualquiera que las disciplinas que el marketing se proponga. Esos ciudadanos que el “mercado populista” encumbra, viven en la opulencia de su imagen, sometidos a un impresionante vaivén de un esfuerzo que no envidio y en ambientes que se alejan de mis preferencias, pero no dejan de ser conciudadanos a los que se respeta, enmarcados en el interesante capítulo del ocio cultural que el ser humano parece necesitar, pues echaríamos de menos sus actuaciones y actividades si no existieran, pero de ahí a concederles el grado de “intelectualidad” a sus protagonistas, hay un trecho que considero debe ponerse en evidencia.
No hace falta decir nombres, usen su memoria para recordar personajes de la literatura, política, comunicación, artistas, cantantes….  con miles de seguidores, cuyo éxtasis no es fingido porque verdaderamente sienten ese “apellido” que les hace sentirse sublimes. Tal vez sea una manera de sentir y ser feliz en su mundo y quizás no debamos desvelarles que lo sabemos, lo triste es cuando les damos premios y elogiamos, alabamos, encomiamos, enaltecemos, ensalzamos o ponderamos, les creamos el inevitable estado de gracia que a cualquier mortal le puede hacerse sentir endiosado y no sea capaz de bajar de “su” pedestal, asumiendo grotescamente el apellido que merecieron Juan Ramón Jiménez, Pemán, Echegaray, Unamuno, Valle Inclán,  Alberti, Cela o Vargas Llosa, por citar algunos intelectuales reconocidos.…
Al César lo que es del César …. dijo Aristóteles, que en lenguaje vulgar significa  “dar a cada uno lo que le corresponde”. ¡¡No lo olvidemos!!