RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

lunes, 15 de octubre de 2018

ROMANCE DEL RÍO ODIEL

ROMANCE DEL RÍO ODIEL

Despierta en Marimateos,
por la sierra de Aracena
y apenas abre los ojos,
sobrecogido se queda,
porque viendo lo que ve
piensa que despierto sueña,
cuando atónito se asoma
al paisaje de su sierra;
cuadro de tanta hermosura
no hay otro sobre la Tierra
porque no existen pintores
que tengan en sus paletas
colores tan encendidos,
ni una gama tan extensa
de amarillos, rojos, verdes
ocres, blancos y violetas
cubriendo llanos y cerros
que deja el alma suspensa
en un ¡oh! que se prolonga
una eternidad entera.
Brezos, lentiscos, quejigos,
alcornoques, madroñeras,
encinares y eucaliptos
se disputan las laderas
de los valles y colinas
que le escoltarán la cuenca,
y voces con mejor timbre
y mucho más lisonjeras
que las que citó Pavón
en “Voces de Ruidera”
le dicen: < la madre Naturaleza
te ha otorgado sus favores
para que siempre te sientas
como el mejor de los rios;
presume de tu nobleza.
Urius fuiste para Roma,
no cabe mayor grandeza
que aquella Roma imperial
un nombre así te pusiera
y a tus mágicos encantos
como esclava se rindiera>>.
Al escuchar tales voces,
el río Odiel despereza
su fino cuerpo de plata
y recuesta su cabeza
sobre los misterios cámbricos
de las milenarias piedras
que han de marcarle el camino
para llegar hasta Huelva,
y orgulloso da un rebrinco
para bajar una cuesta
dura, escarpada y agreste
donde acechándole esperan
cuadrillas de sinsabores
para inyectarle en las venas
sus acuíferos venenos,
pero el Odiel los acepta
porque sabe que sus aguas
han de sufrir esa afrenta,
para que pueblos vecinos
pongan pan sobre sus mesas.
Y sigue su discurrir
saltando de peña en peña,
mezclándose con el cielo
que en sus aguas se refleja,
un cielo que le abanica
con águilas y cigüeñas
y baja a vestirle el cauce
con sus más preciadas prendas,
prestándole el sol de día
y de noche, las estrellas
y en fiestas muy señaladas,
la luz de la luna llena.
Para entonces ya su curso
ha iniciado la carrera;
después cruza el rubicón
del puente que le presentan
dos pueblos al alimón:
Calañas y Zalamea,
un puente que necesita,
cuando el Odiel lo franquea,
mirarlo con cinco ojos
para ver tanta belleza.
¡Ay! quisiera detenerse
unos minutos siquiera
para probar cierta agua
con fama de panacea,
un agua que es aguardiente
que quita todas las penas
con sólo tomar un buche;
bien está la competencia.
Pero el Odiel no se para;
corre, salta y regatea
y se faja con la faja,
faja piritica ibera:
San telmo, Valdelamusa,
Cueva de la Mora, Cueva,
Sotiel Coronada, Tharsis,
con el río se cartean
escribiéndose requiebros
a través de las arterias:
Escalada, Santa Eulalia,
El Villar, Oraque y Meca,
que transportan la pasión
de sus entrañas mineras,
con fandangos del Andévalo
que hasta el cielo los corea.
Mas tarde el Odiel se ablanda
y más que correr pasea
por ver en Gibraleón
la feria que tanto suena,
y luego, poquito a poco,
se va metiendo en salmuera
y le aumentan su caudal
levaduras de mareas,
porque quieren codearse
con marismas sus riberas,
y en Huelva el río aparece
con vocación marinera,
pero se siente atrapado,
como nunca lo estuviera,
entre parajes y fabricas,
que son dos frentes de guerra;
uno le ensucia las tripas
y otro lo mete en conserva;
cada cual mira por él
sólo según le convenga,
pero ambos lo esclavizan
atándolo con cadenas;
es por la izquierda industrial.
En cambio, por la derecha
se convierte en patrimonio,
dicen que de la bioesfera,
pero tanta es su desgracia
y tanto lo manosean
que ha pasado de ser libre
a ser como una ramera.
¡Ay!, Odiel ¡ay! cuánto añora
a sus barquitos de vela
que se calafateaban
con la estopa y con la brea,
y al Pellizcón que traía
de Punta Umbría la almeja,
y a los carros que cargaban
en la bajamar la pesca,
y al balneario La Cinta
mirándolo desde tierra,
y a la calzada poblada
de eucaliptos y palmeras
que siempre le acompañó,
como una fiel compañera,
desde el gran muelle de hierro
que construyera Inglaterra,
-- para andar sobre las aguas
como Cristo, según cuentan --
hasta la Punta del Sebo
donde el río Odiel se encuentra
con su hermano el río Tinto,
a los pies de la señera
estatua del almirante,
y a su sombra parrafean;
a veces, ríen de gozo
y, a veces, lloran de pena,
pero siempre se resignan
porque Colón los consuela,
que el marino sabe mucho
de singladuras extremas,
no en balde cruzó los mares
a bordo de carabelas,
por eso Colón les habla
con la voz de la experiencia:
< que el pasado nunca pueda
robaros este presente,
este sitio que contemplan
vuestros ojos de esmeralda.
Mirad con el alma atenta
y contad a donde fuerais
que hay un lugar de leyenda,
un lugar llamado Onuba
donde el prodigio se asienta,
como un barco fondeado,
en el mar de la epopeya
más grande y universal
que la humanidad recuerda,
donde están los entresijos
de la gloria primigenia.
Contad, también, por el mundo
que en vuestras aguas navegan
idílicas resonancias,
más fuertes que las querencias
antiguas y seductoras
de los cantos de sirena
y si eso no bastara
escuchad lo que aconseja
la voz del pueblo, en dos frases:
“no hay mal que por bien no venga”
y “pelillos a la mar”,
que la mar ya está muy cerca>>
y los dos ríos se van
hablando una misma lengua,
con el blanco y el azul
ondeando en su bandera.
¡Adiós, hermanos de sangre
de la mítica “TARTESSIA”!,
que vuestra épica historia
en la mar no se disuelva.
Marchad con el viento en popa,
Soltad cabos, largad telas
y la virgen de La Cinta
que os acompañe y proteja.


Pedro Duque Pavón.

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