No toda rebeldía procede de la inmadurez. Existen rebeldes toda la
vida, como existen románticos toda la vida; ahora, tiempo de inquietud, la
rebeldía llega desde el tono inteligente y pensado, reflexión madurada del ser
que observa la limitación de su tiempo para dedicárselo a sí mismo; no es el
trabajo pilar tan determinante en la edad tardía. Y se busca el júbilo, se
añora el tiempo (aunque luego se desperdicie), el ocio como fin y no como
medio, el placer de poseer el tiempo, el confort de discernir con absoluta
libertad.
Así lo han hecho muchos amigos que apenas pisar la raya de los sesenta han puesto cerco a su
actividad para verle la otra cara a la vida. Algunos por otras causas
relacionadas con los sistemas de crisis alcanzaron dicha meta en edad más baja.
Ha sido el júbilo, etapa hecha, deber cumplido; comienzo de una singladura a descubrir.
Rebeldía, entonces, a las disciplinas y al fragor, apuesta por la independencia
y los desates. Ese logro de la vida detrás del trabajo. Se consigue un nivel y
una calidad envidiables, dicen unos; se le ven los ojos a los aburrimientos,
dicen otros. El júbilo se prepara con las herramientas del ajetreo, dicen los
expertos. Ese premio que se hace más disfrutable cuanto más merecido, que
alegra o irrita, según a quien toca.
La edad rebelde no buscada y consentida, edad desde donde el tiempo es
ovillo decreciente, desde donde apenas se ve la parsimonia, edad rebelde por
hacer, por aplicar conocimientos, por dejar las cosas bien hechas, edad para
consolidar el proceso del amor en todas sus corrientes. Edad grande pero
rebelde con el tiempo.
Ramón Llanes
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