LA ESPAÑA DE CHARANGA Y PANDERETA
Definió
Machado su España y puso su tilde de rechazo, entendió que la charanga fuera
frivolidad y que la pandereta metáfora de irresponsables “alegre pajarillas”
que se hacían la vida con el menor propósito y la mayor holganza. No debió
estar equivocado pero tampoco en pleno acierto, que de charanga mucha cultura
se hizo y con pandereta mucha pena se disipó. Allá las cosas,- en siglos
distintos-, la función parlamentaria escaseaba y ahora rebosa; en diecisiete
autonomías, un parlamento y un senado, a cual menos efectivo, el cursor del
diálogo bajuno es premio de a diario y los grandes debates y los buenos
discursos son telarañas de la memoria.
El
hemiciclo andaluz presenta convulsión en raudales donde se despachan las burlas
como rosquillas de feria y donde se frecuentan descalificaciones al por mayor;
si es permisible la falta de respeto entre elegidos se rompen los criterios y
caduca la filosofía que hizo de un parlamento lugar de entendimientos y foro de
educación. Es esa la charanga reprochable, la que vulnera principios de
compostura, la charanga de los pancistas de turno que utilizan su cuota de
poder para un bien poco común; esa es la pandereta golfa, la que toca solo al
son del mando, la que hace ruido y nunca música, la pandereta que los zafios
traen a la intolerancia para cubrirle con juncias de estraperlo e insidias. Si
es permisible el quebranto de la ideología del respeto, para nada valen la
elección, la democracia y las largas sesiones entre risas y mofas.
Cuando
los unos y los otros sean signos de ejemplos y prestigien la política se dará
luz al primer discurso de la oda a la decencia y al decoro; mientras se oigan desdenes
como “quien no te conozca que te compre” o “nena tú no tienes ni puta idea de esto”
, seguiremos estando en las antípodas de la meta. No, voceros; no, cínicos; no,
engañosos. Al universo limpio de esta comunidad de charanga culta y pandereta
lírica, pónganle obligatoriamente, ética y excelencia.
Ramón Llanes
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