RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

viernes, 28 de marzo de 2014

EXALTACIÓN SAETA


                      

                                    EXALTACIÓN DE LA SAETA
 
(DEDICADO A RAMÓN LLANES BAQUERO
ALUMNO Y PROFESOR DEL COLEGIO MARISTAS
DE HUELVA DURANTE 46 AÑOS)


PREÁMBULO.-

 

          Mi primo hermano, Ramón Llanes Baquero, merecía estar aquí. Porque aquí estuvo siempre, porque aquí aprendió, jugó, amó y enseñó. Porque Ramón es un símbolo marista, un testimonio de verdad y grandeza, un ángel custodio de estos enjambres de niños y de todos cuantos tuvieron el privilegio de tenerle.

          Mi primo Ramón es una esencia viva del deber bien cumplido, de la fe propagada, del conocimiento bien transmitido. Y ahora, mereciendo estar aquí, lo ha perdido un rato la materia, su cuerpo se colapsó de misterios y se durmió, dejándonos un crespón negro en todo el dolor, en toda la posterior vida que nos legaba.

          Mi primo Ramón ha puesto su grandioso espíritu entre los pensamientos de esta tarde y está, merecidamente, dándonos a todos la penúltima lección de bondad.

          Primo Ramón: hagamos sonar juntas nuestras guitarras, cantemos las coplas de siempre, así “la chiquetita, la chiquetita”, caminemos, primo, con ellos, con Gregorio, Dolores, Juana, Pepe, María San Marcos, así: Virgen de Coronada, “la chiquetita, la chiquetita”. Por tí.

 

EXALTACIÓN.

 

          Cuando los palios bailan en escenarios de calle, cuando el velorio desentraña la fugacidad del tiempo, entonces son las horas cómplices de los ritos. Todos los pedestales en grande y en pequeño transitan asfaltos quemados, unos tras otros, semana y dios, entre devociones y saetas. Suben los arrepentidos escaleras de calvario. Y el Dios inmenso baja a las manos y a los labios primero en la sacristía, luego a cualquier corazón que ofrezca hospitalidad.

 

          A los santos muerden remordimientos y aconsejan la semblanza adecuada para cuando llegue una pasión cruenta no entendida. Ellos no se atreven a fumigar con incienso los sitiales de los cofrades, no se lloran, no se amontonan en los retablos pero se ajustan al deber de la santería, cumplen normas de apaciguar y calientan paces con cirios de luna. Es hora, en  la sangre de mi tierra, de malvas azucaradas, amarillos fuertes en oro, penitentes, pasos como tabernáculos, hervor de sahumerio, canción de penitencia y súplica de confesionario.

 

          Para colmo la primavera ha reventado los azahares y los cielos se asoman para tocar los terciopelos. Con peinetas acusan seriedad mujeres de ojos abiertos y dejan, incluso ahora, garbo y belleza. La procesión es la majestad del hermano, a ella  inclina una labor de presencias para dedicarle estética  al  anónimo del capirote y al nazareno.

 

          El pueblo perdonador no hace especial memoria de la pasión, la hace esplendorosa, sin  culpa de dolor, ajustada ya por los siglos al momento nuevo. Renacer, resucitar más de lo debido, entretenerse con Él en su mandato, hacerle ascos al temerario ardor que trae el  odio. Los santos están en la misma fila que las hermandades, las protegen, se protegen entre ellos como sanadores. Semana de Dios, semana del hombre en mi tierra clara, clareada por los placeres en las llevanzas, en las caras, en las levantás, en los sudores costaleros con sabor a madera y a barnices de abajo. El pulso y la fuerza son mezclas y los gritos son alabanzas y vítores que para algo se muere y se resucita.

 

          Semana de nacer al palpitar del rezo; con bondad Un Todopoderoso atiende y mima la fe de los redentores de mi tierra que son los dioses del asfalto y que hacen genuflexiones en cualquier esquina.

                                                                            

 

El cirial trae la luz y la revienta

entre el sombrío pedernal que calma,

el cirio es más redentor que alma

en un sufragio que el rezar inventa,

los hombres son las luces que se inquietan

que acaloran la frialdad del alba,

Onuba es el pueblo que levanta

un palio y al todo del rezar se presta

y hace que la pena sea esperanza,

que los silencios, acordes que suenan,

que los niños sean clarín de esperas,

que las madres  imágenes de santas,

que dios esté atento y permanezca

como melodía de saetera

y  tercio musical de quien la canta.

La voz rompe el gemir de la garganta

cuando a plañir la procesión se eleva

porque el Cristo en el dolor es queja

y la cruz es la fuerza que quebranta

la sinrazón del hombre que se aguanta

su llanto hasta dolerle la saeta

como duele el cantar de la taranta.

 

 

          El fugaz regocijo se despeina en las sombras del camino eterno, los cirineos asumen el guión de la entrega hasta convertirse el solsticio en la crema de angustia que desnivela los pecados y divierte al dios que se invoca. Ay, nazareno hombre, semblante de la soledad y crespón de inocencia, quéjate de la felicidad mas nunca del dolor; quéjate de la vida mas nunca del camino del calvario, que la meta es aquella alta, de cuesta empinada y balandros sueltos que te esperan para destinarte a la gloria que tú solicitas.

          La paz se ha hecho en el bagaje de los contratiempos, solo queda el recuerdo de la luz, sola la luminaria de los tiempos que se hacen con Dios excelencia de pródigos, cuando tímidamente suena la melancolía de la saeta.

 

 

          Ramón Llanes. 27.3.2014.
Realizado en el Colegio Maristas de Huelva junto a Cristóbal Llanes Baquero.

1 comentario:

  1. Ayer tus palabras pasaron demasiado rápidas para poder saborear el contenido que traían. Hoy me complace, gracias tu entrada, poder releerlas a mi antojo, cada vez que quiera, para disfrutarlas en tu compañía, junto a nuestro Ramón en el pensamiento. Gracias primo.

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