Desde donde disminuyen las fuerzas, se oscurecen los horizontes, se detiene la memoria y se liberan los sueños, desde ese lugar llamado miedo comienzan las incertidumbres del ser humano que la alcanza, la alta edad, la vejez, la ancianidad, el tiempo del insomnio y de holgada debilidad. El cuerpo se hace un extraño en cada hueco, las miserias se alimentan de otras miserias y los caminos siempre son muy largos, imposiblemente largos.
Mayores
La sociedad, sin embargo, requiere de los mayores la misma agilidad, la atención completa; se exigen más cuotas elevadas de autonomía personal, -para evitar la obligación de un esmero cotidiano en su cuidado-, que de sabiduría y experiencia. Estas han dejado de ser patrimonio del pensamiento, nada de esta visión de alcance pasado tiene vigencia; la sociedad cree que han cambiado las fórmulas, que han evolucionado en el sentido contrario que proponen los mayores y son consideradas alternancias caducas, sin valor. La razón determina el equívoco pero el consejo ya no importa, se hizo al revés, se llegó a otro error de apreciación.
Tal y como intuimos en este estado de tanta rareza en el bienestar social, los viejos son una carga, una inutilidad, una especie de desecho que solo sirve para molestar la evolución. ¡Qué insolencia!. “Quienes no caminan pierden el derecho a tener meta”, podría ser el slogan falaz de los partidarios del exterminio psíquico de todo elemento considerado de “chatarra social”.
En estos discursos “sobrenaturales” de iluminados intelectuales de la ineptitud existe un campo enorme de presumidos que han conseguido ser chatarra social incluso sin haber alcanzado la edad y se creen primos de un dios prepotente para permitirse vulnerar los principios naturales con la misma desfachatez que gastan en necedades el tiempo de los demás y las consignas de la razón. Y el mundo se ha parado por desconsideración con el alma.
Ramón Llanes. Publicado 11.9.14 en Huelvahoy.com