HABLANDO DE LA RÍA.
Un bombón de chocolate ambienta mi mesa
por Navidad y no consigo despedir el ruido temeroso del teléfono, un papel en
blanco, las fotos, la luz insidiosa por el cristal opaco, la somnolencia de la
tarde, el ansia de ver siempre la ría. Con ellos vivo. También mis allegados
se preguntan miles de veces por el
paladeo del agua, aquí que vivimos tan cerca; ninguna explicación me viene a la
memoria, solo que la echo de menos.
En
su cuenca, ella, formándose entre las concupiscencias de la marisma por no
alterar la paz que habita en los costados, paz de duendes, de reyes tartésicos
o de costumbres. Ella es la paz, el alimento, el agua, la cadencia, ella la
trampa para seguir deseándola. Cuando la miro se me resbala un hilillo de
sorpresa por el canuto limpio de mis ojos, una admiración doble por ser bella
para mí, por anegarme de dulzor los neumotorax de mi cuerpo y por consentirme
el don de entretenerla en mis curiosidades de poeta. No habrá lugar que más
afecte a quienes sentimos su cordón
umbilical, que la modosa y fiel ría nuestra luciendo canal y traje, horizonte y
sencillez, a pocos pasos de nuestra mirada, a pocas miradas de nuestros pasos
diarios.
Dijimos
hace tiempo que iríamos a ella y se nos perdió la esperanza en intentos de
planos, pero aún permanece en la misma carne, pegada al hueso, sonando a rumbo
y singladura, cuando no a danza y fandango, como nosotros, que rumiamos sal y
nos ensalzamos. Será la mística del credo, la grandeza de la choquería, el
sentir.
Es
la ría, agrandada en el puerto, soporte de la luz de una salina de edredones
blancos por la otra orilla y más acá, la adversidad convertida en lirismo,
marineros de tierra, pescadores, patrón y proa, museos que rayan en el temporal
una reliquia sorda y quieta. Iremos a ella al babor de los barcos y canoas como
náufragos perdidos buscando un faro con plumas, volador, gaviota. Mi Huelva
tiene un eterno flujo de plazos de ría, sin hipotecas ni préstamos, está en la
rima de cualquier verso, en el canto, en la cómoda, en los chineros viejos, en
la despensa, en el revés de la memoria.
Y
para gloria no se desatará en un aliento de miedo porque reina el
plenipotenciario espíritu de seres que ofrecen una pleitesía sana para
asentarla con semblanza y robustez. Ella misma, que apela al afecto, araña
músculos, se hace tropezar, aligera las venas, se afemina, consciente y pura.
Hablando
de la ría, un evocador de sentimientos marinos, no trasnochado, trae al cuadro
la viva imagen de un par de sueños de mediodía, solo por un deseo inmenso de
acercársela algo más a su ventana y a sus ojos, esperando que no sea una
vanidad insulsa.
Ramón
Llanes
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