RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

jueves, 2 de mayo de 2019

ANDÉVALO


ANDÉVALO

 

 

         Tierra que inventaran los tiempos, con sus especiales características, su connotación de riqueza interna y sus vaivenes cíclicos que han impulsado o devastado la economía y por ende el pulso germinal del patrimonio en su vena de cultura. Intacto permanece el deber de conservación de los rasgos definitorios que poseen sus tradiciones y sus habitantes. Aunque a fuerza de despropósitos se haya hecho muy patente la gran tenacidad por la simple supervivencia, -escaseando la cualidad del mecenazgo o las apuestas por la primacía del problema del futuro- aunque así haya podido ser, la ideología ancestral que impera, imprime el carácter pleno de amparo por cuanto de tesoro natural o costumbrista guarda su temporalidad y su gran espacio, tan abrupto como rico y admirado.

         El Andévalo conserva en cada pueblo, en cada rincón y en cada gesto o mirada una efemérides digna de elogio y celebración. Mírese el paisaje pálido, la profundidad del empeño, el horizonte entrecortado y ajeno a los verdes, las dehesas milenarias sombreando los pastos y alimentando el ganado; mírense las crestas pedregosas y las fantasías extrañas que forman las minas, mírense las copas altas de los sombreros de jamugueras y gabachas, mírense y obsérvense con ojos de curiosidad cómo suena un fandango por las calles de Alosno, cómo bailan los hombres a los santos, cómo se hacen las rosas con miel, cómo se mitigan los pesares que mandan las muertes; mírense los fuegos que son expresiones de pleitesía en los albores del invierno, cómo se visten las mujeres en el Prado de Osma y en el Cerro del Águila, cómo no se cansan los devotos de Coronada para traerla y llevarla, cómo se parecen las formas  que dibujan en las caras las emociones y los sentimientos y tal vez mírese cómo alivia el alma una “sonanta”, compruebe cómo se sienten los cantes en Paymogo y cómo de profundas son las entrañas de Tharsis; observe cómo de fácil es estar bien en Las Cruces y cómo lucen en estos tiempos y siempre Cabezas Rubias y Santa Bárbara. No se pierda usted un detalle de nuestros encantos imprescindibles.

         El Andévalo requiere una atención constante y un mimo amoroso de diario; es como un cofrecillo de ternuras a donde es obligado echarle pensamientos vivos y arrumacos con la misma frecuencia que surgen del propio sentido quienes le prestan su ilimitada dedicación. Con la razón se entenderán las solvencias emblemáticas que distinguen El Andévalo y quizá con el corazón se entenderá la tanta pasión que genera. Mírese desde tierra a cielo y lo sabrá, cálese de sus adentros y lo amará.
 
         Ramón Llanes

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