ANDÉVALO
Tierra que inventaran los tiempos, con
sus especiales características, su connotación de riqueza interna y sus
vaivenes cíclicos que han impulsado o devastado la economía y por ende el pulso
germinal del patrimonio en su vena de cultura. Intacto permanece el deber de
conservación de los rasgos definitorios que poseen sus tradiciones y sus
habitantes. Aunque a fuerza de despropósitos se haya hecho muy patente la gran
tenacidad por la simple supervivencia, -escaseando la cualidad del mecenazgo o
las apuestas por la primacía del problema del futuro- aunque así haya podido
ser, la ideología ancestral que impera, imprime el carácter pleno de amparo por
cuanto de tesoro natural o costumbrista guarda su temporalidad y su gran
espacio, tan abrupto como rico y admirado.
El Andévalo conserva en cada pueblo, en
cada rincón y en cada gesto o mirada una efemérides digna de elogio y
celebración. Mírese el paisaje pálido, la profundidad del empeño, el horizonte
entrecortado y ajeno a los verdes, las dehesas milenarias sombreando los pastos
y alimentando el ganado; mírense las crestas pedregosas y las fantasías
extrañas que forman las minas, mírense las copas altas de los sombreros de
jamugueras y gabachas, mírense y obsérvense con ojos de curiosidad cómo suena un
fandango por las calles de Alosno, cómo bailan los hombres a los santos, cómo
se hacen las rosas con miel, cómo se mitigan los pesares que mandan las
muertes; mírense los fuegos que son expresiones de pleitesía en los albores del
invierno, cómo se visten las mujeres en el Prado de Osma y en el Cerro del
Águila, cómo no se cansan los devotos de Coronada para traerla y llevarla, cómo
se parecen las formas que dibujan en las
caras las emociones y los sentimientos y tal vez mírese cómo alivia el alma una
“sonanta”, compruebe cómo se sienten los cantes en Paymogo y cómo de profundas
son las entrañas de Tharsis; observe cómo de fácil es estar bien en Las Cruces
y cómo lucen en estos tiempos y siempre Cabezas Rubias y Santa Bárbara. No se
pierda usted un detalle de nuestros encantos imprescindibles.
El Andévalo requiere una atención
constante y un mimo amoroso de diario; es como un cofrecillo de ternuras a
donde es obligado echarle pensamientos vivos y arrumacos con la misma
frecuencia que surgen del propio sentido quienes le prestan su ilimitada
dedicación. Con la razón se entenderán las solvencias emblemáticas que
distinguen El Andévalo y quizá con el corazón se entenderá la tanta pasión que
genera. Mírese desde tierra a cielo y lo sabrá, cálese de sus adentros y lo
amará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario