RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

sábado, 27 de abril de 2019

RECUERDOS


                                                                           

 

RECUERDOS.


De la niñez, los juegos, las tarambanas con los compañeros de escondites, las miserias de estética con el color siempre pegando y nunca construyendo el ámbito que ni siquiera nos pertenecía, el eco de las obligaciones: con la escuela diaria, las clases particulares a base de bofetadas, el bocadillo de chocolate o pan con aceite y azúcar, la bicicleta que se robaba prestada al tío bueno y que luego traía bronca y pinchazo, las misas de por las tardes en misiones de monaguillo para aprender a ser cura, el oficio de sastre en los veranos con un sinfín de costureras como hermanas que pacían con nosotros en las mismas calamidades, el trompo, la pandorga. Y después las escasas devociones que redimían la culpa personal de la infelicidad a la que nos conducía el anterior compromiso, las películas en el teatro a una peseta, los balones de goma por Reyes, las tundas, como no, por mal comportamiento, las quejas de nada por no saber ni quejarnos, las piteras en la cabeza propia o en las ajenas, la búsqueda de hierro para vender que no comportaba traición y era pecado capital, los guardas que nos dejaban respirar solo a medias, los ingleses paseando su postín por las narices de nuestras debilidades con regolas incluidas, los partidos de fútbol en la era por no haber escenario mejor, los barrenos soltando amenazas y cumpliéndolas entre los miedos, el tren y la canoa para llegar a la universidad de afuera, los maestros enamorándose entre ellos sin permitir nuestra comunicación, la paz de los tinteros, los cuadernos enmarcados en una pulcritud de iglesia, el casino lleno cuando retransmitían un partido del Real Madrid en copa de Europa, nosotros subidos a la ventana para verlo, los hombres cuando eran quintos y se emborrachaban sin razón, las mujeres preocupadas por esperar la fecha del noviazgo, la fácil captura del pejerrano, los baños furtivos en cualquier charca sucia, las veladas con terno nuevo y circos y cacharritos y músicas, los ratos de guitarras y fandangos en la taberna de mi abuelo Simón. El precio de un traje que no daba para vivir y mi madre que nos alimentaba a base de cavilaciones, los vecinos de enfrente y los de al lado, la plaza con su bullicio eterno y con los vendedores de Lepe y San Bartolomé, mi abuela Juana con sus refranes y sus calañismo a flor de piel, el caballo de mi padre, la primera vez que me llevó a San Benito, las promesa de mi madre a la Peña para que las cosas fueron mejor y que nunca sabíamos si en verdad fueron mejor, los rezos perennes de mi abuela Ildefonsa y sus dolores de cabeza, las tertulias en torno a la mesa de camilla asando ajos en la copa, las matanzas de los cochinos en los inviernos para seguir el proceso alimenticio, nosotros hechos a inventar los ruidos para despistar impuestos. Y las jachas ardiendo en alturas y alegrando un poco, y los aromos reventándose en amarillo en los comienzos de la primavera, el circo Prinfrere que nos trajo elefantes y leones nunca vistos, los éxitos del Tharsis en la competición deportiva de fútbol, las menudencias que nos hacían felices sin ser para nosotros; no sé, las visitas al pueblo nuevo para ver las mansiones de los ingleses, la oficina con su fuente centenaria de hierro y homenaje, las subidas a la divisa que estaban controladas por la vigilancia de rigor, don fulano, etc. Y la impotencia que teníamos sin saberlo y las faltas de medios y las faltas de libertades y las sombras que nos tapaban y las risas a pesar de los quebrantos y esas máquinas de vapor con arritmias del tiempo en sus raíles, y los descargaderos de los estériles formando montañas para jugar, y la sangre oscureciendo poco a poco, y la silicosis atacando a destajo y mi padre cosiendo cada vez menos trajes y mi madre soñando cada vez más cavilaciones y nuestro hábito del Corazón de Jesús porque habíamos superado una larga y difícil enfermedad. Muchas más experiencias, muchos recuerdos desvaídos y algunos ahogados en el traste de la indigencia y otros vivos y dominando aún.

Y nosotros castigados a la muerte y muriendo mi hermana que se acostó para jugar y mi madre pidiendo una clemencia que no llegó y el imperio del dolor en mi casa por mucho tiempo.

  

       Ramón Llanes. 20-9-98.

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