RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

domingo, 24 de junio de 2018

UN HOMBRE CORRIENDO

Un hombre corriendo

Cruzaba con desorden las grecas del asfalto sorteando espacios y palomas, miraba recelosamente hacia atrás con apariencias de miedo, no se escondía de la atención de los curiosos, se paraba dos segundos y seguía su huída destrozando sin querer la paz de la plaza. Todos le pusieron cara de sorpresa, el hombre desnaturalizaba el lugar de juego de los niños y el paseo de los abuelos en una tarde de miércoles. Hasta que desapareció por la avenida con la misma intensidad que había llegado.
Tal vez nadie pensara el motivo del hombre para correr de tal manera y menos aún pensara alguien en el motivo de su miedo. Al verlo intenté adivinar su causa de desasosiego y se me vinieron multitud de ellas, todas las que caben en el pequeño tiempo que se usa para atravesar una plaza corriendo como un perseguido. Me pareció imposible que corriera por miedo a alguien o que hubiera robado en una de las tiendas del centro; tampoco que corriera por acudir a una cita o que hubiera olvidado algo en otro lugar. Daba la sensación que corría con despecho y supuse que lo hacía por no faltarse a sí mismo o por demostrarse que era capaz de superar las exigencias físicas de su estado pero no llevaba calzón ni chandal ni zapatillas ni actitud deportiva. Este hombre había surgido desde un rincón de un espacio lleno de personas que en nada le importaban.
A la tarde siguiente, mismo lugar, misma hora, ambiente idéntico, más o menos similitud en el bullicio y en el espacio, el hombre apareció taciturno, con las dos manos en los bolsillos, con mirada fija en un abstracto infinito, vestido a su edad; atravesó pausadamente la plaza sin ser atendido en extrañeza o miradas por quienes ayer se asustaran, se sentó en uno de los bancos, sacó un libro y se puso a leer, sin preocuparse por la terapia de los abuelos en las tardes de la ciudad ni ofrecer el más mínimo desatino o desorden en sus gestos. Era un hombre en calma en un jueves de otoño que apenas aparentaba tristeza, solo pasión por la lectura. Y nadie le miró y a nadie le destrozó su curiosidad.



RAMÓN LLANES. EL CAJÓN DEL SASTRE.

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