LA SIERRA EN NOSOTROS
Ya son treinta años con las alforjas
cargadas andando veredas, recorriendo pueblos con paciencia y paz, haciendo
verso de compaña con los admiradores. Treinta años de entrega y lucha por la
comarca y fuera de ella, dándola a conocer y recabando ayuda para tratar de
salvarla de su abandono, de salvar su rico patrimonio, 30 años haciendo
serranos de corazón. 30 años Ricardo yendo y viniendo cada semana a sembrar y
recoger, a traernos el aire de castaños y la amabilidad suya tan serrana, tan
abierta.
Treinta años, en el fondo, no es mucho
tiempo ni poco, son décadas largas o un suspiro, es un hilo sin fin o un
anhelo; 30 años son solo 30 almanaques guardados en las retinas de todos los
privilegiados moradores y de aquellos otros que sin morarla la perciben. 30
años casi sin volver la mirada, oteando horizontes con la grandeza de una
verdad sin litigio. Ha cundido y entonces 30 años se dan por bien empleados,
está mucho consolidado, mucho se hizo, mucho queda, ahí se distingue el
resultado. Aquel todo del principio, aquel todo por hacer, es ahora una pizca
menos, treinta años menos por hacer, que ya es importante.
Fueron ellos, esos pioneros de a pie
todos los habitantes de la zona que forman cuadrilla de fervorosos y los de
aquí que se suman porque ellos empujan con conciencia. Y han salvado, sin duda,
mucho patrimonio y han fortalecido las relaciones entre los pueblos y han dado
a conocer las riquezas y han realzado los paisajes, en la pintura, en los
versos, en la imagen, y se han perdido por la cima agnóstica de la Sierra
gritando su ductilidad y sus fragancias.
Para que Aroche, -tierra de tantos y
también de otro valedor llamado Félix Sancha y de otros Sancha-, entorne
cercanía y hospitalidad; para que Cortegana con Ricardo y muchos se eleve al
lugar de su merecimiento, para que Aracena con José Joaquín y Mario vibre
siempre, para que Jabugo huela y esté en boca de todos, para que Galaroza -con
Tristancho y con Hipólito- aplaque la sed, para que Fuenteheridos -con la
poética de Moya- riegue con caños de eternidad, para que Cortelazor -con Javier
Sánchez Durán- sea paisaje y persona con historia como dijo Blanca quien fuera
alcaldesa, para que El Rosal -con Thassio- abra el último portal, para que El
Repilado siga siendo parada y fonda, para que Las Cumbres se oigan más, para
que Corteconcepción y La Nava y Zufre -con Santi González Flores- y Los Marines
y Almonaster -con Manuel Ángel- sean la mejor carta de presentación. Y para que
todas las aldeas y los pueblos y las dehesas y Alájar -con las figuras excelsas
de Arias Montano y Montesinos- y Linares y Santa Ana con Juan Antonio Muñiz y Cañaveral
con Luna y Puerto Moral con Garzón y los campos altos y los arroyos y los
perales se contrasten en recuerdos y en premoniciones de futuros como merecen.
La Sierra, en moda de estampas y
visitas, más masticada que vivida, más lejana que querida, tiene su oportunidad
en esta historia de lo cotidiano porque los hombres que la quieren y la habitan
no vuelven la espalda y están empeñados en hacerla notar. No ha de ser solo
contarlo, mejor ha de ser vivirlo, vivirla, palparla, desearla, comprenderla y
empezar a quererla, como aquellos que la defienden y la habitan.
Y todo esto no es reconocimiento ni homenaje
ni propaganda ni lírica ni necesario ni bueno, es sencillamente pasión por lo
sublime, compréndanlo.
Ramón Llanes.
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