RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

lunes, 19 de febrero de 2018

EL COMPROMISO DE LA POESÍA CON LA VIDA. (M.A. Vázquez Medel)

EL COMPROMISO DE LA POESÍA CON LA VIDA
Manuel Ángel Vázquez Medel
Escritor y crítico literario
Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Sevilla

[Conferencia ofrecida el 17 de febrero de 2018, en Rociana del Condado (Huelva) con ocasión del encuentro “Poetas de Al-Andalus por la paz”, en presencia de poetas de Andalucía, Algarve y Marruecos]
Quiero que sean mis primeras palabras, en el marco de este encuentro “Poetas por la Paz” en Rociana del Condado, de gratitud. 
“Gracias, te las doy siempre
¿a quién las doy?
A la Belleza inmensa se las doy”

decía nuestro Juan Ramón Jiménez en un poema de Animal de fondo, que más tarde se transformaría en Dios deseado y deseante.
Gratitud, en primer lugar, a los organizadores, muy especialmente a Ramón Llanes, quien me permite mantener un intenso vínculo con la tierra en que nací, Huelva. Hace poco pude incorporar al volumen Huelva es verso, que él coordinó, un poema que tengo en especial estima titulado “Desde la orilla inmensa de la vida” cuyo comienzo deseo compartir:
Yo nací en un lugar donde las aguas cantan;
donde las aguas brillan y sobre el mar se vuelcan.
En un lugar de encuentro de dos ríos que abrazan
el océano inmenso de la vida y la muerte.

Allí nací.
Recorrí, en mi infancia, sus secretos caminos
hacia el mar, hacia el mar de la vida y la muerte,
desde una alegre orilla con olor a eucaliptos.

Gracias por contar conmigo para una iniciativa con la que me identifico plenamente, y que refleja los valores fundamentales que rigen mi existencia: el amor por la palabra al servicio de la vida, y muy especialmente de quienes más lo necesitan. La palabra como fundamento de amor, de alteridad, de libertad, de igualdad y justicia social, de fraternidad y solidaridad, en la alta aspiración hacia la verdad, la bondad y la belleza.
Tal es mi amor por una paz entendida, más allá de la ausencia de conflicto, como un orden justo y humano sin violencia, que pusimos a nuestra segunda hija el nombre de Irene, que como es bien sabido significa “Paz”, del mismo modo que mi primera hija lleva el nombre de otro de los valores que Juana y yo deseamos presida nuestras vidas: Leticia, “Alegría”.
De inmediato he de traer aquí (o, mejor, recordar, que es pasar a través del corazón, cor) los nombres de dos buenos poetas y amigos a quienes dedicamos el encuentro: Odón Betanzos y Juan Drago. La vida me ofreció el regalo de conocerles, tratarles y gozar del don de la amistad. Ambos formaron parte del jurado del primer reconocimiento a mi creación poética: el Premio Odón Betanzos de 1983, por mi poema “Memorial en la palabra”, que me fue entregado aquí en Rociana en un acto presidido por su entonces joven alcalde Antonio Ramírez Almanza. Treinta y cinco años después, a través de esta reflexión, ofrezco mi profunda gratitud por todo lo que entonces significó para mí, y aun ahora significa.
Tal vez ese poema, que se articula en dos momentos cuya inflexión es una cita de Espacio de Juan Ramón, puede ilustrar mi personal afán de seguir siempre adelante, aunque la vida nos aboque a un aparente callejón sin salida.
“Poetas de Al-Ándalus por la paz”… También quiero recordar ahora que a comienzos de los noventa, cuando soplaban vientos de guerra en el Golfo, preparé una antología de Poemas para la Paz, de la que quiero recordar este tan entrañable de Blas de Otero, ejemplo de poesía de calidad comprometida con la vida:
En el nombre de España, paz
En el nombre de España, paz.
El hombre
está en peligro, España.
España, no te
aduermas.
Está en peligro, corre,
acude. Vuela.
el ala de la noche
junto al ala del día.
Oye.
Cruje una vieja sombra,
vibra una luz joven.
Paz
para el día.
En el nombre
de España, paz.

* * *
Miguel Hernández, en la dedicatoria a Vicente Aleixandre de su libro Viento del pueblo (1937), nos proporciona las más hermosas palabras con las que podemos comenzar a adentrarnos en este tema fundamental del compromiso de la poesía con la vida:
“Vicente: a nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a todos los hombres. Nosotros venimos brotando del manantial de las guitarras acogidas por el pueblo, y cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido”.
Y concluye: “Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los poetas con las orejas y el alma tendidas al pie de cada siglo”.

Aleixandre, por su parte, diría años más tarde, en el hermoso poema “En la plaza” que señalaría como su composición preferida cuando le anunciaron el Premio Nobel:
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.

Y finaliza con unos versos de mística humana y solidaria, ofreciendo la metáfora del bañista que se sumerge en el agua, superando sus temores y recelos:
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

Aleixandre, que siempre insistía en el hecho de que la poesía nacía de la vida (“Si alguien me dijera que la poesía no tiene que ver con la vida, volvería el rostro con repugnancia”), subrayaba este sustrato común de la condición humana en el poeta: “Todos los poetas han hecho acaso lo mismo, como todos los hombres: vivir, amar, sufrir, soñar, morir (…) Pero humildísimamente cada poeta pone su diferenciada individualidad (…) como cada hombre, al vivir su vida, está viviendo la vida de un hombre, pero también la vida del hombre”.
Afortunadamente, a estas alturas del siglo XXI hemos superado ya estériles debates sobre qué es la poesía y –sobre todo- cómo debería ser, en cerradas preceptivas, contrarias al abierto espíritu que debe insuflar la creación poética auténtica y viva.
La poesía no es solo posible como aspiración a la Belleza, sino también al Bien y a la Verdad: poesía como comunicación (la más sublime posibilidad de “comunicación verbal estética”); poesía como conocimiento (que nos permite intuir esa “realidad invisible” de que hablaba Juan Ramón); poesía como compromiso… Todas estas posibilidades, que no solo no son contradictorias, sino que deberían complementarse, surgen de una más radical concepción de la poesía como manifestación de la conciencia. Poesía con conciencia.
Es cierto que el pasado siglo XX y ese terrible hachazo al curso de la vida en nuestro país que fue la guerra civil, marcaría el debate poético incluso hasta nuestros días. Recordemos que el conocido libro de Juan Cano Ballesta que analizaba las décadas que precedieron al golpe militar se titulaba La poesía española entre pureza y revolución (1920-1936).
Recordemos, también, el debate sobre la (bien o mal) llamada poesía social, más intenso a raíz de la publicación de la conocida antología de Leopoldo de Luis –cuyo centenario del nacimiento conmemoramos este 2018- Poesía social española contemporánea, antología (1939-1968). Traigamos aquí solo algunas palabras de esa gran poeta comprometida con la vida y la poesía que es Julia Uceda, a quien se dedicó el año 2017 en Andalucía. En un conocido texto suyo, aparecido en Ínsula, criticaba –hoy sabemos que con razón- que ciertas manifestaciones de la poesía llamada social no se preocupara por todo aquello que la hacía poesía: “A un intelectual, tanto o más que los fines, le preocupan los medios. Al fanático, no. Y el arte –en esto coinciden, a mi parecer, Heidegger y Marx- ha de ser completamente libre. El artista no logrará una obra digna de ser imprescindible si no está en posesión completa de sí mismo./ Me pregunto, por tanto, por qué la poesía social española huye de la belleza y le llama esteticismo, cuando, por otra parte, no ha logrado encontrar un modo de expresión original y propio que sustituya al anterior, y se mantiene, adolescencia demasiado larga, en una posición anti”.
Más adelante, a propósito de la Antología de Manuel Mantero Los derechos del hombre en la poesía hispánica contemporánea (1973), y ya con mayor distancia y perspectiva dirá Uceda a propósito de cierta poesía ideologizada: “Fue una poesía planteada, programada, codificada. Esto no es posible en poesía. El amor es una emoción, pero la reacción ante la injusticia también lo es. Debió, al menos, de haberlo sido. La mayor parte de la poesía social era gélida y estaba más cerca de la instancia que del poema. Además, cometieron el error de creer que al pueblo, para que entendiera, había que hablarle de cualquier modo”.
Esa huida de la belleza a la que se refería no solo aparecía en el descuido de algunos poetas, sino en la –por otra parte justificada- preocupación de poetas que sí ofrecían belleza dura y plena frente el horror de la dictadura, como en este estremecedor poema de Carlos Álvarez, con ocasión de uno de los fusilamientos del franquismo a cinco jóvenes, del que no podemos decir que sea gélido o descuidado:
VEINTISIETE DE SEPTIEMBRE
Mientras luchaba yo con mi cabeza
doliente en una celda de castigo,
de madrugada descuajaron trigo
de cinco espigas jóvenes. Nobleza

y error ya irreversibles. No hay belleza.
No hay ninguna belleza en lo que digo.
Cinco cuerpos de piedra por testigo
pongo sobre este abismo de vileza.

España, patria mía, ¿por qué ofreces
ese semblante trágico al que intenta
reflejar en sus ojos tu hermosura?

Muéstranos el desnudo en que amaneces
quitándote la máscara sangrienta
que tu sereno rostro desfigura. 

(Carlos Álvarez: Cantos y cuentos oscuros)
Hoy sabemos que la propensión de cierta poesía comprometida al descuido formal, a la falta de cuidado en la expresión (y añado yo: en el contenido, muchas veces excesivamente simplista), fue un error. Como también lo era pensar que, por ejemplo, la poesía de Juan Ramón Jiménez no era comprometida y que nuestro poeta estaba encerrado en una torre de marfil. Su propia respuesta sobre ello, que está en la mente de todos, me excusa de traerla ahora aquí. Aunque el poeta cante a la luna, no canta a la luna, sino a la luna reflejada en la retina humana del poeta.
¿O no nos parece comprometido y oportuno en estos confusos días este poema de nuestro Premio Nobel?
PATRIA
¿De dónde es una hoja
transparente de sol?
—¿De dónde es una frente
que piensa, un corazón que ansía?—
¿De dónde es un raudal
que canta?

Sin duda, Juan Ramón hubiera hoy extendido su noción de “Matria”, que aplicaba a su lengua materna, a la Matria Tierra (Gaia, Gea), única madre común de todos los seres humanos. Una idea, por cierto, más propia de un imaginario femenino de alianza, sinergia, colaboración y benevolencia que de los imaginarios androcéntricos dominantes de las “patrias” excluyentes, que levantan muros y fronteras.
Afortunadamente hemos ampliado la idea del compromiso poético. Pero en ocasiones no podemos evitar pensar –yo al menos no puedo- que ante el estado lacerado del mundo “nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno”, como proclamara Gabriel Celaya:
Poesía para el pobre, poesía necesaria 
como el pan de cada día, 
como el aire que exigimos trece veces por minuto, 
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan 
decir que somos quien somos, 
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. 
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo 
cultural por los neutrales 
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. 
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hace unos años, con ocasión del Día Mundial de la Poesía ofrecí en el Paraninfo de la Universidad de Sevilla una reflexión titulada “Poesía en tiempos de miseria”, que partía del conocido verso de Hölderlin “¿Para qué poetas en tiempos de miseria?”. Una pregunta tan provocativa como el título del último libro de Juan Cobos Wilkins El mundo se derrumba y tú escribes poemas.
En aquél acto recordaba las palabras de la Directora General de la Unesco, Irina Bokova, en su Mensaje con ocasión del Día Mundial de la Poesía 2013:
“La poesía es un viaje: no un viaje fuera de la realidad, sino frecuentemente a lo más íntimo de las emociones, las reivindicaciones y las esperanzas de las personas. La poesía da forma a los sueños de los pueblos y a las expresiones más altas de su espiritualidad; la poesía da también valor para cambiar el mundo”.

Yo añadía: Valor para cambiar el mundo. Valor para afrontar una realidad inhumana que ha transformado todo en mercado, mercancías y mercaderes. También la cultura, la educación, la salud, el futuro de los jóvenes… la vida de las gentes.
Frente a ello, estas reflexiones quieren ser un gesto de libertad, de inconformismo, de reivindicación del valor de la palabra y de la acción. Emilio Lledó –y me permito desde aquí rendirle mi personal homenaje, que ayer mismo pude expresar en Málaga- ha dejado claramente expuesta la íntima relación entre palabras y hechos: “Si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras, acabaremos siendo inconformistas con los hechos. Ambas actitudes son, sin embargo, formas de libertad. Y la libertad no admite conformismo alguno (…) Conformarse es perder, en parte, la forma propia para sumirse, liquidarse en la ajena”. 
Frente al conformismo, Lledó postula que la única manera de ser personas, seres autónomos y reales, es a través de la posibilidad de desarrollar un pensamiento –y, añado yo, un sentimiento- propio y autónomo, por muy modesto que sea: “Un pensamiento que sólo se nutre de libertad”. Y una libertad que en nuestros días es imposible alcanzar sin el apoyo de los libros y la lectura: “La lectura, los libros, son el más asombroso principio de libertad y fraternidad. Un horizonte de alegría, de luz reflejada y escudriñadora, nos deja presentir la salvación, la ilustración, frente al trivial espacio de lo ya sabido, de las aberraciones mentales a las que acoplamos el inmenso andamiaje de noticias siempre las mismas, porque es siempre el mismo nuestro apelmazado cerebro. Los libros nos dan más, y nos dan otra cosa. En el silencio de la escritura cuyas líneas nos hablan, suena otra voz distinta y renovadora. En las letras de la literatura entra en nosotros un mundo que, sin su compañía, jamás habríamos llegado a descubrir. Uno de los prodigios más asombrosos de la vida humana, de la vida de la cultura, lo constituye esa posibilidad de vivir otros mundos, de sentir otros sentimientos, de pensar otros pensares que los reiterados esquemas que nuestra mente se ha ido haciendo en la inmediata compañía de la triturada experiencia social y sus, tantas veces, pobres y desrazonados saberes”.
Por ello, solo la palabra que se resiste a la venalidad, a la compra y a la venta, la palabra que se otorga como un regalo, don para la vida compartida, que es gratis y por ello vehículo de gratia, de gracia… solo la palabra creadora puede ser antídoto para esta desgracia, en la que lo que está en juego no es ni más ni menos que la dignidad humana.
Poesía en tiempos precarios. Poesía en tiempos de miseria.
En ese viaje que ahora emprendemos, a través de la palabra, dià-lógos, a través de la poesía hacia el centro mismo de nuestra realidad, resuena ya Hölderlin, en el fragmento siete de su poema “Pan y Vino”:
Pero ¡Amigo! llegamos demasiado tarde. Sin duda los dioses
aún viven, pero encima de nuestras cabezas, en otro mundo;
allá obran sin cesar, sin ocuparse de nuestra suerte,
¡tanto nos cuidan los inmortales! Pues a menudo
una frágil vasija no puede contenerlos, y el hombre
no soporta más que algunas veces la plenitud divina.
Después, la vida no es sino soñar con ellos. Pero el yerro
es útil, como el sueño; y la angustia y la noche fortalecen,
mientras llegue la hora en que aparezcan muchos héroes
crecidos en la cuna de bronce, valerosos como los dioses.
Vendrán como truenos. Entretanto, a veces se me ocurre
que es mejor dormir que vivir sin compañeros
y en constante espera. ¿Qué hacer hasta ese día futuro?
¿Qué decir? No lo sé. ¿Para qué poetas en tiempos de miseria?
Pero son –me dices- semejantes a los sacerdotes del dios de las viñas
que en las noches sagradas andaban de un lugar a otro.

(Friedrich Hölderlin, Fragmento 7 del poema "Pan y vino".
Trad. Federico Gorbea, con correcciones de M. A. Vázquez Medel)

¿Para qué poetas en tiempos de debilidad, de precariedad, de indigencia… de miseria?
Podríamos, casi, suscribir las distintas (y complementarias) visiones reflejadas en poéticas explícitas o implícitas por grandes poetas de todos los tiempos. Traeré solo algunos ejemplos.
Miguel de Unamuno, en su “Credo poético”, reivindicaba una poesía en la que pensamiento y sentimiento se fundieran, una poesía enraizada en la tierra y que, a pesar de su afán de elevación, no se perdiera en las nubes:
Piensa el sentimiento, siente el pensamiento;
que tus cantos tengan nidos en la tierra,
y que cuando en vuelo a los cielos suban
tras las nubes no se pierdan.

Ángel González escribe en 1963 un interesante texto en un momento en que se reacciona contra la poesía social y comprometida: “A esa poesía se le oponen frecuentemente reparos en nombre de la libertad de la creación artística. Se confunde entonces al creador comprometido con el mediatizado, y a partir de esa confusión, generalmente deliberada, ya nada queda claro.
Pero yo me pregunto: si el artista ha de ser libre para todo, menos para comprometerse, ¿para qué le sirve la libertad? ¿No es ésa una libertad que cierra más caminos de los que abre, que inmoviliza y limita? Sinceramente, no concibo cómo puede haber alguien que se interese por esa libertad sin consecuencias. En rigor, el compromiso es un acto de libertad, un acto libre. Por otra parte, vivimos en un mundo demasiado comprometedor, entre realidades ante las cuales la indiferencia o el desconocimiento son difíciles, por no decir imposibles, incluso para los poetas más embebidos en la contemplación de la hermosura de la Naturaleza”.

Y, así, podemos proclamar con Adam Zagajewski que “La poesía es búsqueda de resplandor”. Pero no de fuegos de artificio, sino de un resplandor que ilumine la condición humana en su concreta situación histórica.
Para Alí Ahmad Said, Adonis (Siria, 1930), la poesía es la más amplia de todas las disciplinas del pensamiento. Y por ello la labor del poeta nos lleva al mito de Sísifo, siempre empujando la roca hacia lo más alto de la montaña, y volviendo a hacerlo cada vez que vuelve a caer a su base:
A SÍSIFO
A Halim Barakat
Juré que escribiría sobre el agua.
Juré que llevaría con Sísifo
su sorda roca.
Juré que me quedaría con Sísifo,
sometiéndome a la fiebre y a las centellas,
buscando en las órbitas ciegas
una última pluma
que escribiera a la yerba y al otoño
el poema del polvo.
Juré vivir con Sísifo.

Quiero, por cierto, ante las palabras de este extraordinario poeta sirio, denunciar la indignidad y la injusticia ejercida sobre el inocente pueblo de Siria, que he tenido el honor de conocer en las calles de Damasco y Alepo o en la belleza de Palmira. Y la paradoja de que una Europa que lleva tal nombre por una mujer fenicia de Tiro, mantenga en campos de concentración en los límites de sus fronteras a tantas mujeres, niños y hombres sirios, o permita que el mare nostrum, que el cultural Mediterráneo compartido se convierta, ante su mirada impasible en una terrible fosa común de miles de refugiados e inmigrantes.
Lo ha denunciado con dolorida belleza una de las poetas a las que más admiro, Chantal Maillard:
El campo de Kobe, al sudeste de Etiopía.
Los campos saharauis de Tinduf.
Los campos de Saklepeha, en Liberia.
Los campos de Bahai, Ereba, Guerida, Forshana, Goz-Beida y Nigrana, Djabal y Goz Amer, en el Chad.
Los campos de Kibati, Bulenbgo, Buhimba y Mugunga, en la República congoleña. Los de Mweso y Masisi.
El campo somalí de Dadaab, al nordeste de Kenia. Los de Hagadera, Ifo, Dagahale, en su frontera.
El campo de Domeez, en el Kurdistán iraquí.
El campo sirio de Za’atari, en Jordania. El de Muraiyeb al Fohud y el de Anmar al Hmud.
La Franja de Gaza.
El campo de Kara Tepe y el de Moria, en la isla de Lesbos.
El campo sirio de Idomeni, en la frontera griega con Macedonia.
El campo sirio de Derik, en Turquía.
El campo, incendiado y desmantelado, de Calais, al norte de Francia.
El camposanto del Mediterráneo y el de la tierra libre.

Mientras tanto Europa, la esclarecida Europa, duerme como aquel monje su sueño de trescientos años oyendo cantar a un pájaro. Otros pájaros, oscuros, habrán de despertarla.
(Chantal Maillard
De “La herida en la lengua”, Tusquets, 2015)

***
Uno de nuestros mayores poetas actuales, Antonio Carvajal, ha subrayado con especial belleza que, antes del poeta y siempre en su raíz, hay un ser humano que escribe, y que comparte solidario con los demás, su felicidad o su dolor. Leamos la “Elegía 8” de Miradas sobre el agua (1993), respuesta a quienes, incapaces de entender toda la profunda humanidad de la poesía de Carvajal elogiaban su dominio de la palabra, como il miglior fabbro:
Quizá de la poesía sea yo el mejor obrero.
Lo dicen tantos. Ellos deben saber por qué.
Pero no saben darme la palabra que quiero,
toda ella encendida de esperanza y de fe.

Pero no saben darme el abrazo que espero;
porque antes que poeta, antes que artista, que
domador del vocablo rebelde, hubo un certero
rayo que hirió mi alma y curarla no sé.

Porque antes que poeta, y antes que profesor
de vanidades, soy un varón de dolor,
un triste peregrino que busca su alegría.

Tal vez cordial o vano, tal vez il miglior fabbro;
pero pocos entienden que en mis palabras labro
esa fosa con flores que llamamos poesía.
Carvajal nos ofrece uno de los más bellos y, a la vez, comprometidos ejemplos de poesía al servicio de la vida, cuando el joven Javier Verdejo Lucas fue abatido a tiros la madrugada del 13 al 14 de agosto de 1976 frente al mar de Almería. Tenía 19 años. Nuestro poeta hace un delicado Cantar de amigo, en el que la noche -estremecida y jadeante ante la interpelación del poeta- consagra en su juventud al joven Verdejo (evocado en el juego “Verde le dejo”) junto al mar tranquilo, junto al mar callado:

Cantar de amigo
Di, noche, amiga de los oprimidos,
di, noche, hermana de los solidarios,

¿dónde dejaste al que ayer fue mi amigo,
dónde dejaste al que ayer fue mi hermano?

-Verde le dejo junto al mar tranquilo;
joven le dejo junto al mar callado.

Conjunción, pues, de un universo interior, de una cosmovisión (Weltanschauung), con un cauce adecuado para su expresión, la poesía auténtica, esa que quiere decir con palabras lo que no se puede decir con palabras, es búsqueda de sentido. Una búsqueda que no podemos realizar si no cruzan nuestras propias palabras, en polifonía, dialogismo, juego intertextual, la palabra de quienes nos han precedido o nos acompañan en el ministerio poético. Por ello podemos preguntarnos con el gran poeta Miguel Veyrat, que sabe mucho de compromiso con la vida, en uno de sus poemas finales de Diluvio (2018):
¿Tendría sentido cantar sin sentido?
Aquí en el vacío mi parte favorita de la nada de las cosas del mundo que nacerían del ser nacido del no ser yo comienzo recito mis adioses a todos aquellos con los que se cruza mi otro desconocido digo adiós adiós Paul y Juan Ramón adiós Luis adiós Jorge Manrique y Josef y Alceo Sapho y César Vallejo y Jean-Arthur Adiós Chantal Antonio yo
soy-aquél que ya no cree que haya cantos que cantar más allá de loshombres aquellos transidos de sombra negra ¡Ah salúdeme usted bien a Virgilio Il miglior fabbro cuando llegue y dígale que comprendemos que quisiera quemar la Eneida aquél encargo con ese murmullo inicial

Poesía, pues, para afrontar la existencia, para denunciar las injusticias, para cantar la belleza, la verdad, la bondad. Poesía comprometida con la vida. Pero sobre todo, poesía llamada a despertar en todo ser humano una luz de ilusión y de esperanza para seguir adelante, para llenar nuestro impulso de vida con un sentido individual y colectivo, que solo se nos ofrece en la palabra. Poesía para mantener nuestras esperanzas y nuestros sueños. Porque, por insignificante que sea un ser humano, puede albergar dentro de sí –y la poesía le ayuda a ello- todos los sueños del mundo. Me permitirán que en estos instantes finales les lea mi poema así titulado:
TODOS LOS SUEÑOS DEL MUNDO
Não sou nada. 
Nunca serei nada. 
Não posso querer ser nada. 
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.
ALVARO DE CAMPOS [FERNANDO PESSOA]

Yo, que no fui Alejandro en los confines
remotos de la India;
ni crucé los océanos cubiertos de sargazos
hacia tierras ignotas…
Yo, que no vi la luz, como Siddharta
bajo el árbol sagrado,
ni recorrí caminos imposibles
a lomos de elefantes por montañas heladas…
Yo, que nunca dejé
una huella en la luna,
y no escribí un cuarteto para el fin de los tiempos
en campos de exterminio…
Yo, que nunca clamé
que la suerte está echada,
ni a mi Padre he rogado
que alejara de mí este amargo cáliz…
He podido decir, como Pessoa:
Tengo en mí todos los sueños del mundo…

Hemos de concluir para dar paso a la reflexión y al diálogo. A la confrontación y enriquecimiento de nuestras propias visiones de la poesía. Y no se me ocurre nada mejor que estas palabras de nuevo de Aleixandre, en el último de los aforismos de "Poesía, moral, público" (1950) que quedarán resonando como una letanía profana que expresa la profunda conexión entre poesía y vida: 
«Fuente de amor, fuente de conocimiento; fuente de descubrimiento; fuente de verdad, fuente de consuelo; fuente de esperanza, fuente de sed, fuente de vida. Si alguna vez la Poesía no es eso, no es nada».
Conferencia dada en el ENCUENTRO DE POETAS DE AL-ÁNDALUS POR LA PAZ.
EN Rociana del Condado 17 de febrero de 2018.
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