RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

jueves, 1 de marzo de 2018

PASEO CAMPESTRE



Feria Jaldón, Ernesto
Villanueva de los Castillejos 1922-1993
PASEO CAMPESTRE


La mañana de mayo estaba valiente y campera. Me asomé a la puerta y, como no vi blindados en la calle, me decidí a dar un paseo por el campo. Crucé por el Chafaril y me encaminé hacia el Molino Patrón. Tengo que hacer observar que para emprender estas aventuras hay que tener asegurada la comida; no puede uno, sin más, lanzarse a la contemplación meditabunda sin contar, después, con algo que llevarse a la boca.
Me fui por el Huertecillo Perdido en donde, en otro tiempo, había juncos y ranas y ahora han hecho una carretera polvorienta y poco transitable que termina en el pantano. Son pequeñas correcciones a la abrupta naturaleza, para que corran los tractores. Pero me cabe la satisfacción de comprobar que la Sierra Sierpes y la Sierra Abuela no han sido modificadas sustancialmente por el progreso. A la Sierra Abuela le dan, periódicamente, un trasquilado de los eucaliptos malignos que le han plantado.
De pronto, un avión atravesó atronando el espacio cuando ya mi cerebro empezaba a rumiar imposibilidades. Inmediatamente el ruido me hizo regresar al presente real para recordarme, quizás, que no debía ir demasiado lejos en mis reflexiones campestres. Los aviones modernos que merodean por aquí buscando no sé qué y con unas prisas notoriamente exageradas, rompen la meditación cuando ésta tiende a deslizarse por rampas líricas, teológicas, metafísicas o místicas (la modalidad no hace al caso). Los aviones modernos te avisan de que las máquinas, en general, son capaces de descomponer y derribar los mejores castillos del alma construidos con los frágiles naipes de las palabras. Y sé de fuentes, generalmente bien informadas, que más de uno con tendencias cenobitas ha tenido que fabricarse una celda insonorizada para no escuchar a estos horrísonos turbadores de su ensimismamiento. A los ruidos hay que responder construyendo silencios. Porque estamos sitiados por basuras y ruidos y así no hay forma de alcanzar alturas –o profundidades- metafísicas que merezcan la pena.
Precisamente por eso Heidegger (q.e.p.d.) tuvo que zambullirse en la Selva Negra, porque era la única forma que tenía de legarnos el portentoso lío de sus inaguantables meditaciones ¡Estos alemanes! (Por otra parte, y que yo sepa, este severo personaje hiperbóreo no nos ha dejado nada valioso y sustancial que solucione, de una vez por todas, el “giro económico de la política del gobierno”, la “concertación social”, la “unidad sindical” y los problemas del paro, el sida, el aborto, la droga, la corrupción y otras plagas menores).
A lo mejor lo que pasa es que la administración, que es muy sabia, ordena estas pasadas ruidosas de los aviones porque desconfía de los poetas, filósofos y místicos que se van al campo, con objeto de interrumpir sus reflexiones, porque detesta ciertas precisiones que pudieran perturbar los “presupuestos generales del estado”. Y, además, porque estas “actividades” contemplativas y meditabundas, escasamente productivas y consumistas, no hacen patria; solo sirven para escribir libros y que otros los lean y, estos otros, a su vez, mostrar su admiración o su “repulsa” mediante otros libros; y así incesantemente, produciéndose, al final, verdaderos torrentes de palabras que inundan los “caminos, canales y puertos”. A este ritmo “informativo” vamos a terminar con todos los eucaliptos y la pasta de papel. Los eucaliptos, entre otras cosas, sirven para que las industrias de la celulosa, además de propinarnos olores escasamente seductores, produzcan el papel que después rellenamos con órdenes, leyes, reglamentos, contratos, prospectos, candidaturas y reflexiones tontas y repetidas hasta la náusea (usque nauseam, en latín).
…De pronto, se me ocurrió decir en voz alta: “la poesía es el grito de nuestras imposibilidades, la síntesis milagrosa de todo lo que nos falta y todo lo que nos sobra”. En voz baja pensé: “Y tú, oscura amada mía, ocupas la presidencia de esta muda asamblea de los deseos suplicantes”. Y a media voz: “Por aquí estamos sujetos a una torsión solidificada. Hay que planchar los pensamientos torcidos y arrugados por siglos de cantinelas…”
Éstas y otras meditaciones –que el pudor me impide decir- iban surgiendo en mi mente. Pero, será que estamos contagiados por la velocidad ambiental, porque la rapidez con que se sucedían las proposiciones y conclusiones que sacaba terminaron por producirme un dolor de cabeza notable. Así es que decidí regresar a casa, en donde me esperaba un manjar propio para jubilados de izquierda: arroz con bacalao.


De la Antología HUELVA ES VERSO

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