RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

jueves, 28 de abril de 2016

LUCIMIENTO

 
LUCIMIENTO


Presidía la tarde una febril bocanada de primavera y se esperaba de la sombra ese tiento de frescor que evita el sofoco; las mujeres andaban ya en su trajín de vestimenta, acaso no se extraviara a última hora la copiosa merced de joyas amparadas entre pecho y cuidados, -haciendo deber de regla y costumbre en cada momento de esta solemnidad- o acaso la primera mueca no saliera de la sonrisa con su adorno escogido de complacencia, en ello andaban las mujeres solícitas a compartir tan excelso premio con su parte de vecinos y dejarlo en el recaudo justo para la historia. Las mujeres aquí prestigian a la propia historia, con todos sus vuelos de barroco, con sus cuentas de deseos, sus aterciopelados rostros y con su estampa de plisados adormecidos que se sacan a lucirse por este día y más.
Los hombres compendian la fastuosidad añadiendo tonos al cortejo, la Mayordomía se hace grande en la casa y se alarga en la calle, al calor de quienes se le asoma para animarle el trance, que ya de por sí lleva estímulos expresos, le incita a la fiesta y se juntan a la devoción que desprende la comitiva. Es un sueño de colores pero también es una filosofía completa como génesis del orden que antepasados dejaran en la más íntima entraña de cada cual cerreño que a esta consideración se adjunte. He visto dioses humanos cubriendo con lealtad esta parsimonia de estética, desde donde todo estaba en su sitio, con la misma responsabilidad y el mismo compromiso de antaño; la admiración por esta fórmula de grandeza se me quedó corta.
Ya era todo lucimiento, los colores de la tarde habían puesto aún más majestad a las esquinas, la plaza del cristo retumbaba armonía y cierto halo de misterio, los mayordomos lucían galas eternas y lucían también prestancia, eran los protagonistas que los ciclos devocionales ponían en el esplendor de los sitios de El Cerro, todo conjugado, todo vestido, todo nuevo y todo antiguo, todo animado desde la actividad de los seres que ardían en sentimientos. Los Mayordomos enseñaban una felicidad inusual, nunca sentida, nunca presentada, era una felicidad diseñada ese mismo día para consumirla toda en ese mismo trance de sus vidas. Y lucieron sus sonrisas, su paz, su complicidad con su pueblo, su identidad con las consignas del santo y de quienes custodian terciopelos y tesoros, todo un conjunto de rebeldes contra la pasividad, compromisarios del tiempo, luciendo dignidad por los costados del mundo, desde un ápice aquí a un horizonte allá, todo perfecto en la coordinación, en el trato, en el afecto. Lucieron los Mayordomos sus armónicas claves de existencia y así cumplieron el rito pero lucieron principalmente el alma, con gallardía, humildad y orgullo. Fue el tiempo de una tradición cuidadosamente conservada y mimosamente engrandecida, como para enmarcar en el mejor lugar de la memoria.

Ramón Llanes. dedicado a los Mayordomos de San Benito en El Cerro

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