RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

lunes, 14 de marzo de 2016

EL TAMBORILERO

 
EL TAMBORILERO.


Ay tamboril, tamboril,
ay tamboril qué bien suenas,
delante la Romería
de la Virgen de la Peña.

Esa tonaílla ancestral grabada en nuestras conciencias y en las más profundas sensaciones del alma, se nos viene a la punta de la lengua cada abril y nunca se queda atrás, jamás se olvida, forma parte de nosotros como la mirada, el gesto o el nombre. Los tiempos han hecho que el sonido del tamboril se convirtiera en cálido y cercano y tan nuestro por todo el itinerario que ha recorrido con nosotros desde un atrás lejano hasta donde quizá no nos alcance la memoria.
Un día prohibieron la lucidez del caballo en la Romería y nos pareció que ese detalle podría romper la tradición y acabar con una de las esencias de la Peña pero todo se desarrolló con un inusitado conformismo y la vida continuó como si nada, tan plácida, tan brillante; si algún otro día nos faltara la música limpia y rota del tamborilero inventaríamos algo para sustituirle, alguna melodía, algún timbre musical que imitara a la dulce gaita, al grave tambor, al insigne hombre-tamborilero; habría que inventar un sonido nuevo que no podría separarse un milímetro de nuestra concepción de este fenómeno cultural que se ha ligado a la simbología de la Romería como un pendón más y persiste, con los tiempos, poniéndole música al aire andevaleño, a las cornisas altas de las rocas, al monaguillo de dios, a la costumbre de los bancos de la ermita, al pozo, a la potra nueva, al paisaje, a las cristaleras, a la Casa de Fondo, al sombrero, al jinete, a la mayordomía; tamborilero de la esencias largas de este paciente mundo nuestro que se confirma a la ambrosía de la liturgia peñera cuando suena el primer silbido por las calles y se emocionan los cascos de los caballos y son ristres de alegrías las tardes que oyen el tambor como latidos infinitos.
Siempre va el tamborilero detrás del tambor, siempre sometido a su ritmo inquieto, desde esa parsimonia espaciada y linda que deja hueco al pensamiento para seguir amando todo lo que la ilusión coloca dentro del alma por esas benditas fechas. Tan, tan, tan, tan y la gaita, para que cante Pedro su plegaria, para que José Peña diga su oración, para que María pida con plenitud sus actos y sus presagios. Tan, tan, tan, tan, y la gaita, el camino, la sombra, el mulo, los ritos que se parecen siempre y siempre son iguales, la multitud, el genio del tamborilero, la comitiva, el placer, la belleza, los honores de los hombres que se sienten felices, de las mujeres que se sienten gozosas.


El tan, tan, tan, tan, de los pasos, al ritmo de la vida, el tamborilero que es el ordenador de los alientos en las calles blancas, los pistilos en las flores recién hechas, la miel en las labios por tanta exuberancia, la delicadeza de los mayordomos; tan, tan, tan, tan, y la gaita, ese pitido agudo e intrépido que toca las fibras del sentimiento, que atrapa a cualquier incrédulo que no sabe de estas ansiedades, el tamborilero en el pedestal de la espadaña, la campana a su ritmo, la palabra de afecto que cuida la unión de la familia, la amistad presta al ánimo y al abrazo, y el tan, tan, tan, tan, y la gaita con su pentagrama pequeño y sus notas largas, el tamborilero endiosado en su tarea de surtir al cortejo de banda sonora.
El tan, tan, tan, tan, y los danzaores con su mística de movimiento al compás de la espada, el tan, tan, tan, tan, de los pendones que alargan su capacidad de agrandarse y colorean los sones con esa alegría propia de saber llevarlos. El, tan, tan, tan, de la verdad, la danza, la misteriosa emoción de comprenderse desde el alma, el tan tan, de los sueños que faltan por cumplirse y de los que faltan por hacer, el tamborilero, su seña de identidad, sus años con la Virgen, su apariencia de chaqueta gris y sombrero gris, sabiéndose egregio solo en esa liturgia de la Peña, los pitidos graciosos que remedan los niños, el tamborilero tan serio como la distancia, tan pegado a la música como el silencio, tan arraigado, tan puro, tan imprescindible, como para que no se pierda de él ni siquiera la nota más desentonada o la quietud más sorda.
Tamborilero, cuidador de los enseres que guarda sinceridad en estos momentos de recogimiento, tamborilero, toca con dulzura, una vez más, la sutil plegaria de nuestros sentidos, hazla infinita en este nuevo hacer de melancolía y realidad, donde la Mayordomía es solo una sonrisa con más de tres mil caras, donde las manos son una eternidad de manos; toca tamborilero, toca la paz, anuda el afecto, deja en estos predios el bien imaginado mundo que con todo nuestro esfuerzo hemos construido, tócanos tamborilero la melodía grandiosa de los hombres y de la divinidad cuando a poco que la evocamos se hace inmensamente nuestra. Tócanos la vida, tamborilero, la vida emocionada y pacífica, que nuestros antepasados supieron darnos, tócanos tambor y gaita al ritmo de nuestro propio corazón.


Ramón Llanes.
Puebla de Guzmán. 12.marzo. 2016.

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