EL
TAMBORILERO.
Ay
tamboril, tamboril,
ay
tamboril qué bien suenas,
delante
la Romería
de
la Virgen de la Peña.
Esa
tonaílla ancestral grabada en nuestras conciencias y en las más
profundas sensaciones del alma, se nos viene a la punta de la lengua
cada abril y nunca se queda atrás, jamás se olvida, forma parte de
nosotros como la mirada, el gesto o el nombre. Los tiempos han hecho
que el sonido del tamboril se convirtiera en cálido y cercano y tan
nuestro por todo el itinerario que ha recorrido con nosotros desde un
atrás lejano hasta donde quizá no nos alcance la memoria.
Un
día prohibieron la lucidez del caballo en la Romería y nos pareció
que ese detalle podría romper la tradición y acabar con una de las
esencias de la Peña pero todo se desarrolló con un inusitado
conformismo y la vida continuó como si nada, tan plácida, tan
brillante; si algún otro día nos faltara la música limpia y rota
del tamborilero inventaríamos algo para sustituirle, alguna melodía,
algún timbre musical que imitara a la dulce gaita, al grave tambor,
al insigne hombre-tamborilero; habría que inventar un sonido nuevo
que no podría separarse un milímetro de nuestra concepción de
este fenómeno cultural que se ha ligado a la simbología de la
Romería como un pendón más y persiste, con los tiempos, poniéndole
música al aire andevaleño, a las cornisas altas de las rocas, al
monaguillo de dios, a la costumbre de los bancos de la ermita, al
pozo, a la potra nueva, al paisaje, a las cristaleras, a la Casa de
Fondo, al sombrero, al jinete, a la mayordomía; tamborilero de la
esencias largas de este paciente mundo nuestro que se confirma a la
ambrosía de la liturgia peñera cuando suena el primer silbido por
las calles y se emocionan los cascos de los caballos y son ristres de
alegrías las tardes que oyen el tambor como latidos infinitos.
Siempre
va el tamborilero detrás del tambor, siempre sometido a su ritmo
inquieto, desde esa parsimonia espaciada y linda que deja hueco al
pensamiento para seguir amando todo lo que la ilusión coloca dentro
del alma por esas benditas fechas. Tan, tan, tan, tan y la gaita,
para que cante Pedro su plegaria, para que José Peña diga su
oración, para que María pida con plenitud sus actos y sus
presagios. Tan, tan, tan, tan, y la gaita, el camino, la sombra, el
mulo, los ritos que se parecen siempre y siempre son iguales, la
multitud, el genio del tamborilero, la comitiva, el placer, la
belleza, los honores de los hombres que se sienten felices, de las
mujeres que se sienten gozosas.
El tan, tan, tan, tan, de los pasos, al ritmo de la vida, el
tamborilero que es el ordenador de los alientos en las calles
blancas, los pistilos en las flores recién hechas, la miel en las
labios por tanta exuberancia, la delicadeza de los mayordomos; tan,
tan, tan, tan, y la gaita, ese pitido agudo e intrépido que toca las
fibras del sentimiento, que atrapa a cualquier incrédulo que no sabe
de estas ansiedades, el tamborilero en el pedestal de la espadaña,
la campana a su ritmo, la palabra de afecto que cuida la unión de la
familia, la amistad presta al ánimo y al abrazo, y el tan, tan, tan,
tan, y la gaita con su pentagrama pequeño y sus notas largas, el
tamborilero endiosado en su tarea de surtir al cortejo de banda
sonora.
El
tan, tan, tan, tan, y los danzaores con su mística de movimiento al
compás de la espada, el tan, tan, tan, tan, de los pendones que
alargan su capacidad de agrandarse y colorean los sones con esa
alegría propia de saber llevarlos. El, tan, tan, tan, de la verdad,
la danza, la misteriosa emoción de comprenderse desde el alma, el
tan tan, de los sueños que faltan por cumplirse y de los que faltan
por hacer, el tamborilero, su seña de identidad, sus años con la
Virgen, su apariencia de chaqueta gris y sombrero gris, sabiéndose
egregio solo en esa liturgia de la Peña, los pitidos graciosos que
remedan los niños, el tamborilero tan serio como la distancia, tan
pegado a la música como el silencio, tan arraigado, tan puro, tan
imprescindible, como para que no se pierda de él ni siquiera la nota
más desentonada o la quietud más sorda.
Tamborilero,
cuidador de los enseres que guarda sinceridad en estos momentos de
recogimiento, tamborilero, toca con dulzura, una vez más, la sutil
plegaria de nuestros sentidos, hazla infinita en este nuevo hacer de
melancolía y realidad, donde la Mayordomía es solo una sonrisa con
más de tres mil caras, donde las manos son una eternidad de manos;
toca tamborilero, toca la paz, anuda el afecto, deja en estos predios
el bien imaginado mundo que con todo nuestro esfuerzo hemos
construido, tócanos tamborilero la melodía grandiosa de los hombres
y de la divinidad cuando a poco que la evocamos se hace inmensamente
nuestra. Tócanos la vida, tamborilero, la vida emocionada y
pacífica, que nuestros antepasados supieron darnos, tócanos tambor
y gaita al ritmo de nuestro propio corazón.
Ramón
Llanes.
Puebla
de Guzmán. 12.marzo. 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario