RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

martes, 8 de marzo de 2016

MIS JUEVES CON TERESA

Mis jueves con Teresa

Fue a la hora de los lánguidos deseos cuando nos presentamos cubiertos de esperanzas para iniciar el diario que nos habíamos prometido. Ella contaría, yo escribiría con rigor sus venganzas y sus victorias. Todos los jueves; lápiz, cuaderno y la tarde de todos los jueves, así habría de ser por exigencias del guión pactado.
Mi teoría de la libertad no consentía confesiones, yo no quería ser confesor de Teresa, tampoco admitiría que me utilizara para sus desviaciones terapéuticas, tampoco para trazar líneas abstractas en el cielo colmado de estrellas. La misión quedó dibujada en nuestra primera conversación: “si te gusta escribir, escribe de mí, los jueves por la tarde”, y hasta hoy jueves, veintitantos de octubre, primera vez.
Yo no sé de qué ansían hablar las mujeres de cuarenta años en una tarde de jueves, en un paseo lunar por cualquier orilla de cualquier playa, no lo sé. Ignoro qué especial angustia enloquece a una mujer hermosa para buscar un silencioso escritor para que escriba sus credos, sus pasiones y sus mentiras. Teresa llegó con una esplendorosa mirada de infinitos y un chal rojo; el pelo suelto y aún más suelta la voz.
Estuvimos treinta y dos jueves llenando páginas y actualizando recuerdos. A veces me pareció loca, otras veces la creí diosa, las más de las veces me contaba una historia incierta, que inventaba para el diario o para ella misma. Teresa hablaba en el mar, no atendía la insinuación de las olas ni las mías, se refugiaba en su palabra, que era su único misterio. Pasé momentos de mucho placer y emociones oyendo de Teresa cómo engrandeció su vida y cómo nunca sucumbió al desánimo.
En la última página del cuaderno conservo una relación de mis aprendizajes con Teresa; ella desapareció de esta “imaginería de santificados mártires y dolorosos sinverguenzas” –era su frase– una tarde de jueves después de la sesión ordinaria de nuestra entrevista.
A Teresa la he buscado desde entonces en los andenes, en las soledades, en los miedos, en las insatisfacciones y hasta en el aire. Teresa dejó de existir en aquella noche de sonrisas, acaso fuera un fantasma creado por mi retorcida mente como excusa para escribir “un diario de nadie”.

RAMÓN LLANES. (SECUENCIAS DEL MÁS ADENTRO)

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