FANDANGO DE CULTO
El arte de cantar bien y de
interpretar con limpieza y ortodoxia nuestro fandango entraña dificultades que
solo con un aprendizaje adecuado, un largo proceso vivencial y una constante
práctica, puede conseguirse, si se ha salvado el nivel de cualidad innata
imprescindible para alcanzar un grado artístico de cierta excelencia. El
Andévalo está sembrado de esa magia que solo imprime el terruño. Es difícil
perder el tono u olvidar los estilos, es casi imposible que alguien de Alosno,
Paymogo, Villanueva de las Cruces o Tharsis, no se atreva a canturrear un
fandango.
Es sin embargo el arte algo bien
distinto a la simple osadía del canturreo; arte es subirse a la falseta más
alta, mecer allí las notas, dulcificar la tristeza o engrandecer la gloria,
entablar una confianza de afinamiento con la garganta y conseguir la aceptación de los entendidos y
la emoción del resto. El fandango es un cante de culto cuando lo “dice” Plácido
González. Él lo lleva a esa inmensidad, lo atarea, lo embelesa, lo domina y lo
distribuye, desde la pureza a la pureza, siempre. Y después de escuchar con
atención y cierto conocimiento su nueva obra (la de Plácido), me requiero
escribir de aquello y de aquel que forman parte de mi entusiasmo hasta llegar y
preservar las fibras más íntimas de un escuchante aficionado también empeñado
en su proclama.
Todo cuanto puede sentirse en una
vida, -la emoción, el éxtasis, la sensibilidad, el deseo, el romanticismo-,
todo lo transmite una voz perfecta formulando al aire un fandango cuando es
Plácido quien lo “larga”. Esta facultad no es exclusivamente suya, (podría
enumerar una lista de quienes son capaces de conseguirlo), pero él posee un
juego tan perfecto coordinado entre tono, timbre, capacidad, melodía de voz y
expresión artística que lo arrastran a este culto referido. Para más adveración
de cuanto escribo aconsejo su pausado disfrute en cualquier momento; sabrá,
quien lo haga, de la sensualidad que genera un fandango alosnero y entenderá lo
que digo.
Ramón Llanes 14.3.14.
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