BUENAS
NOTICIAS
Se va
moviendo el mundo con su sincronización prevista, sus aleteos y sus
sobresaltos, arrastrando a cuanto cieno, viento o calma encuentra en su devenir
exacto, otorgando al engranaje ese adjetivo de perfección que nos parece
deducir de los hechos que le incitan y antes de formular causa de culpa siempre
concedemos alto nivel de tolerancia y resolvemos que vivir es un deleite y que
la máquina mundo tiene una mecánica excelente y nunca decaerá ni desentonará en
el universo.
Craso error,
que algo de inutilidad se pudre en los adentros o en la estructura al no ser
capaz al menos de aportar al humano que lo habita un listado habitual de
sensaciones que ofrezcan acaso mínimas causas de placer.
El reparto de la buena noticia, para alegrar el aire y el cuerpo juncal del
personal de a pie, brilla en la opacidad y en la ausencia. Que si ayer el
tornado, que si “antié” el maltrato, que si hoy los corruptos, que si mañana
más desempleo, que si pasado mañana y el otro más sobre independencias y tropelías,
que si siempre el sobresalto para los ejercientes de los derechos. Mundo con
las frigorías excesivas altas.
Apostar, aún
con este panorama, por el regusto de la buena noticia y la facultad para
transmitirla, ocasiona un extraño impulso que empuja a seguir deseando la
vivencia. Buscar una ocasión en el caos y llenarla de la vulgaridad de una
pasión por la suculencia de propuestas limpias, ajenas al trasiego endémico de
la podredumbre. Inventar la noticia, inventar el sentido de la regeneración,
inventar los colores, las fechas, los besos; inventar una lista cotidiana de
afanes o de sueños, por ejemplo. Cómo se hace, cómo se llega a una conclusión
casi imposible con tanta traba de por medio, cómo enfajarse para tan utópica
tarea. No lo sabemos. Hemos perdido los rumbos de la felicidad colectiva, no lo
sabemos. Es imprescindible estar cerca de la buena noticia y fundamentar con
ella un futuro menos escandaloso. Si puede ser.
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