ILEGALES.
La fresa es el Dios de las pateras, de todos los hombres que se mojan
la espalda o se sortean la vida con tal de merendarse un sueño, siendo que el
sueño es solo comer, dormir, andar, mirar, amar; y se arrancan las legañas y
algunos tienen la suerte de despertarse en un campo de fresones que les
necesita. Mas nunca su utilidad está conciliada con el trabajo, precisan
renglones que no poseen, sellos que no se pusieron, papeles que no existen. Y
allá el campo de fresas que les llama desde la premura, el hombre subsahariano
que abre la boca en solicitud de auxilio, el capataz que le requiere con una
legalidad que no encuentra hasta que hartos un día y otro de necesidades, ambos
acuerdan acercarse en contra de las normas que lo impiden.
Aún no es sabido en los campos de Huelva que los ilegales pueblan las
cosechas y las levantan y les dan su salida natural. Y los empresarios son
ahora quienes se juegan los sueños. O pretender solo el sueño, con fruta en
mata, o alcanzar vivir proporcionando algo de sustento y bienestar a ilegales
sacando la fruta. Un dilema maldito que persigue a los empleadores, saber
discernir entre humanidad y legalidad, la elección es la correcta. Acaso, aún
hoy que tanto se vigila, la cosecha quedaría seca si faltara mano de obra sin
papeles. Ningún ser humano es ilegal. Presumo y deseo que alguien me habrá
entendido.
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