LO DIJO EL TIEMPO
El hombre escribió sus versos en una piedra. Y dijo que su casa era
pequeña, nada más dijo de su casa, nadie leyó sus versos, nadie visitó su casa.
Con la edad viciosa de tanto manosearla se perdió en los prolegómenos de una
tarde de abril en el malecón de su tierra desnuda; desnudo él de miserias,
tragó la inclemencia de sus sueños incumplidos e intentó borrarse las huellas
del agua hasta que gritó tiempo en la desesperación de un bandido.
Fue un impulso de aprendiz, un fatuo intento por salvarse; dijo que se
le acababa el tiempo como la manzana o la ilusión, y dijo que no volvería a
buscar granos para los gorriones de su ventana ni a mezclarle ternura con el
riego a las flores del jardín; se quedó en la dicha de su orgullo, le resbaló
la prisa. Luego lo dijo el tiempo, dijo de él cuanto nadie sabe.
Allá buscan los pájaros el sentido a lo necesario por donde decora la
mañana la sombra del chopo y es la hierba inacabada quien no opone placer al
pisoteo ni a las hojas. El hombre, aquel hombre, escribió versos en la playa,
para que fueran borrados por la marea del tiempo, para que nadie le desanimara
a seguir poniendo palabras unas tras otras y le tacharan de iluso y le taparan
las manos. Y dejó el nombre de los pensamientos y de los cansancios; no se fue,
para defraudar a quienes nunca le esperaron. Aún escribe versos en las piedras.
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