POETIZAR EL TRÁFICO
Cómo de pronto en un cruce, -dígase
cualquiera, póngase uno de los muchos que se distinguen aquí, tan cerca de
nosotros como el aliento- alguien sabe que llevando el coche no puede parar
encima exacto del paso de peatones, no vale hacerlo quien llegue primero; o de
pronto si circulas con ansias de todo, entender que el semáforo -artilugio tipo
gigante con tres cabeceras de colores- advierte con el ámbar un descansito a la
prisa y así “de paso” los peatones cruzan creyendo en la seguridad; o de pronto
que el respeto por las zonas que están destinadas a vehículos sean para
vehículos y por allí los viandantes -también se nos llama de esta manera- nunca
expresen el paseo en calma de la tarde.
Si como tal se describe fuere la vida en esta
ciudad que habito existiría conciliación entre ciudadano a pie, ciudadano a
coche y elementos de tráfico; sería algo poético, tendría belleza este orden,
porque desde aquí cada usuario del medio impondría un método en vez de acatar
una norma; sería también estético observar que se enciende un semáforo, se
detienen los vehículos, cruzan los peatones; la ciudad tendría el ritmo de un
soneto y una rima continuada en asonante prólogo de convivencia, bienestar como
epílogo; sería poetizar el tráfico.
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