RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

domingo, 6 de abril de 2014

PITERILLA


PITERILLA.


Cualquier lugar es bueno para una estancia. Mejor es el tiempo con el sitio y sus aledaños configurando el sentido estético y glotón de la vida en esta ciudad tranquila y frágil. Es mejor la vivencia que en lugares de tumultos y ruidos. A pocos pasos encuentras el saludo, luego la mirada, las gentes que te son conocidas, las caras que se te arriman en la mañana varias veces y te tropiezan una complicidad de confianza. El lugar no lo es todo pero es mucho más que un simple tramo de hileras de pisos y balcones o mucho más que una general escalinata con enredaderas.
El lugar es La Piterilla, sembrada de sombras en las luces tempranas y de claros en la tarde, verdes salteados de tonalidades distintas, rojizo el temblor de las parejas amantes que se entrenan en los tenderetes de hojas, listo el olor a bodega, compañeras las tertulias. Es como un rincón de relojes perdidos incipientes de prisas y locos por volver. Y una vez pronosticado el precio de su amabilidad en cualquier estación, los bancos te hacen señas de hospitalidad, te refunfuñan las idas y te atraen. Hablan de descanso en el transcurrir cotidiano y consignan los crecientes de una sonrisa al pasar, como gesto de confidencia.
Piterilla , ciega al desequilibrio de la voluntad de más abajo donde los motores se pegan por llegar primero, renace en un rumbo atrevido de oasis desafiando a vulgaridades y estorbos. En ladrilletas y blanco, arcos y barandas, asomos y silencios; en custodia perenne de la egregia tributación al gris de la sombra, Piterilla, absorbe y descorcha cultos al paseo y al templete, como madrina del tiempo o manijera de las botas, algo más que recibir cierta fragancia de manzanilla y beber en la solapada atención de los pájaros trovos. En misión de charlas vienen los oradores al templo del lugar, arriba de la cuesta, antes de la esquina. No trepan cargos ni ansían poderes nuevos porque atienden por sus nombres propios y sus ademanes siempre conducen a la amistad. Nadie pierde turno por tardío, nadie se marcha sin la espera.
Al otro lado se circunda un dos de mayo que más bien es plaza del Piojíto convertida en alegoría romana que tampoco le afea. Y al fondo, la rúbrica onubense de un cabezo de ocre ensimismado en los crespones y en las dalias de la fantasía, y también en la mar oliendo a río. Y al otro fondo toda la fanega de trazos de vida y de organigrama de ciudad, pero allí, la Piterilla, elevada y transcrita de un pasado de juegos.
En este recorte de pliego imprentado a la paciencia del lector, las cosas se vuelven pequeñas por la distancia y el transistor de la letra intenta sufragar los gastos del espacio, por eso ha traído gráficos de valor a la página. En ellos, los símbolos de la ciudad que amamos. Y al otro fondo, con el horizonte de agua pegando en la vista, el pulso del andar, la tensión subiendo y bajando al ritmo de los pies, la razón convirtiéndose en loma para alcanzar y los socios de esta Piterilla internando en una copa toda la locura admitida de los mejores placeres. Esos de la sombra, la estancia, la fe de los novios, la enredadera caída, las barandas y los saludos de las gentes que te conocen. Cosas de la Piterilla.



Ramón Llanes.

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