EL CIROCHO.
Un sonsonete bucólico de tamboril y
flauta acompasa los movimientos impulsivos de giros graciosos, de pasos que
avanzan y retroceden en danza contagiosa...es el cirocho. Serena el alma de los
mayores en una oración de calma, en un reto a la vida para poder seguir, para
renacer, para resucitar, para andar a fuego rápido los tránsitos de
piedralbero...es el cirocho. Templa el paso de los caballos en una rutina de
predestinación digna de encomio...es el cirocho. Es el cirocho quien describe el
despertar de los más pequeños en mañanas de viveza y compostura inquieta, es el
cirocho quien entretiene al niño, allá en su morada de Osma, es el cirocho la
culpa, la razón, la idea.
A
cirochos han de oler las casas santas de los pueblos nuestros, amigados por la
solidaridad de la Madre y a cirochos las espuelas, los tejados, las calamidades
pequeñas y a cirochos los cantares. No quedará en calle ni “legío” puerta o
matorral que se presten a una indiferencia de cirochos porque todo el ámbito ha consumido el tiempo
necesario para estar ahora y pronto acechando la misión del niño en la danza,
el cirocho fiel que nunca falta, que siempre adora.
Se
han levantado las sombras de una tarde sin prisas, están los regajos como
abiertos a las aguas y, si es que llueve, llevarán los barrancos miles de
olores entre la bracería y los colmados
y los potros sabrán relinchar en el mismo rito, como actores en la suculencia
teatral de esta notoria calidad de cirochos pregonando sencillamente la fe.
Ya
nada falta para la gloria que los comensales de la vida se han dormido en los
senos cálidos de Osma, ermita y espadaña se entrenan en carantoñas y Piedras
Albas viene al lugar del corazón con cada uno y le insinúa el sonsonete
bucólico del cirocho.
José Manuel Rodriguez
Gómez.
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