PREGÓN A LA FERIA DEL LIBRO DE NERVA
En el pensamiento carnal de sus quimeras
presto en el deber del libro, arrima
el bozal el asno avieso y al sitio llega
y a los ojos de todos él se imagina
falaz felón de asuntos que domina
la verdad de su verdad en letra llena,
a fin de resolver si aquello que le apena
es de no tener afán por la sabiduría
y ser incapaz de leer como querría
las obras que los siglos contuvieran
y en legajos los tiempos guardarían.
Válgale al asno osado su osadía
de querer aprender de lo imposible
que a lo imposible un asno no podría
llegar y ser también como el hombre, libre,
y andar por la corte extraña de esta fantasía
jugando a ganar y a ser un animal sensible
que tuviera el grande don de la alegría
y entender de las cosas invisibles
y de sueños, de amor y de poesía.
Pero el asno, astuto como el hombre,
tenaz como el dolor, ocupa el trono
y haciendo honor, como un tesoro,
saca del asnal gremial de todo el orbe
la gran fortaleza que
hace al toro,
se libra de la estridencia de los nombres
y con locuaz ardid, en este
foro,
recita su pregón para que dios se asombre
si es que dios distingue lo banal de lo sonoro.
Y será en Nerva de libro y de pregón
donde los hados –reunidos en el coro-
recitarán líricamente lo mejor
con mejor voz, con valor y con decoro
para hacer tan brillante esta función
que parezca de metal y sea de oro.
Que desde el Ventoso en versos de diario
o desde El Peral con prosa de salón
suene a palabra y surjan comentarios
que añadan importancia a la emoción,
con tal solvencia podrá comparecer
el digno pregonero de ocasión
si se quedan en el Pozo de Bebé
su acierto, su mensaje, su expresión,
y todo su respeto escrito con pasión
halago sea en la Fuente de Tomé
o en llano del cine o en Pelambre
o en la fiesta de San Bartolomé
cuando apriete el calor y en el alambre
descansen los vencejos otra vez.
El arte, aquí, es costumbre eterna
desde tiempo atrás tan bien cuidado,
suenan un pasodoble y un piano
que son la melodía interna
que dos dioses nervenses han aportado,
y es la inspiración en el pincel,
la metáfora de Morón que
se ha quedado
inscrita en la mina y en el tren,
la luz de Vázquez Díaz hecha hermosura
o la genial expresión de Labrador,
¡cuánta verdad en las figuras
que a esta tierra ennoblecen de esplendor!,
ellos son los libros que perduran
y a Nerva le dan peso y cultura,
sobranza, garantía, satisfación.
Cuando menos lo esperéis
yo me perderé en la mina
una noche para siempre.
Por sendas de sombra helada,
por las entrañas del mundo
buscando el alma del agua,
¡para siempre! ¡Para siempre!
Hasta quedarme dormido,
allí, donde el agua dice
la canción que nadie ha oído.
Con rabia lo escribió José María
en su Minero de estrellas,
un nervense forjado en galerías,
en poemas de sudor y mina
donde dejó su expresiva huella.
Sabiendo de esto el asno-caballero
se propone ponerle joyas importantes
para más lucirse como pregonero
y poder recibir más adelante
el aplauso como premio verdadero
y a ello fuese con arte y con salero
para contar en verso con métrica, rima y armonía
cuanto de libros sabe el puñetero.
Y cuenta el asno con temple y sin aperos
la historia de aquel que tanto hacía
como buen amante y sombrerero.
A los
pies de un devoto franciscano
acudió
un penitente – “Diga hermano,
qué
oficio tiene?.
-Padre,
sombrerero.
-Y qué
estado?.
-Soltero.
-¿Y cuál
es su pecado dominante?
-Visitar
a una moza.
-¿Con
frecuencia?.
-Padre
mío, bastante.
-¿Cada
mes?
-Mucho
más.
-¿Cada
semana?.
-Aún
todavía más.
-¿La
cotidiana?.
-Hago
dos mil propósitos sinceros…
-Pero
dígame hermano, claramente, ¿dos veces al día?
-Justamente.
-Pues
¿cuándo diablos hace los sombreros?.
Intenta reír el asno la ocurrencia
del afamado fabulista Samaniego
y le sale un rebuzno de imprudencia
que resulta gracioso a los presentes
por tratarse de un asno sin complejos
o por complacer al asno vanamente.
Piensa que será su pregón más apropiado
si cuenta respetuosamente
todo lo ya dicho, lo ya contado,
lo que otros escribieran sabiamente
y en gloria quedara bien guardado
como quedará este pregón en vuestras mentes.
Y vienen en consonancia al corazón
los versos amados que leyera
del lírico poeta Juan Ramón
en tardes de ocasos y praderas,
de solanas, de voces que se oyeran
sin entendimiento y
sin razón
cuando llamaran los
amores a las puertas
de los ojos y acaso
ellos fueran
los espejos del
alma, la canción,
las cosas que son de
primavera
en este viaje
compuesto para dos.
-No era nadie.
-El agua.
-¿Nadie?.
-¿Qué no era nadie el agua?.
-No hay nadie. Es la flor.
-¿No hay nadie?. Pero, ¿no es nadie la flor?.
-No hay nadie. Era el viento.
-¿Nadie?, ¿No es el viento nadie?.
-No hay nadie. Ilusión.
-¿No hay nadie?, ¿Y no es nadie la ilusión?.
En el silencio cubil del convento
frótase Fray Damián de ilusión las manos
que incluso en tiempos tan pasados
también el amor curaba el sentimiento
y díjose el truhán en sus adentros
que probar quisiera tan sutil pecado
y sin saber que hoy lo hemos recordado
corríose el fraile su aventura presto
de aquí, de allá, buscando en todos lados
la carne que le diera placer al corrimiento.
Y hallándola, invocó a dios, buscó el contento
que al cabo del día encontró lo tan soñado.
Y díjolo así, al volverse del evento,
con voz alegre y corazón cansado.
Esta
mañana, en dios y enhorabuena,
salí de
casa y víneme al mercado;
ví un
ojo negro al parecer rasgado,
blanca
la frente y rubia la melena.
Llegué y
le dije: “Gloria de mi pena,
muerto
me tiene vivo tu cuidado,
vuélveme
el alma, pues me las robado
con ese
encanto de áspid o sirena”.
Pasó,
pasé, miró, miré, vio, vila;
dio
muestras de querer, hice otro tanto;
guiñó,
guiñé, tosió, tosí, seguíla,
fuése a
su casa y sin quitarse el manto,
alzó,
llegué, toqué, besé, cubríla,
dejé el
dinero y fuíme como un santo.
Han sido los poetas en esto de escribir, valientes,
que de todo han dicho en sus poemas,
el juglar del amorío hablara poniendo en boca de la gente
palabras de emoción y cortesía
para que luego cada cual contara
aquello que a su caso convendría
o aquello más necesitado que fuere conveniente
al rato, al disfrute, al canto más ferviente
o a la oda más prolija que pareciere poesía.
Con acierto se ha manchado el universo
de los libros de metáforas nuevas cada día
y han gozado tanto que el acierto
fuese para otros venideros la ambrosía,
por eso el asno a su pregón le ha puesto
un poco de brutalidad, algo de sexo,
mucho de saber y un tono peculiar de simpatía
a fin de lograr, que como él, se fuere mengano por derecho
a escoger cualquier libro que en el establo leería
para zamparse entre espalda y pecho
un mucho de cultura que lustre diera a su vida
y quedara su corazón más satisfecho.
Bien conoce el asno esta holgazanería
que tiempo y hambre a ella dedicara
en noches oscuras entre desvelo y paja
encerrado a la sazón en cama fría.
Y adviértase que el asno sobradamente sabe
que no tienen los asnos pensamientos
que en esto de amar bien pareciera
que torpe es como son sus movimientos
y que faltos están de dosis de ternuras,
a bien que se jactara de otras travesuras
no sabidas por otros y sí por el jumento.
Y dicen que de cabeza va siempre muy sobrado
en cantidad, que no en inteligencia, de momento,
a lo que el asno, notablemente cabreado
cuenta la historia que de tres siglos pasados
le contaron un día de
mucha lluvia y mucho viento.
Un pescador,
vecino de Bilbao,
cogió,
yo no sé dónde, un bacalao.
-¿Qué vas
a hacer conmigo?
(el pez
preguntó con voz llorosa).
Él
respondió:
-Te
llevaré a mi esposa,
ella con
pulcritud y ligereza
te
cortará del cuerpo la cabeza,
negociaré
después con un amigo
y si me
da por ti maravedíes
irás con
él a recorrer países.
-¿Sin cabeza?,
¡Ay de mi! (gritó el pescado).
Y
replicó discreto el vascongado.
-¿por
esa pequeñez te desazonas?.
Pues hoy
viajan así muchas personas.
“Vengo de aprender lo no aprendido
que el tiempo al saber ayuda
y pone –donde torpeza hubiera- la cordura”.
-díjose para sí el borrico-
y empezó como empieza la razón
a divagar de cómo se sirvió de la lectura
de Machado y aprendiera versos con atino
para decirlos con plena convicción
donde le oyeran esos sabios que el destino
inventa para cada causa y ocasión.
Bueno es
saber que los vasos
nos
sirven para beber,
lo malo
es que no sabemos
para qué
sirve la sed.
No es burro quien esto estudia
con el ansia de aprender,
más cerca del asno está
quien la sapiencia repudia
afamado en el bozal.
Y metidos en la sed
recurre a la sazón de recordar
la vieja historia que al pasar
por una senda, al hombre sucediole
encontrando a una mujer.
-Buenas
noches,
¿solicita
usted mi casa?.
-No,
perdóneme…al azar
por el
camino pasaba
y es
tanta la sed que tengo
que al
mirar por su ventana
el hilo
tenue de luz
que
hasta el camino llegaba
para mi
cansancio y sed
fue su
luz una llamada,
¡si
fuera usted tan amable!,
-¿descansar
quiere?.
-¡Quiero
agua!.
Muchas
noches, en la sombra,
desde el
camino miraba
con
ansiedades de fiebre
aquella
figura blanca
de mujer
que, extrañamente,
-no sé
por qué- me hechizaba.
¡El vaso
con agua fresca
me
ofreció con tanta gracia!,
¡Eran
tan puros sus ojos
y tan
dulce su mirada!,
¡tan
cerca de mi se vino,
había
tanta confianza
en el
gesto con que el brazo
blanco y
mórbido alargaba
que se
me apagó la sed
antes de
beberme el agua!.
Es la poesía que va rindiendo homenaje a la vida,
qué mejor que los sueños soñados,
que los versos que hicieron que fueran heridas,
palabras hirientes, dolencias, o dolor pasado,
qué mejor que un agua de fuente, que una mirada,
que un cielo que brilla estando nublado
cuando surge el amor que se inspira
en lágrimas de fuego que se anegan en una esperanza,
qué mejor que nosotros evocando lo más olvidado,
qué mejor que los sentimientos profundos del alma,
qué mejor que un asno con esto de amar, entregado.
¿Tú conoces al "Piyayo",
un viejecillo renegro, reseco y chicuelo;
la mirada de gallo
pendenciero
y hocico de raposo
tiñoso...,
que pide limosnas por "tangos"
y maldice cantando "fandangos"
gangosos...?
¡A chufla lo toma la gente,
y a mí me da pena
y me causa un respeto imponente!
Ata a su cuerpo una guitarra,
que chilla como una corneja
y zumba como una chicharra
y tiene arrumacos de vieja
pelleja.
Yo le he visto cantando,
babeando
de rabia y de vino,
bailando
con saltos felinos,
tocando, a zarpazos,
los acordes de un viejo "tangazo":
Y el endeble "Piyayo" jadea,
suda..., y renquea,
y, a sus contorsiones de ardilla,
hace son la sucia calderilla.
¡A chufla lo toma la gente!
A mí me da pena
y me causa un respeto imponente.
Es su extraño arte
su cepo y su cruz,
su vida y su luz,
su tabaco y su aguardentillo...,
y su pan y el de sus nietecillos;
"churumbeles" con greñas de alambre
y panzas de sapo,
que aúllan de hambre
tiritando bajo los harapos;
sin madre que lave su roña;
sin padre que "afane",
porque pena una muerte en Santoña;
sin más sombra que la del abuelo...
¡Poca sombra, porque es tan chicuelo!
En El Altozano
tiene un cuchitril
-¡a las vigas alcanza la mano!-,
y por lumbre y por luz un candil.
Vacía sus alforjas
-que son sus bolsillos-.
Bostezando, los siete chiquillos
se agrupan riendo.
Y, entre carantoñas, les va repartiendo
pan y pescao frito
con la parsimonia de un antiguo rito:
-¡Chavales!
¡Pan de flor de harina!...
Mascarlo despacio.
Mejó pan no se come en palasio.
Y este pescaíto, ¿no es na?
¡Sacao uno a uno del fondo der má!
¡Gloria pura é!
Las espinas se comen tamié,
que tó es alimento...
Así..., despasito.
Muy remascaíto.
¡No yores, Manuela!
Tú no pués, porque no tienes muelas.
¡Es tan chiquitita
mi niña bonita!...
Así despasito.
Muy remascaíto,
migaja a migaja -que dure-,
le van dando fin
a los cinco reales que costó el festín.
Luego, entre guiñapos, durmiendo,
por matar el frío, muy apiñaditos,
la Virgen María contempla al "Piyayo"
riendo.
Y hay un ángel rubio que besa la frente
de cada gitano chiquito.
¡A chufla lo toma la gente!...
¡A mí me da pena
y me causa un respeto imponente!
De la realidad
su más trágico espasmo,
el hombre
impotente que con valentía
va retando a
las sombras y con su porfía
le pone toda
la razón al entusiasmo
por si acaso
con suerte y con osadía
ganara muchos sueños “pa” sus gitanillos
y siguieran
soñando con hambre “perdía”
cantando los
tangos con las melodías
las voces
alegres de siete chiquillos.
Prosaica duele
también a fango la memoria
cuando se toca
con la mano el desencanto,
ha de surgir
entonces del fondo la victoria
para creer en
los versos sin los llantos,
buscar en el
magno recuerdo de la historia
con prontitud,
antídotos de encanto,
buscar en
Bécquer su mensaje intacto
a la desazón
la puerta giratoria.
No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira; podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía.
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías; mientras haya en el mundo primavera, ¡habrá poesía!
Mientras sintamos que se alegra el
alma,
sin que los labios rían; mientras se llore sin que el llanto acuda a nublar la pupila;
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran; mientras responda el labio suspirando al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas; mientras exista una mujer hermosa ¡habrá poesía! |
Y queda el
lírico proceder evidenciado
en un solo
poema con maestría escrito
como quedan
los silencios empeñados
en renacer
desde todos los sonidos.
Quiebra la
noche en lista de amargura
y en el pajar
tropiezan desolados
los raros
pensamientos del borrico,
es un mundo
donde la luna oscura
enluta el
pesebre de oscuro desombrado
y mienten con
verdad de luces los ruidos.
Ruge el amor
en el amar de adentro,
por las
agallas asoma el sol desordenado
y empiezan los
cantos de los hombres
a deshacer la
niebla y amanecer los trigos,
cuchichean los
vientos dislocados,
vuelan de dos
en dos todos los pájaros
y huye la noche somnolienta del cortijo
cuando se
acerca la nacencia de este parto
como danza de
locura de Chamizo.
Toito lleno de
tierra
le levanté del suelo,
le miré mu despacio, mu despacio,
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!,
hijo dambos, hijo nuestro...
Ella me le pedía
con los brazos abiertos,
¡Qué bonita qu´estaba
llorando y sonriyendo!
Venía clareando;
s´oïan a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un regacho d´agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano, más güeno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.
Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj´una encina
del camino nuevo.
Icen que la nacencia es una cosa
que miran los señores en el pueblo;
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico
le levanté del suelo,
le miré mu despacio, mu despacio,
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!,
hijo dambos, hijo nuestro...
Ella me le pedía
con los brazos abiertos,
¡Qué bonita qu´estaba
llorando y sonriyendo!
Venía clareando;
s´oïan a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un regacho d´agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano, más güeno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.
Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj´una encina
del camino nuevo.
Icen que la nacencia es una cosa
que miran los señores en el pueblo;
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico
Asina que nació besó la tierra,
que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
y jue la mesma luna
quien le pagó aquel beso...
¡Qué saben d´estas cosas
los señores aquellos!
Dos salimos del chozo,
tres golvimos al pueblo.
Jizo dios un milagro en el camino:
¡no podía por menos!
De vida los versos
otra vez,
de cosas imposibles
que suceden
en las tierras
solitarias,
a impotencias se
atreven
quienes locamente
aman
y los libros están con
los sucesos
y están con las
palabras,
los libros son
quienes beben del acontecer
en cualquier idioma
o habla,
en extremeño castúo
también,
los libros son
los perfectos espejos
del alma.
Señol jues, pasi usté más alanti
y que entrin tos esos,
no le dé a usté ansia
no le dé a usté mieo...
Si venís antiayel a afligila
sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s'ha muerto!
¡Embargal, embargal los avíos,
que aquí no hay dinero:
lo he gastao en comías pa ella
y en boticas que no le sirvieron;
y eso que me quea,
porque no me dio tiempo a vendello,
ya me está sobrando,
ya me está gediendo!
Embargal esi sacho de pico,
y esas jocis clavás en el techo,
y esa segureja
y ese cacho e liendro...
¡Jerramientas, que no quedi una!
¿Ya pa qué las quiero?
Si tuviá que ganalo pa ella,
¡cualisquiá me quitaba a mí eso!
Pero ya no quio vel esi sacho,
ni esas jocis clavás en el techo,
ni esa segureja
ni ese cacho e liendro...
¡Pero a vel, señol jues: cuidaíto
si alguno de ésos
es osao de tocali a esa cama
ondi ella s'ha muerto:
la camita ondi yo la he querío
cuando dambos estábamos güenos;
la camita ondi yo la he cuidiau,
la camita ondi estuvo su cuerpo
cuatro mesis vivo
y una nochi muerto!
¡Señol jues: que nenguno sea osao
de tocali a esa cama ni un pelo,
porque aquí lo jinco
delanti usté mesmo!
Lleváisoslo todu,
todu, menus eso,
que esas mantas tienin
suol de su cuerpo...
¡y me güelin, me güelin a ella
ca ves que las güelo!...
Con lágrimas se llenan los llantos del agua,
acechan con ansias y “jieren” los besos
y va destrozando la tránsfuga
muerte
las amables llamas que arden por dentro
y matan amores y acaban misterios
y quedan soledades y vidas inertes
sobradas de penas, locas de silencios.
Puedo escribir los versos más tristes
esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin
ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera
guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A
lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos
árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto
la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis
besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez
la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre
mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el ultimo dolor que ella
me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.
Son los libros
amores encontrados
y son por mil
razones amores escondidos,
con Neruda se
vierten los versos amados
en versos de
presagios de besos que se han ido
y la
solemnidad de los deseos tenidos y ganados
y las cosas y
las tristezas. La vida está en los libros.
Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar.
Váyanse y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad.
Dejadme llorar
orillas del mar.
Cúlpase del
mal
y Góngora
llora
su triste
congoja
a orillas del
mar.
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
Inmensamente
grande,
en toda su
extensión de hombre,
Miguel
Hernández,
con todo el
dolor en el costado,
por su amor
siempre negado,
su voluntad de
padre
era miseria ser enamorado
que con
cebolla y panes,
con corazón entero
vendrás a las
noches y a las rosas
que tenemos
que hablar de muchas cosas
compañero del
alma, compañero.
Y queda
escrito
en un papel
con raros datos.
La página pensaría:
¿quién
escribiera en poco rato
esta grandiosa
elegía?.
A trabajos forzados me
condena
mi corazón, del que te di la llave.
No quiero yo tormento que se acabe
y de acero reclamo mi cadena.
Ni concibe mi mente mayor pena
que libertad sin beso que la trabe
ni castigo concibe menos grave
que una celda de amor contigo llena.
No creo en más infierno que tu ausencia.
Paraíso sin ti, yo lo rechazo.
Que ningún juez declare mi inocencia
porque, en este proceso a largo plazo
buscaré solamente la sentencia
a cadena perpetua de tu abrazo.
mi corazón, del que te di la llave.
No quiero yo tormento que se acabe
y de acero reclamo mi cadena.
Ni concibe mi mente mayor pena
que libertad sin beso que la trabe
ni castigo concibe menos grave
que una celda de amor contigo llena.
No creo en más infierno que tu ausencia.
Paraíso sin ti, yo lo rechazo.
Que ningún juez declare mi inocencia
porque, en este proceso a largo plazo
buscaré solamente la sentencia
a cadena perpetua de tu abrazo.
En alto grado el sinsabor, el desengaño,
y el hombre, ese pedernal, esa quimera,
conoce bien del sollozo sus maneras
y a veces se comporta como extraño
en el arte del que tanto presumiera.
Es Gala quien se asoma a este peldaño
para darnos un soneto que escribiera.
¡Mira, cómo se me pone
la piel
cuando te recuerdo!.
Ayer, en la Plaza
Nueva,
-vida, no vuelvas a
hacerlo-
te ví besar a mi niño,
a mi niño el más
pequeño
y cómo lo besarías
-¡ay, Virgen de los
Remedios!-
que fue la primera vez
que a mi me distes un
beso.
Llegué corriendo a mi
casa,
alcé a mi niño del
suelo
y sin que nadie me
viera,
como un ladrón en
acecho,
en su cara de amapola
mordió mi boca tu
beso.
¡Mira cómo se me pone
la piel
cuando lo recuerdo!.
A Rafael de León invita el asno
a esta fiesta secular de la poesía
que en los renglones más altos
dejó grabada su sabiduría.
Están aquí también, en el pregón,
las lindezas más extrañas y sabrosas
que han crecido quizá como las rosas
crecen en los linderos claros del salón.
Están aquí –como fuere la intención-
la excelencia de los versos y las prosas
que escribieran los poetas del amor.
Están aquí las rimas más dichosas,
el asno, el chamariz, la luna y el león,
las extravagancias, las burlas, las hermosas
amantes, los secretos, la paz, la indiscreción,
la luz, los consejos, la rabia, el humor,
los momentos más amargos, las preciosas
alabanzas, el romanticismo y el honor.
Está aquí la más necesitada explicación
del por qué en el asno es fabulosa
la experiencia de poner bellezas en su voz
y enseñarle a recitar –tarea milagrosa-
en este foro de tan alta distinción.
Ha sido culpa completa de este autor
que ha pensado que es quizá más mentirosa
la fábula y con el asno es una culpa menor
y así si dicen ustedes que fue horrorosa
la secuencia e inaceptable el error
culpen al asno de esta escandalosa
manera de expresar sin sentido este pregón.
Y si acaso dicen ustedes cosas deliciosas
piensen que no fue el asno, que fui yo,
quien de libros hablara con lírica grandiosa
y transmitiera gracia, complacencia y emoción.
O acaso seamos asnos de calidad forzosa
y aprovechando de camino la ocasión
hayamos sido humanos con suerte misteriosa
y hayamos escrito todos estos versos con pasión.
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y lejos del bullicio distinto, sordo, raro
del domingo cerrado,
del coche de las cinco, de las siestas del baño,
en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu de hoy errará, nostáljico...
Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
A veces los
libros son sueños amargos
y cuentan
tristezas desapercibidas
y cuentan
vivencias de pesares largos,
a veces los
libros parecen la vida.
Ramón Llanes Domínguez.
Nerva 22 Abril 2019.
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