RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

miércoles, 24 de abril de 2019

PREGÓN A LA FERIA DEL LIBRO DE NERVA 2019


PREGÓN A LA FERIA DEL LIBRO DE NERVA

 

En el pensamiento carnal de sus quimeras

presto en el deber del libro, arrima

el bozal el asno avieso y al sitio llega

y a los ojos de todos él se imagina

falaz felón de asuntos que domina

la verdad de su verdad en letra llena,

a fin de resolver si aquello que le apena

es de no tener afán por la sabiduría

y ser incapaz de leer como querría

las obras que los siglos contuvieran

y en legajos los tiempos guardarían.

Válgale al asno osado su osadía

de querer aprender de lo imposible

que a lo imposible un asno no podría

llegar y ser también como el hombre, libre,

y andar por la corte extraña de esta fantasía

jugando a ganar y a ser un animal sensible

que tuviera el grande don de la alegría

y entender de las cosas invisibles

y de sueños, de amor y de poesía.

Pero el asno, astuto como el hombre,

tenaz como el dolor, ocupa el trono

y haciendo honor, como un tesoro,

saca del asnal gremial de todo el orbe

la gran fortaleza  que hace al toro,

se libra de la estridencia de los nombres

y con locuaz ardid, en este  foro,

recita su pregón para que dios se asombre

si es que dios distingue lo banal de lo sonoro.

 

 

 

 

Y será en Nerva de libro y de pregón

donde los hados –reunidos en el coro-

recitarán líricamente lo mejor

con mejor voz, con valor y con decoro

para hacer tan brillante esta función

que parezca de metal y sea de oro.

Que desde el Ventoso en versos de diario

o desde El Peral con prosa de salón

suene a palabra y surjan comentarios

que añadan importancia a la emoción,

con tal solvencia podrá comparecer

el digno pregonero de ocasión

si se quedan en el Pozo de Bebé

su acierto, su mensaje, su expresión,

y todo su respeto escrito con pasión

halago sea en la Fuente de Tomé

o en llano del cine o en Pelambre

o en la fiesta de San Bartolomé

cuando apriete el calor y en el alambre

descansen los vencejos otra vez.

El arte, aquí, es costumbre eterna

desde tiempo atrás tan bien cuidado,

suenan un pasodoble y un piano

que son la melodía interna

que dos dioses nervenses han aportado,

y es la inspiración en el pincel,

la metáfora de Morón  que se ha quedado

inscrita en la mina y en el tren,

la luz de Vázquez Díaz hecha hermosura

o la genial expresión de Labrador,

¡cuánta verdad en las figuras

que a esta tierra ennoblecen de esplendor!,

ellos son los libros que perduran

y a Nerva le dan peso y cultura,

sobranza, garantía, satisfación.

 


Cuando menos lo esperéis
yo me perderé en la mina
una noche para siempre.
Por sendas de sombra helada,
por las entrañas del mundo
buscando el alma del agua,
¡para siempre! ¡Para siempre!
Hasta quedarme dormido,
allí, donde el agua dice
la canción que nadie ha oído.

 

 

Con rabia lo escribió José María

en su Minero de estrellas,

un nervense forjado en galerías,

en poemas de sudor y mina

donde dejó su expresiva huella.

 

 

 

Sabiendo de esto el asno-caballero

se propone ponerle joyas importantes

para más lucirse como pregonero

y poder recibir más adelante

el aplauso como premio verdadero

y a ello fuese con arte y con salero

para contar en verso con métrica, rima y armonía

cuanto de libros sabe el puñetero.

Y cuenta el asno con temple y sin aperos

la historia de aquel que tanto hacía

como buen amante y sombrerero.

 

 

 

 

 

 

 

A los pies de un devoto franciscano

acudió un penitente – “Diga hermano,

qué oficio tiene?.

-Padre, sombrerero.

-Y qué estado?.

-Soltero.

-¿Y cuál es su pecado dominante?

-Visitar a una moza.

-¿Con frecuencia?.

-Padre mío, bastante.

-¿Cada mes?

-Mucho más.

-¿Cada semana?.

-Aún todavía más.

-¿La cotidiana?.

-Hago dos mil propósitos sinceros…

-Pero dígame hermano, claramente, ¿dos veces al día?

-Justamente.

-Pues ¿cuándo diablos hace los sombreros?.

 

Intenta reír el asno la ocurrencia

del afamado fabulista Samaniego

y le sale un rebuzno de imprudencia

que resulta gracioso a los presentes

por tratarse de un asno sin complejos

o por complacer al asno vanamente.

Piensa que será su pregón más apropiado

si cuenta respetuosamente

todo lo ya dicho, lo ya contado,

lo que otros escribieran sabiamente

y en gloria quedara bien guardado

como quedará este pregón en vuestras mentes.

Y vienen en consonancia al corazón

los versos amados que leyera

del lírico poeta Juan Ramón

en tardes de ocasos y praderas,

de solanas, de voces que se oyeran

sin entendimiento y sin razón     

cuando llamaran los amores a las puertas

de los ojos y acaso ellos fueran

los espejos del alma, la canción,

las cosas que son de primavera

en este viaje compuesto para dos.

 

-No era nadie.

-El agua.

-¿Nadie?.

-¿Qué no era nadie el agua?.

-No hay nadie. Es la flor.

-¿No hay nadie?. Pero, ¿no es nadie la flor?.

-No hay nadie. Era el viento.

-¿Nadie?, ¿No es el viento nadie?.

-No hay nadie. Ilusión.

-¿No hay nadie?, ¿Y no es nadie la ilusión?.

 

En el silencio cubil del convento

frótase Fray Damián de ilusión las manos

que incluso en tiempos tan pasados

también el amor curaba el sentimiento

y díjose el truhán en sus adentros

que probar quisiera tan sutil pecado

y sin saber que hoy lo hemos recordado

corríose el fraile su aventura presto

de aquí, de allá, buscando en todos lados

la carne que le diera placer al corrimiento.

Y hallándola, invocó a dios, buscó el contento

que al cabo del día encontró lo tan soñado.

Y díjolo así, al volverse del evento,

con voz alegre y corazón cansado.

 

 

Esta mañana, en dios y enhorabuena,

salí de casa y víneme al mercado;

ví un ojo negro al parecer rasgado,

blanca la frente y rubia la melena.

Llegué y le dije: “Gloria de mi pena,

muerto me tiene vivo tu cuidado,

vuélveme el alma, pues me las robado

con ese encanto de áspid o sirena”.

Pasó, pasé, miró, miré, vio, vila;

dio muestras de querer, hice otro tanto;

guiñó, guiñé, tosió, tosí, seguíla,

fuése a su casa y sin quitarse el manto,

alzó, llegué, toqué, besé, cubríla,

dejé el dinero y fuíme como un santo.

 

Han sido los poetas en esto de escribir, valientes,

que de todo han dicho en sus poemas,

el juglar del amorío hablara poniendo en boca de la gente

palabras de emoción y cortesía

para que luego cada cual contara

aquello que a su caso convendría

o aquello más necesitado que fuere conveniente

al rato, al disfrute, al canto más ferviente

o a la oda más prolija que pareciere poesía.

Con acierto se ha manchado el universo

de los libros de metáforas nuevas cada día

y han gozado tanto que el acierto

fuese para otros venideros la ambrosía,

por eso el asno a su pregón le ha puesto

un poco de brutalidad, algo de sexo,

mucho de saber y un tono peculiar de simpatía

a fin de lograr, que como él, se fuere mengano por derecho

a escoger cualquier libro que en el establo leería

para zamparse entre espalda y pecho

un mucho de cultura que lustre diera a su vida

y quedara su corazón más satisfecho.

Bien conoce el asno esta holgazanería

que tiempo y hambre a ella dedicara

en noches oscuras entre desvelo y paja

encerrado a la sazón en cama fría.

 

Y adviértase que el asno sobradamente sabe

que no tienen los asnos pensamientos

que en esto de amar bien pareciera

que torpe es como son sus movimientos

y que faltos están de dosis de ternuras,

a bien que se jactara de otras travesuras

no sabidas por otros y sí por el jumento.

Y dicen que de cabeza va siempre muy sobrado

en cantidad, que no en inteligencia, de momento,

a lo que el asno, notablemente cabreado

cuenta la historia que de tres siglos pasados

le contaron un  día de mucha lluvia y mucho viento.

 

Un pescador, vecino de Bilbao,

cogió, yo no sé dónde, un bacalao.

-¿Qué vas a hacer conmigo?

(el pez preguntó con voz llorosa).

Él respondió:

-Te llevaré a mi esposa,

ella con pulcritud y ligereza

te cortará del cuerpo la cabeza,

negociaré después con un amigo

y si me da por ti maravedíes

irás con él a recorrer países.

-¿Sin cabeza?, ¡Ay de mi! (gritó el pescado).

Y replicó discreto el vascongado.

-¿por esa pequeñez te desazonas?.

Pues hoy viajan así muchas personas.

 

“Vengo de aprender lo no aprendido

que el tiempo al saber ayuda

y pone –donde torpeza hubiera- la cordura”.

-díjose para sí el borrico-

y empezó como empieza la razón

a divagar de cómo se sirvió de la lectura

de Machado y aprendiera versos con atino

para decirlos con plena convicción

donde le oyeran esos sabios que el destino

inventa para cada causa y ocasión.

 

 

Bueno es saber que los vasos

nos sirven para beber,

lo malo es que no sabemos

para qué sirve la sed.

 

 

No es burro quien esto estudia

con el ansia de aprender,

más cerca del asno está

quien la sapiencia repudia

afamado en el bozal.

Y metidos en la sed

recurre a la sazón de recordar

la vieja historia que al pasar

por una senda, al hombre sucediole

encontrando a una mujer.

 

 

 

 

-Buenas noches,

¿solicita usted mi casa?.

-No, perdóneme…al azar

por el camino pasaba

y es tanta la sed que tengo

que al mirar por su ventana

el hilo tenue de luz

que hasta el camino llegaba

para mi cansancio y sed

fue su luz una llamada,

¡si fuera usted tan amable!,

-¿descansar quiere?.

-¡Quiero agua!.

Muchas noches, en la sombra,

desde el camino miraba

con ansiedades de fiebre

aquella figura blanca

de mujer que, extrañamente,

-no sé por qué- me hechizaba.

¡El vaso con agua fresca

me ofreció con tanta gracia!,

¡Eran tan puros sus ojos

y tan dulce su mirada!,

¡tan cerca de mi se vino,

había tanta confianza

en el gesto con que el brazo

blanco y mórbido alargaba

que se me apagó la sed

antes de beberme el agua!.

 

 

Es la poesía que va rindiendo homenaje a la vida,

qué mejor que los sueños soñados,

que los versos que hicieron que fueran heridas,

palabras hirientes, dolencias, o dolor pasado,

qué mejor que un agua de fuente, que una mirada,

que un cielo que brilla estando nublado

cuando surge el amor que se inspira

en lágrimas de fuego que se anegan en una esperanza,

qué mejor que nosotros evocando lo más olvidado,

qué mejor que los sentimientos profundos del alma,

qué mejor que un asno con esto de amar, entregado.




¿Tú conoces al "Piyayo",

un viejecillo renegro, reseco y chicuelo;

la mirada de gallo

pendenciero

y hocico de raposo

tiñoso...,

que pide limosnas por "tangos"

y maldice cantando "fandangos"

gangosos...?

¡A chufla lo toma la gente,

y a mí me da pena

y me causa un respeto imponente!

Ata a su cuerpo una guitarra,

que chilla como una corneja

y zumba como una chicharra

y tiene arrumacos de vieja

pelleja.

 

Yo le he visto cantando,

babeando

de rabia y de vino,

bailando

con saltos felinos,

tocando, a zarpazos,

los acordes de un viejo "tangazo":

Y el endeble "Piyayo" jadea,

suda..., y renquea,

y, a sus contorsiones de ardilla,

hace son la sucia calderilla.

¡A chufla lo toma la gente!

A mí me da pena

y me causa un respeto imponente.

Es su extraño arte

su cepo y su cruz,

su vida y su luz,

su tabaco y su aguardentillo...,

y su pan y el de sus nietecillos;

"churumbeles" con greñas de alambre

y panzas de sapo,

que aúllan de hambre

tiritando bajo los harapos;

sin madre que lave su roña;

sin padre que "afane",

porque pena una muerte en Santoña;

sin más sombra que la del abuelo...

¡Poca sombra, porque es tan chicuelo!

En El Altozano

tiene un cuchitril

-¡a las vigas alcanza la mano!-,

y por lumbre y por luz un candil.

 

Vacía sus alforjas

-que son sus bolsillos-.

Bostezando, los siete chiquillos

se agrupan riendo.

Y, entre carantoñas, les va repartiendo

pan y pescao frito

con la parsimonia de un antiguo rito:

-¡Chavales!

¡Pan de flor de harina!...

Mascarlo despacio.

Mejó pan no se come en palasio.

Y este pescaíto, ¿no es na?

¡Sacao uno a uno del fondo der má!

¡Gloria pura é!

Las espinas se comen tamié,

que tó es alimento...

Así..., despasito.

Muy remascaíto.

¡No yores, Manuela!

Tú no pués, porque no tienes muelas.

¡Es tan chiquitita

mi niña bonita!...

Así despasito.

Muy remascaíto,

migaja a migaja -que dure-,

le van dando fin

a los cinco reales que costó el festín.

Luego, entre guiñapos, durmiendo,

por matar el frío, muy apiñaditos,

la Virgen María contempla al "Piyayo" riendo.

Y hay un ángel rubio que besa la frente

de cada gitano chiquito.

¡A chufla lo toma la gente!...

¡A mí me da pena

y me causa un respeto imponente!

 

 

De la realidad su más trágico espasmo,

el hombre impotente que con valentía

va retando a las sombras y con su porfía

le pone toda la razón al entusiasmo

por si acaso con suerte y con osadía

ganara muchos  sueños “pa” sus gitanillos

y siguieran soñando con hambre “perdía”

cantando los tangos con las melodías

las voces alegres de siete chiquillos.

 

Prosaica duele también a fango la memoria

cuando se toca con la mano el desencanto,

ha de surgir entonces del fondo la victoria

para creer en los versos sin los llantos,

buscar en el magno recuerdo de la historia

con prontitud, antídotos de encanto,

buscar en Bécquer su mensaje intacto

a la desazón la puerta giratoria.

 

No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas pero siempre
habrá poesía.
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras sintamos que se alegra el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa
¡habrá poesía!

 

 

Y queda el lírico proceder evidenciado

en un solo poema con maestría escrito

como quedan los silencios empeñados

en renacer desde todos los sonidos.

Quiebra la noche en lista de amargura

y en el pajar tropiezan desolados

los raros pensamientos del borrico,

es un mundo donde la luna oscura

enluta el pesebre de oscuro desombrado

y mienten con verdad de luces los ruidos.

Ruge el amor en el amar de adentro,

por las agallas asoma el sol desordenado

y empiezan los cantos de los hombres

a deshacer la niebla y amanecer los trigos,

cuchichean los vientos dislocados,

vuelan de dos en dos todos los pájaros

y huye  la noche somnolienta del cortijo

cuando se acerca la nacencia de este parto

como danza de locura de Chamizo.

 

 

Toito lleno de tierra
le levanté del suelo,
le miré mu despacio, mu despacio,
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!,
hijo dambos, hijo nuestro...
Ella me le pedía
con los brazos abiertos,
¡Qué bonita qu´estaba
llorando y sonriyendo!
Venía clareando;
s´oïan a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un regacho d´agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano, más güeno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.
Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj´una encina
del camino nuevo.
Icen que la nacencia es una cosa
que miran los señores en el pueblo;
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico


Asina que nació besó la tierra,
que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
y jue la mesma luna
quien le pagó aquel beso...
¡Qué saben d´estas cosas
los señores aquellos!
Dos salimos del chozo,
tres golvimos al pueblo.
Jizo dios un milagro en el camino:
¡no podía por menos!


 

De vida los versos otra vez,

de cosas imposibles que suceden

en las tierras solitarias,

a impotencias se atreven

quienes locamente aman

y los libros están con los sucesos

y están con las palabras,

los libros son quienes beben del acontecer

en cualquier idioma o habla,

en extremeño castúo también,

los libros son

los perfectos espejos del alma.

 

 

 

 



Señol jues, pasi usté más alanti
y que entrin tos esos,
no le dé a usté ansia
no le dé a usté mieo...
Si venís antiayel a afligila
sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s'ha muerto!

¡Embargal, embargal los avíos,
que aquí no hay dinero:
lo he gastao en comías pa ella
y en boticas que no le sirvieron;
y eso que me quea,
porque no me dio tiempo a vendello,
ya me está sobrando,
ya me está gediendo!

Embargal esi sacho de pico,
y esas jocis clavás en el techo,
y esa segureja
y ese cacho e liendro...

¡Jerramientas, que no quedi una!
¿Ya pa qué las quiero?
Si tuviá que ganalo pa ella,
¡cualisquiá me quitaba a mí eso!
Pero ya no quio vel esi sacho,
ni esas jocis clavás en el techo,
ni esa segureja
ni ese cacho e liendro...

¡Pero a vel, señol jues: cuidaíto
si alguno de ésos
es osao de tocali a esa cama
ondi ella s'ha muerto:
la camita ondi yo la he querío
cuando dambos estábamos güenos;
la camita ondi yo la he cuidiau,
la camita ondi estuvo su cuerpo
cuatro mesis vivo
y una nochi muerto!

¡Señol jues: que nenguno sea osao
de tocali a esa cama ni un pelo,
porque aquí lo jinco
delanti usté mesmo!
Lleváisoslo todu,
todu, menus eso,
que esas mantas tienin
suol de su cuerpo...
¡y me güelin, me güelin a ella
ca ves que las güelo!...

 

Con lágrimas se llenan los llantos del agua,

acechan con ansias y “jieren” los besos

y va destrozando la tránsfuga  muerte

las amables llamas que arden por dentro

y matan amores y acaban misterios

y quedan soledades y vidas inertes

sobradas de penas, locas de silencios.


 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.

 

Son los libros amores encontrados

y son por mil razones amores escondidos,

con Neruda se vierten los versos amados

en versos de presagios de besos que se han ido

y la solemnidad de los deseos tenidos y ganados

y las cosas y las tristezas. La vida está en los libros.

 

Váyanse las noches,

pues ido se han

los ojos que hacían

los míos velar.

Váyanse y no vean

tanta soledad,

después que en mi lecho

sobra la mitad.

Dejadme llorar

orillas del mar.

 

 

 

Cúlpase del mal

y Góngora llora

su triste congoja

a orillas del mar.

 

Como el toro he nacido para el luto

y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado
como el toro a tu amor se lo disputo.

Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.

Como el toro te sigo y te persigo
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.

 

Inmensamente grande,

en toda su extensión de hombre,

Miguel Hernández,

con todo el dolor en el costado,

por su amor siempre negado,

su voluntad de padre

era  miseria ser enamorado

que con cebolla y panes,

con corazón entero

vendrás a las noches y a las rosas

que tenemos que hablar de muchas cosas

compañero del alma, compañero.

 

 

Y queda escrito

en un papel con raros datos.

La página pensaría:

¿quién escribiera en poco rato

esta grandiosa elegía?.

 

 

A trabajos forzados me condena
mi corazón, del que te di la llave.
No quiero yo tormento que se acabe
y de acero reclamo mi cadena.

Ni concibe mi mente mayor pena
que libertad sin beso que la trabe
ni castigo concibe menos grave
que una celda de amor contigo llena.

No creo en más infierno que tu ausencia.
Paraíso sin ti, yo lo rechazo.
Que ningún juez declare mi inocencia

porque, en este proceso a largo plazo
buscaré solamente la sentencia
a cadena perpetua de tu abrazo.

 

En alto grado el sinsabor, el desengaño,

y el hombre, ese pedernal, esa quimera,

conoce bien del sollozo sus maneras

y a veces se comporta como extraño

en el arte del que tanto presumiera.

Es Gala quien se asoma a este peldaño

para darnos un soneto que escribiera.

 

 

 

 

 

 

 

 

¡Mira, cómo se me pone la piel

cuando te recuerdo!.

Ayer, en la Plaza Nueva,

-vida, no vuelvas a hacerlo-

te ví besar a mi niño,

a mi niño el más pequeño

y cómo lo besarías

-¡ay, Virgen de los Remedios!-

que fue la primera vez

que a mi me distes un beso.

Llegué corriendo a mi casa,

alcé a mi niño del suelo

y sin que nadie me viera,

como un ladrón en acecho,

en su cara de amapola

mordió mi boca tu beso.

¡Mira cómo se me pone la piel

cuando lo recuerdo!.

 

 

A Rafael de León invita el asno

a esta fiesta secular de la poesía

que en los renglones más altos

dejó grabada su sabiduría.

 

 

Están aquí también, en el pregón,

las lindezas más extrañas y sabrosas

que han crecido quizá como las rosas

crecen en los linderos claros del salón.

Están aquí –como fuere la intención-

la excelencia de los versos y las prosas

que escribieran los poetas del amor.

Están aquí las rimas más dichosas,

el asno, el chamariz, la luna y el león,

las extravagancias, las burlas, las hermosas

amantes, los secretos, la paz, la indiscreción,

la luz, los consejos, la rabia, el humor,

los momentos más amargos, las preciosas

alabanzas, el romanticismo y el honor.

 

Está aquí la más necesitada explicación

del por qué en el asno es fabulosa

la experiencia de poner bellezas en su voz

y enseñarle a recitar –tarea milagrosa-

en este foro de tan alta distinción.

Ha sido culpa completa de este autor

que ha pensado que es quizá más mentirosa

la fábula y con el asno es una culpa menor

y así si dicen ustedes que fue horrorosa

la secuencia e inaceptable el error

culpen al asno de esta escandalosa

manera de expresar sin sentido este pregón.

Y si acaso dicen ustedes cosas deliciosas

piensen que no fue el asno, que fui yo,

quien de libros hablara con lírica grandiosa

y transmitiera gracia, complacencia y emoción.

O acaso seamos asnos de calidad forzosa

y aprovechando de camino la ocasión

hayamos sido humanos con suerte misteriosa

y hayamos escrito todos estos versos con pasión.

 


Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y lejos del bullicio distinto, sordo, raro
del domingo cerrado,
del coche de las cinco, de las siestas del baño,
en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu de hoy errará, nostáljico...

Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.

 

 

 

 

A veces los libros son sueños amargos

y cuentan tristezas desapercibidas

y cuentan vivencias de pesares largos,

a veces los libros parecen la vida.

 

 

        Ramón Llanes Domínguez.

        Nerva 22 Abril 2019.

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