DE CÓMO GESTIONAR LOS BESOS
Puestos a pensar, desde la comisura
izquierda del labio de abajo, las sales que provocan los placeres sensuales del
beso están formadas de una infinitud de moléculas ricas en azúcares que se
reproducen con el contacto entre labios y otorgan una delicada fragancia de
bienestar, especies extrañas que circundan la piel hasta imprimirla de todos
los sabores exquisitos que caben en la exageración pura de un encuentro llamado
beso.
La gestión de semejante fórmula de
placer se lleva a cabo solo con las personas que están configuradas en el más
cercano ámbito de intimidad. Las sociedades -avanzadas o no- censuran los
contactos tan plácidos y atractivos entre labios de bocas no ajustadas a unos
cánones morales o costumbristas por entenderse como formas de posibles
transmisiones de enfermedades latentes que se propagan con las glándulas
salivarias con probable provocación de infecciones. El beso no ha sido sinónimo
de constante transmisión vírica ni figura como acción que la medicina expresamente
rechace en evitación de tales trastornos.
Las reglas del beso son
consuetudinarias, exentas de tratados y disciplinas; el beso es un signo
inequívoco de afecto, de entrega, de amor -en el mayor de los casos- y está
desajustado de las normas para su necesidad. Mas qué dulzor y complicidad
produce, qué deleite para quienes se enfrascan en prácticas intensas de su uso.
Y el beneficio colateral que deja, en su espiritual órbita, no admite
comparaciones con otras opciones de estrechamiento de sentimientos entre
personas. El beso es el prototipo del amor, el signo de la pasión.
Instaurar el impulso de los muchos
condimentos positivos que contiene el beso, qué mal endémico o trasnochado ha
de traer a esta criatura moderna llamada sociedad actual, qué desorden, qué
miseria. Como tener un pasaporte para visitar los mundos, gestionar la
utilización del beso en términos menos intimistas, será señal de evolución y
avance en la difícil tarea de vivir.
Ramón Llanes.
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