SABER VIVIR
El
eterno dilema del saber vivir con todas sus alegaciones, atenuantes y
consecuencias, a pesar de la evolución, sigue centrándose en dos premisas que
parecen las más identificativas con la cuestión. Aún no entendemos si vive
mejor aquel que nada aprendió para nada hacer o aquel otro que mucho aprendió
para hacerlo todo. La distancia exacta entre la virtud y la dejación o entre la
frescura y la hiperactividad o entre la ocupación total del día y el más
evidente rechazo por la tarea, el trabajo y la ocupación. Complicada elección
La
vida de los demás es un punto de encuentro en las conversaciones y cotilleos y
suele salir como esa cuota de envidia que cada cual lleva dentro sin querer y
que cada cual soporta con cierto ingenio. En un mundo de pícaros como el
nuestro siempre fue aplaudida la imaginación utilizada para el engaño,
-entiéndase como burla de norma convencional o ética-, y siempre se alimentó la
figura del vago que a pesar de no conocérsele ocupación se codeaba con
ambientes de cierto poderío social o económico y se le calificaba como buen
artífice del buen vivir. Acostarse tarde o nunca y levantarse nunca o tarde,
eran los requisitos necesarios para ocupar sillón de “joputa qué bien vive”.
Este
modelo de tipo fue motivo de estudio y de ejemplarización ante la sociedad y
sobre todo ante los niños que se ocupaban de comprender a quién deberían imitar
para alcanzar una vida mejor. El espejo tiene muchas caras, dependiendo de
quien se mire, y contraria a esa tipología existía y existe otra que se asienta
en una responsabilidad constante, preocupación general por el saber y el hacer
y una disposición a alcanzar cotas importantes en la sociedad hasta obtener
beneficios que le permitan ser más y tener mucho para desarrollar su vida
acorde con un bienestar para los suyos logrado a base de esfuerzo. A este
ciertamente se le admira y también a veces se le tacha de “agonía”, por su
exceso de interés y su tanta pérdida de tiempo recaudando comodidad sin saber
disfrutarla.
Son
dos caras distintas que pululan por nuestro panorama y sobre las cuales nos
cuesta pronunciarnos con absoluta objetividad por miedo a desacertar. El
trabajo quizá no dignifique al hombre como tanto se acuñó en el siglo pasado
pero es verdad que colabora al bienestar; quizá una entrega sobrada a la tarea
de alcanzar metas parezca incorrecta fórmula para vivir y quizá una pasmosa
despreocupación por mejorarse y mejorar su entorno parezca también reprochable
socialmente, así que la cuestión, ya expuesta, se deja en el aire libre de cada
voluntad a fin de que cada una de ellas tome guarida donde sea mejor acogida
sin olvidar que el afecto hacia una u otra posición determinará evolución para
adelante o para atrás de la sociedad que formamos. ¿O no?.
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