RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

jueves, 31 de octubre de 2013

EL PREDICADOR


 

EL  PREDICADOR.

 

A tal hombre, gregario de paz, confesor de ángeles en edad madura, la naturaleza le dotó de un tic nervioso para darle el toque espiritual que precisan los hombres que se dedican a convencer; levantaba las manos al movimiento del hombre, ese era el defecto genético del predicador, que luego hablaba y hablaba como si Dios fuera su compadre, como si entendiera de Él más que la Iglesia. El tal hombre predicó del Espíritu Santo un día de sol, homilía que destinara a playeros con toalla para el asiento, alzaba manos y hombros, gesticulaba y adormecía a las propias sombras, luego al redil de sus dogmas, con ganas de enganchar.

Casi sin voz, una tarde se le hizo de noche mientras ganaba adeptos tras su predicación de indigestas parábolas a jóvenes en prisión, lo cual no concedió libertad ni esperanzas pero entretuvo, se le ganó algo de tiempo a la condena. El predicador vende agua, es tal que nunca presume más de sí que de su producto. Presume cuanto más habla de su confianza con Dios y así recorre foros callejeros con la más alta  convicción y con su tic de brazos levantados y movimiento de hombros. A saber si le escuchan, o le miran; si le atienden, o se ríen; a saber si convence o entretiene. Al tal predicador, ni le importa razón o resultado.
Le importan su maña, su destreza, su lenguaje; piensa que llega a vender agua y la vende, que se queda sin agua y se queda sin voz y se cansa de presumir de un tic gracioso que invita a la sonrisa. Y tal predicador, en sombras y senderos, portales y corredores, tabernas y escaleras, con tic y ojos grandes, lleva capacidad para sentirse sanamente feliz.

r.llanes

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