RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

domingo, 13 de octubre de 2013

PREGON DE LA PEÑA EN MADRID


PREGÓN MADRID.
HERMANDAD DE LA VIRGEN DE LA PEÑA.


Amadísima Madre de la Peña, Ilustre Hermandad, Junta de Gobierno, querida Hermana Mayor, Padre Espiritual, Autoridades, Hermanos, amigos de aquí y de allá, familia, buenas noches,

A nada hurtar para venirme quiero,
a nada dejar tras el alma ansío,
llegar me colma el agradar. Es mío
el placer y el verso lo reitero.

Hacer peñón de corazón peñero
con gestos, palpitar y escalofrío,
con soles, sur, canciones y amoríos
con sentires y agallas de mineros.

Venir, un sentimiento más ha sido,
una ilusión por cuanto me consuela
un gran regalo para mis avíos.
Estar, comer la tarta de la entrega,
por vosotros colmarme los sentíos,
por la Peña gritar con paz y fuerza.

Gracias Pepa, porque tú y yo traemos la misma consigna de afecto, la predisposición puesta en estos seres a los que tanto amamos y en esta Madre a la que tanto debemos. Gracias por acercarme a ellos con tu paladar y tu dulzura, gracias por tenerme en lo mejor de tu estima, gracias por todos lo bueno que de ti me llega siempre, por la sinceridad de tu corazón. Por todo lo que has sido capaz de transmitirme, gracias.

Es tarde de faenas de abril, primavera por el Cerro del Águila, por la sementeras, por los anidales y por la encinas. Tarde de abril en pastizal y apero, en rico baco y huerta grande; tarde de abril en los ojos de la mujer, en el entorno, en la pringue, en los adentros. Tarde de abril en los sueños ganados a la noche, en la lágrima embadurnada en rimel, en el pendón, en ti Hermana Mayor de los mayores agasajos, en nosotros aún a medio festejar la hacienda de la devoción. Es tarde de abril para cerrar tormentas y para abrir alegrías. Es toda la tarde tarde de abril a pulmón y conciencia para mimarla como si fuera la última. Y es tarde de abril para La Puebla y Tharsis y San Bartolomé y Alosno y Castillejos y Paymogo y El Almendro y El Granado y Huelva y Madrid y Castilla y cualquier alrededor que sienta la identificación egregia de esta tarde simbólica y sublime de este abril aprendido y fugaz.
Es la madre de las tardes de abril, serena y pulcra.
En la mansa sombra un grito, olor a rosas de miel, mansedumbre de actitudes, predisposición al SER, enigma de dioses de Andevaal y Tartessos corroborando la importancia de esta comunión humana de niños y padres y hermanos y novias y abuelos; se trata de ti Madre Peña, se trata de ti, he venido por ti, están ellos por ti, por el embrujo que nos otorgas por la sinceridad, por el milagro. Ellos, nosotros, aquí, allá, necesitados de la mano delicada indultadora de penas, porque nos agobia, Madre, la pena.

El mundo de hacer en aquel pañuelo consolador, el jornalero, el capataz, las pócimas calientes, y alguien con cara de Peña que acarrea y quema sinsabores, nunca faltabas a tu generosidad. Estuviste en casi todos los acontecimientos que engrandecieron o asolaron nuestra existencial historia; estabas en la nefasta época del imperio del odio cuando los hombres luchaban y se agonizaban por el desequilibrio de la sociedad; estabas en la mina cuando los barrenos se encendían sin mando y ocasionaban desgracias, estabas, Madre Peña, en la escasez de alimento cuando el hambre era costumbre; estabas en los barrancos de la frontera con Portugal poniendo alas a bestias cuando el contrabando suponía medio de vida; estabas en el campo en años de sequía cuando el agua era alimento casi imposible de conseguir para las tierras alimentadoras; estabas en el brocal para evitar que alguien se bebiera de golpe toda el agua; estabas en el caballo para deshacer una caída cuando al hombre se le acababan los reflejos;

estabas en el camino para cuidar la senda de quienes hacían largos trechos para verte; estabas aquí cada año conduciendo el autocar de los romeros, cuando se componían para peregrinar hasta tus plantas, Madre Peña. Y estabas en la miseria, en el desconsuelo, en la discordia; y estabas en los pies descalzos y en el paro y en los malos tratos; y estabas, hecha añicos, en la desolación de nuestros pueblos cuando los jóvenes se transforman en caballos blancos que alteran la salud y la convivencia y la paz; estabas en casi todas partes con nosotros, andando con nosotros, montando, trabajando, mirando o amando.

Pero he de reivindicarte algunas presencias, cuando te eché de menos, cuando me faltabas a la cita, cuando te buscaba por muchos lados y solo eras una promesa. Noté tu ausencia, Madre, cuando cerraron nuestras minas, no estabas en la puerta para evitarlo, no te vi gritando con nosotros. Te eché de menos cuando se le acababan los suspiros a Juan Merga, a Antonio Zamorano, a Miguel Café, a Manuel El Litri, a Miguel Ángel, al Migue, a Esteban García, a Romana y a otros muchos. Te eché de menos, noté tu imprescindible ausencia. Porque ellos eran de buena casta, gentes de buena voluntad, seres extraordinarios apegados a ti desde la nacencia. Tal vez confiaste en nuestras posibilidades, nos dejaste demasiada responsabilidad, no podíamos luchar contra esa inclemencia. Pero te juramos, Madre, que por nosotros no se hubieran ido, les teníamos aprecios infinitos y formaban parte de nuestras vidas, ¿por qué no viniste?,

¿o es que estabas y no te vimos?, ¿o es que todo aquello era necesario para probar nuestra fe?, ¿o es que así de dura es la ley de los mortales?. Rogamos hayas permitido esta protesta producto del enorme dolor que nos causan la pérdida de seres tan queridos. Por cada jirón de muerte se nos desgarró el alma y solo llegábamos al techo de la impotencia, entonces no veíamos otra luz, nada concreto nos iluminó tu cara, con golpes así nos perdemos en la ausencia de ti o quizás de nosotros mismos.

Cuánto dolor, Madre, por someternos al desarraigo,
qué pesar tan grande hundido en el alma,
qué desolación de familias,
qué insultos a la existencia,
qué maldades recorriendo nuestro efímero sosiego,
cuánto rezar para que nadie se fuera,
cuánto por ti entender que teníamos recomendación en el cielo, cuánto confiar y cuánto defraudarnos,
cuánto esperar que vinieras hasta última hora,
qué dolor, Madre, qué dolor cuando se fueron,
qué desilusión tu olvido,
qué desesperanza acorralada en un túnel sin luz,
cuánto de ti echándolo de menos,
qué miseria tu lejanía.

Qué angustia mirar y no verte

llamarte y no venir
pensarte y no tenerte.

Sin explicación hemos soportado estas separaciones, hechos cada vez más a la debilidad del sufrimiento. En espera de superar contigo, con tu amparo, si podemos, la dureza de estos golpes.

¿Estabas?, ¡estabas!, no me cabe duda, pero me rebelé entonces y también ahora porque te exalto en este pregonario que te dedico entresacado de mi mejor libro de vivencias, de mi aprendizaje de hombre, de mi bolsillo de complacencias. Vine por ti, vinimos muchos por ti y otros muchos irán por ti, es la misión. Tú, la causa, la garantía, la fuerza, uno de los únicos sentidos a mi voz de hoy, a las voces de todos ellos de hoy y de siempre, que están acá y allá escribiendo y gritando su pregón con las palabras del silencio. Que ellos saben de esto, que llevan años de alforjas y de sandalias. A ellos, no les faltes, Madre.

Quería empezar con el alba, sembrar la noche de sensaciones y empezar la oración con el alba, reempezar con la luz del alba. Un rezo cercano, contigo en el frente, tu memoria y la mía, las dos, hiladas de amistad, en el alba.


Suena en los riscos la paz del alba
piedras guardianas,
pensamientos,
serenidad y día,
asunción de sueños.
Viene la brisa
que cabe en una mirada,
a zamarrear pasiones,
a devolverme al sitio de las nostalgias.

Y estás en ella,
ermita y Tú, monaguillo, altar y celosía,
entarimado, corazón y estampa.
A un lado, en otro, para las tardes sosas,
a los silencios retan
las voces siempre ocultas
de la plegaria.

Preces de la tolva, de metro y de geranio,
de almacigal y estopa,
de alumnos y maestros,
de noche sorda y clara
de angustia larga y loba,
de hastíos y canciones,
de santidad y arrobas,
de la hipotensa hermana,
del hipertenso abuelo
que casi siempre arropa.
Es la oración del alba
la tenaza que al miedo zurce
el predictor de sombras,
oraciones de pozos y de fuentes,
de carruchas y calderos,
de planos y corbatas,
pero tan grandes como cortas
tan cortas como intensas,
tan buenas como redentoras.
Una oración no falta
en esta procesión de ahora,
una oración es culpa
de esta sensación, Señora.

En conservas la amistad que se refiera cada año, siempre pagando el precio de la distancia y de relance vernos aunque apegados al valor de lo nuestro de antaño, de aquellas cosas que unos dejaron y otros cuidan.

Me llamas amigo y supuro pus de anhelos por ti,
he puesto cuerda nueva al cubo,
reforcé la espiga del verano, aquella del trigal,
aquel apero del doblado, con telarañas,
las cosas como las dejaste, amigo,
la guitarra en el armario de abuela,
la sartén, los peroles y las costumbres
como cuando tu y yo trasteábamos
hasta dar con la badila y los estribos,
nunca sabré para qué.
Tuvimos tardes de novias, amigo, de novias guapas y arriscadas,
tardes de paseos de tacón en tacón, de beso en beso,
la noche inyectada de cómplices,
los veranillos oliendo a colonia de azufre
y los colores tiznándose por las orejas,
allá por las estaciones de los tiempos, allá abajo;

Y tú, Cebadilla y rionces, pestiños y Herrerías,
el colmo de llegar hasta los “Arroíllos” y la yegua sin parir.
Tenías, amigo, el Andévalo en pintura con Sebastián García
y te nació en casa José Mª Morón con todas sus estrellas,
tenías el peñón, la casa de Cayetano, los molinos;
nos teníamos a más de una legua y nos encontrábamos
tiritando de devoción en la última curva de arriba
y nos abrazábamos y alguien, Ella, nos miraba, ¿te acuerdas?.
Son muchas cosas, amigo, muchas juntos, muchas.

Tenías tú un almendro y Prado de Osma, cirochos,
Piedras Albas que es hermana perpetua de Peña;
tenías, amigo, bolachas y perrunillas, copla y sentimiento,
los sentíos puestos en las Pascuas y en la herencia
y éramos amigos de siempre, en tantas, en tantas serenatas.

Y tenías, amiga, Huerta grande y economato,
mestizaje de corta y Serpa. Tenías a Pepe y Romana,
el pastizal, la escuela, la leche de a diario,
el serón de la burra, las cántaras, la tarea,
la mirada puesta en la mina en ojos que se te iban
por los suelos de grao, por la estrías del olivo.
Eran sábanas los atardeceres que tapaban el trabajo
y abrían los sentidos y te acercaban al Coto.
Eras, amiga, la novia y él lo tuyo, lo que sabes
que ha de quedarse adentro. Te quiso y te conquistó.
Y tú, amiga, en los vientos de la huerta y él, en los tuyos.

Y por allá, curso del Odiel, el puente antiguo, tu casa,
calle de la fuente, el real, Coronada enseña y alabada.
Todo, amigo, como cuando llegas y te pierdes, hasta las flores.
El mundo de abajo entero de “jechuras”,
a pulmón pleno, a regañadientes con la vida,
unas veces alegres y también otras.
Porque están San Benito, los cerreños, sus cultos de tantos siglos,
San Sebastián, amado en la tierra, patrón de tantos,
San Juan, cascabelero y valiente,
Santa Catalina, allá cobijando granados y fronteras,
San Bartolomé tan agosteño, tan reservado.
Por allá abajo, amigo, las cosas son de otra manera
pero son iguales en el amar, en el sentimiento.



Y tú, amigo, tienes Cruz por los corrales,
castillo arriba, por los puestos perdigueros,
por las dehesas “grumeleras”,
todo aún oliendo a pólvora gastada,
a contrabandistas y carabineros, a fandangos y caballos,
a gentes de solvencia y a jaral en flor,
aunque los campos sigan con la misma sed que tú dejaste
y la vida se enturbie a veces y otras se aclare.

Y por acá Almudena, torres de palacios, reyes y reliquias,
corazones abiertos, el mundo en la montera y el abrazo a mano.
Por acá, amigo, tú y Ella, la primavera empujando hacia el peñón,
los quehaceres, la música aquella, el pulso ardiendo,
iguales las tenazas cuando a apretar llaman,
iguales los surcos para arar, iguales los labios para el beso.


Tú, madrileño de todos los lugares, tan proclive

a la esperanza, tan eterno cuidador, tan presto,
tan tiernamente chulapo, siempre estación término
siempre camino, siempre humilde mandador,
siempre fiel al reto de la hospitalidad.
A ti madrileño de ahora, aventurero de antes,
los mensajes que la tierra de allá generan, se esculpen
en esta lista pregonaria, escrita para ti.
Para ti, para vosotros los José María, los Carlos, Los Rufino, las Marisa, las María, Las Almudena, los Pedro, los Pepe, los Manolo,
los progenitores de esa peregrinación al Sur,
a vosotros los aliados a la fe de Peña, a nuestra Madre,
a vosotros todos, los precursores artífices de una nueva convivencia,
a vosotros dedico mi canción lírica con emoción,
porque os debemos parte de la paz que distéis a los nuestros,
porque os tenemos en la mejor parte de la memoria,
porque aprendimos con vosotros muchos talentos.
Sirvan, sean palabras con voz las mías,
en silencio las otras, que transmiten ecos de afectos.
Por abajo, amigo, suena la tormenta de tarde en tarde,
suena el cante más a menudo
y es como una tormenta, hiere y alegra.
A diario se adormecen los ojos con un pensamiento a Ella
y al despertar es Ella el primer asomo.
Es así, salud y corona, espacio y tiempo,
Madre y nodriza, espuma ardorosa de todos los miedos,
es la Madre Peña un oasis de sentimientos,
sin forzar las devociones se gana a pulso el rezo,
se envuelve en las prolijas penas y las solventa.
Ella, la misma que te llegó a las entrañas un día y que te enganchó,
la misma que reina los mejores rincones de Aluche, Carabanchel,
y cualquier barrio de esta inquieta y devota ciudad,
la misma que anuncia el pedernal y que cuida las hormigas,
la misma Madre, de la mesa, de la cocina, del pan,
de la misericordia, de los avíos para seguir “tirando”,
la Madre que mantiene el sol alto y quien lo acalla,
la Madre de los misterios en las cuitas del amor,
la Peña de la mansedumbre, la del pozo arriba, la benefactora,
aquella Peña sonriente y humilde, compás y espera,
baúl y hornacina, pregón y mueca, mudez y trago dulce.
Aquella es la Madre que veneramos, amigo,
la que nos surte de motivos, como a ti, para continuar,
la que nos arrea continuamente y nos defiende, como a ti,
la que se desvela y transita sonámbula por nosotros, y por ti,
la Peña soñadora y romántica, como muchos de nosotros, como tú,
la Peña de las esperanzas en las manos
que nos preconiza otros horizontes, como a ti,
la Madre eterna que nos aprieta la voluntad, como a ti.
Esa Madre ajena a los odios y a los desalientos,
a las fechorías y a las discordias,
la Madre hecha al sosiego del sur y ahora a la prisa de aquí.
A Ella, creciente, luz, santuario, umbral y taleguilla,
encendemos este cirio pregonario para que luzca
siempre en su honor, de nosotros los sureños,
de vosotros castellanos, de todos, peñeros.

¡Ea!, que hasta el ánimo pregona,
que hasta las entretelas se caldean,
que hasta la piel se levanta,
que hasta el vivir se alienta,
que hasta tú me cantas.
Contigo, Madrid, contigo mimé este ritual del sueño
escrito en lírica de “p´allá”, por si advocación trajeran,
contigo, con quien brindo en tu idioma de trajín y buen lenguaje,
conmigo con quien hueles por vez primera el mastranto
y te enfrascas en la armonía de un regajillo,
en el sabor de una tarde de trilla y era,
en la placidez de un domingo bajo la sombra de un aromo.
Contigo saco pecho y brindo,
por ti, castellano atrevido, por ti mimo ahora
los semáforos, las torres, la bruma, el chotis,
los atascos, las movidas, la nieve de algunas veces y los fríos.
Por ti, como si no quedaran más,
como si tú y nosotros hubiéramos de prolongar el futuro
con estas mimbres de devoción y Peña
que nos sirven como únicos recursos, por ti, contigo,
contigo, alumbrador, contigo acogedora madrileña.

¡Ea!, hágase de paz de cortadillo
la nota nueva de la noche,
un compás de enseres y de melancolías
el vicio este de acogernos al mejor milagro.
Tú y los riscos ardiendo, nosotros y la adversidad,
Nosotros con el alba a cuestas,
Con la cuesta en los pies y la mirada en Ella.

Para llegar a respirar, para no importarnos desmayos
Ni epilepsias. ¡Ea!, Madre, la paz, tu paz, en esta declinación de soledades. Tú, y los ojos grandes,
Nosotros con la necesidad siempre de la candela.


Mas qué haremos con el devenir; a quién encomendaremos las premisas que a nosotros nos han valido; a quién, que lo estime, dejaremos los trastos de esta historia recorrida y escrita con tanta pasión. Para qué lugar nuestros huesos, para qué santuario nuestra alma. A qué remedio valdrá la pena acogerse para sintetizar tantas convulsiones de vida.

Esto era orden de felicidad. Será continuar dejando herencias. Aún somos tropel de juventud, mucho queda por resollar, mucho por sobrevivir y más por amar, pero vayamos preparando el testamento.

Dejar en sus manos la fe, en sus consuelos las vivencias. A ellos, los hijos de este ciclo peñero dotarles de anhelos y de humanidad. A los de aquí, que solo se van cuando es abril y a los de allá que tienen los dones cercanos en las ambrosías de la sonrisa.


A ellos, cómplices ya de este gozoso deber de hermandad y alegoría, porque seremos parte inseparable de la memoria acuñada a la Madre Peña, porque de aquí salieron deseos y se cumplieron mil realidades, porque giró la vida en torno a una devoción rescatada para unos y descubierta para otros.

Dejaremos localizados los sentimientos sin temor a pérdidas. Allí están los nuestros, diremos, allí, junto al bendito cerro que adora el peñón, en aquella imagen singular, están nuestros mejores sentimientos, se trata de Peña.

Nada anodino, mucho de pasión, la fogosidad del sur, la tenacidad de Castilla, el pan de abajo, el equilibrio de arriba, la suerte que se busca, la felicidad que se aparece, el consejo, la satisfacción, un coro de voces aprendiendo mensajes, un hombre jubilado que se queda. La seducción de Madrid, la aventura hecha vida en una consolidación de intereses espirituales solo movidos por la humanidad. Madrid, este Madrid, a veces tan opaco y tan inmenso, deja la huella indeleble de la hospitalidad, y por él nos quitamos el sombrero. Que bien sepáis amigos que a esta tierra noble y grandiosa debemos el digno respeto y el más digno amor.

Por ella y por todos sus ciudadanos y por vosotros que vinisteis a mejorarla y hacerla aún más dulce y más gloriosa. Os quedará la dicha de esa contribución.


Hoy quiero echar un pulso con el alba
estar versando en ti hasta que la oscuridad
se muera y sea cegadora
la primera luz de la alborada.

Hoy reto al tiempo que encarcela
las emociones sentidas, tan amargas
cuanto de más pesados se me hacen
los días que me ocupan la distancia.

Hoy, si por mí fuera, fundiría los plomillos
de las luces que encienden la mañana
y tiraría al mar los faros
y rompería del sol sus dentelladas.


Para que a bien la noche hiciera
tienda, alcoba y almohada
un pliegue de luto en tránsito el tiempo,
un invento de neón
en los grises claros de la nada.

Haría con migas de pan, estrellas,
sombras con luciérnagas de plata,
luz haría con el brillo de tus ojos
espumas con anémonas del agua.

Para retar, al Dios que ordena
y en estos andurriales manda,
tomaría su poder
y le haría tan humano
como humano es mi deseo de esperanza.


Tomar la vida con vicio de apogeo
y en ella disponer, que si hace falta
perdure más lo que se logra
y se pierda lo inútil que no se aguanta.
Haría, en mi pulso con el alba,
solidaridad de amigos,
entrenos para ser mejor,
y alguna vez me colgaría
de la primera mueca de tu cara.
Esperarte haría, mil esperas; el infinito
pondría en el orden de la calma,
un poco de paz en cada mano,
la insolencia en la basura
y la vida en la cabecera de la cama.


Haría mares para anegar y candelas
para caldear el frío de alguna mirada,
la traducción de un beso
en los ojos que nunca vieron
la ternura de una lágrima.
Haría pastores de caminos, legos
en peregrinar, abetos de sombra larga,
muchedumbre de jarales
y romeros portadores
de alientos y de templanzas;
el eco haría con voz más fuerte,
con más genio los gemidos,
con más corazón, con garras
de trascendencia las razones
más solícitas, que la ocasión
es propicia para cuestiones del alma.

Un pedestal haría para santos, para santas
de estos que en lo cotidiano
convierten lo malo en bueno
y todo lo bueno ensalzan.

Un pedestal de emociones completas,
de alegrías tan nuestras como esperadas
donde cupieran los humildes
que nunca llegaron
a mirar a Dios de cara a cara.

A esos que brindan la vida por una idea
y son perdedores de siempre, trápalas
dirá la historia, ajenos a la codicia
y del orgullo perdidos
y con los sueños a las espaldas.

Haría cortadillos con el reflejo del alba
de aquellos que mil abuelas en tardes de soledad
hacían junto al brasero
mientras sus labios rezaban,
y el abuelo consumiera
sorbo a sorbo la manguara.
Un camino, una consigna, un pueblo, una oración,
una travesura, en esta tarde de creencias marianas,
para traer peñasco, Peña, Puebla y tradición
a esta Camarena tan cercana.
A estos benévolos pies, a los nacidos,
a los que esperan que otros nazcan,
a los recién llegados, a los que por llegar
están, a los que nunca llegaran,
a los que aquí pagaron con vida
el deseo de progreso para sus gentes
y a mitad de camino su fuego se apagara.
A esos quiero llamar, en este pulso de envite
que he propuesto con el alba,
a ellos que tanto vieron, que tanto amaron
que entienden de firmamentos y estrellas
de saber romper la lezna
y de saber arreglarla,
a ellos que saben que los pregones se escriben
día a día, noche a noche,
sin miedo, sin vanidad, sin aplausos, con agallas,
con el corazón que late en el silencio,
con la fe que hace temblar las manos,
con el sentimiento en Ella puesto,
y en la madre, en los hijos, en la tierra, en la hermana,
en los rochos, en la mina, en el costado,
en la más mínima expresión
que de la cuna me traigan.


Apuesta que gano y guardo
como la gloria guardara
en esta tarde sublime
que al reto se me atreviera
de ganar la luz del alba.
Y con el alba ganado
sordomudo, cantor, pintor o espátula
a ser cosario de inquietudes atento vengo;
aquellas que he de traer
y aquellas que a buen seguro me llevara;
emociones, franquezas, la mano, el beso,
una lista engrandecida de agasajos
para desparramar por la comarca
que alisen complejos y llantinas
y aplaquen lo que de ansiedad quedara;


llevar en un puño la vida
con lo que aquí se atisba y quiere
con todo lo que aquí se siente y ama,
con las suculencias de esta amistad
que a veces se antoja rica pero lejana,
con la animosidad tan afable
de una mujer que se ha ganado
la suerte de ser en esta ceremonia la espadaña.
Cenicienta de la Peña eres tú.
Hermana mayor, generosa Fernanda,
tú, con tu embajada de afectos,
desde la piel repartidos
a cuantos de allá te queremos
a cuantos de acá te halagan.



Tú, esa puerta que se abre
para nunca ser cerrada,
la flor de cobre que reparte
solamente una mirada
y queda escrito el mensaje
de la amistad y cariño
tuyos y de toda tu casta.
Ole tú, embajadora, ole tu merecimiento,
ole que te corresponde
en este lugar tan ancho
decir que tu paz agranda,
que tu corazón es como un mar
que a los vientos le discute
y a las tormentas aplaca,


y todo con esa voz tan graciosa que te sale
de tus profundas entrañas
y llenas de amor un hueco completo
y eres capaz de llenar
el universo entero si se precisara
porque p´arriba mides poco más de un metro
pero tienes p´abajo más de una legua enterrada.

Por eso decía tu madre

que se evoca en el recuerdo,
que tu corazón no cabía en una tinaja.
Ánimo mujer camina con la firmeza
por el deber de muchos progenitores
que cumples hoy con elegancia.
Por ellos, tus amadísimos padres,
Pepe y Romana,
por ellos y por tus abuelos,

y por tus hijos que empujan
como si fueran mulos de carga,
y por Ramiro, pelo blanco,
resumen de tus complacencias,
compañero de esperanzas.
Por ti mi verso, cenicienta,
por ti y por Peña, las dos en este trecho juntas,
las dos juntas en esta fragua
de deseos, de calor, de entregas,
de locura y devociones calladas.
Por ti, por Ella, por todos,
por aquella tierra madre,
por esta tierra tan sabia,
por la fuerza del pasado,
por el presente, por el devenir,
por la vida, por el todo que nos une
por el nada que separa.

En una mano el amor

y en la otra tu sonrisa

regalo de huerta grande,
en uno de aquellos albas.


El peñón anima a la bajada, delante, el pozo con sed, la mar a lo lejos pendiente, los hombres llenos de eternidad hacen acopio de rezos, relincha el caballo por última vez, se inclina la cuesta y es de noche. Queda poco, un camino angosto y dulce , Peña se ha llenado de silencios, ahora rumia sus propias vivencias y calla su humano gozo. Luego se sentará con Dios en conversación de familia y le contará los asuntos del día con la baba cayéndosele por los labios.

Es el final de esta etapa pero mañana será otra vez el inicio, la encarnación de los sentimientos habidos, mañana otra vez el alba. Hoy en este anuncio preside un algo común que nos trajo, la sutileza de lo tenido y nunca dicho, el hambre de pudor que nos remite al secreto, mañana la embajadora Fernanda se agarrará a la vara que portan también sus padres para que no desfallezca, pondrá rumbo a su fe y dará riendas sueltas a sus sueños y comenzarán las realidades.


Háganse gritos los susurros, concordia los odios, calma las tormentas y que perduren en esta culminación las voces buenas del alma.

Háganse credos, háganse Madre, háganse de piedras los enjambres, de infinito las tardes de abril, de Peña los corazones y de altares las miradas. Háganse mil vivas de adoración a Peña, mil evocaciones, mil Peñas seguidas hasta que el cansancio nos duerma y empecemos a soñar que es nuevamente abril y despertemos reinventando un amor y un alba.



Ramón Llanes Domínguez.
Madrid, 08.04.00.

No hay comentarios:

Publicar un comentario