A VECES, LA
TORMENTA.
Tú,
como yo,
has
oído rechinar los claroscuros de la tarde
desmembrándose
de miedo, sin miedo,
con
los atisbos del trueno fugándose la luz
por
rendijas de coladores de aire,
temiendo,
quién sabe, apagones eternos
o
adioses de premura.
Porque
la insensatez hecha vicio de la tormenta
se
prodiga en mayo,
a
pesar de los sueños de crianza
en
los sequedales mustios de la tierra;
a
nada se acostumbra el clamor del hombre,
sí
la montaña; ni el pastor rememora la anterior
ni
se detiene en vagas y tristes sensaciones.
Viene,
a veces, con reino y tambores, la tormenta.
Se
trae estéreos de primera marca
y
vocifera como medrando atenciones,
cansa
las somnolencias y asusta.
Se
trae vientos de mares inexistentes,
aguas
de los grifos ocultos
y
arcos para los iris de todos los colores,
así,
en señal de regalo por tanto desalivio.
En
minuetos sofocantes,
elevando
hasta la última corchea su fuerza de altura,
acrecienta
en valor su poderío,
va
de altiva, pérfida y lozana
por
los lacres temblones de los árboles,
sin
permitir valentías;
va
y no parchea sus agujeros ni pone
en
fila los álamos caídos ni mira atrás
ni reconoce amistades o paisajes.
Va
y viene a convencer de destrucciones
que
nunca alega.
Morirá
en una cama de pocas brisas,
cansada
y artrósica, con edemas de afonía
y
falta de equipajes y epitafios, la pobre tormenta.
Ya
no vienen tormentas como antes,
dirán
ajenos a los pies de ella,
para
el cumplimiento de los ciclos tácitos
en
la agitación de mayo
y
para que los animales corran
a
ningún refugio y los ánades se arrepientan de haber venido.
Antes
se apetecían en mordidas y miedo,
antes
nunca se resumían en una tarde.
Las
tormentas de antes -seguirán diciendo-,
arrasaban
todas las maldades
y
dejaban limpios hasta los pensamientos.
Tú,
como yo,
estamos
en la misma armonía cósmica de la tormenta
inventando
cada cual sus condiciones.
Siempre
ella nos podrá,
siempre
nos convencerá de la existencia del respeto
a
los titulares de los espacios profundos y celestes,
sin
otra necesidad que la procura por la adaptación.
A
veces,
la
tormenta es ronquido de cíclopes
o
vírgenes malditas,
otras,
canto
de tenores en conciertos universales
y
siempre,
resabio
de ateridos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario