DIÁLOGOS SOBRE LA TIERRA
No empezaremos por el principio. Cuando aparecimos en este
descampado estaba todo a medio hacer, ni semáforos ni cortinas ni costumbres,
una imitación burda de una realidad buscada; los hombres crecieron en
proporción al lugar de nacimiento y trajeron el color de los continentes, los
pájaros eran libres, el agua estaba suelta y los árboles inundaban casi todos
los territorios sin límites a su poder; incluso los volcanes rugían y soltaban
lavas ardientes a capricho, ocupando espacios y destruyendo ambientes. No era
esto el paraíso.
Con la voz de mando de los hombres, se colgaron los rieles,
se hicieron los caminos y se promulgaron leyes acordes con las órdenes
necesarias para dominar la tierra. No preguntaron el tiempo que llevaban los
árboles ni la edad de los mares, construyeron mares y cortaron árboles,
sembraron flores y aniquilaron especies, no era correcto dejarse invadir por
razones malignas que perjudicaran la faz que se había conquistado.
La tierra tiene ese aire moderno y dúctil que la hace más
bella, ha ascendido en prestigio en el sistema planetario y es respetada en las
constelaciones. Ninguna más altiva y mejor cuidada que ella, la tierra goza de
todas las excelencias y de todo el glamour de los hombres. En poco, con unos
retoques en los ojos, un vestido para ocasiones de lujo y una luz que le
ilumine el contorno, estará acabada para la felicidad de sus creadores. La mano
y la inteligencia del hombre han moldeado una figura artística en la tierra, un
lugar perfecto para vivir, a cambio de nada. Cuando el universo pida
explicaciones consentirá otra catástrofe o acaso la llevará al otro extremo
para librarla de experimentos humanos.
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