EL HOMBRE DE PAPEL
Se abrió aquella enorme puerta y los goznes
sonaron a rigidez y óxido. El silencio se despertó asombrado, las ramas se
hicieron notar en los árboles preciosos del prado, el mundo empezó a ser otro.
Había llegado el hombre de papel a retirar la malversación y los enredos que
tanta pestilencia dejaran los gerifaltes en el ambiente puro de un paisaje sin
mancha.
El hombre vestía
de muchos colores, como un payaso; reía enseñando una dentadura que parecía de
cristal y hablaba en tono alegre y distendido. Venía cargado de escrituras,
libros y cuadernos, y los niños acordaron llamarle “el hombre de papel”. Era
una especie de mago que se tragaba las hojas de los libros, bebía aguardiente
de azúcar, cantaba canciones en un idioma que nadie entendía y tocaba una
guitarra de veintidós cuerdas. Acaso pareciera fantasma o diablo, la multitud
le aclamó como a un salvador, le engrandeció en honores, le fue asignado el
mejor palacio y le dotaron de poder, de todo el poder posible que la comunidad
poseyera.
El hombre de
papel no hablaba la lengua nativa, no conocía sus costumbres, no entendía las
formas de convivencia y rechazaba cualquier sugerencia que se le hiciera.
Promulgó sus leyes, impulsó sus caprichos a través del grupo de adictos que se
le sumaron a la pleitesía y dominó un mundo nuevo hasta el maltrato, en todos
los órdenes.
Aquella
comunidad no pudo huir y quedó hundida en una desolación imposible de vencer.
El hombre de papel, salvador y mago, rige su destino desde la soberbia y se
jacta del poder conseguido, convirtiendo su reino en una sombra de lo que
fuera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario