VELADA CENTENARIA
Corrían
tiempos de bonanza en los inicios mineros, cuando los hombres trabajaban de sol
a sol para llevarse pan a bocas tristes por la especial hambruna que asolaba la
vida. Aluviones de aventureros en la búsqueda de otra comodidad se acercaban al
reflujo de la mina. Era andancio constante en el Andévalo, comenzar en una
vocación nueva restituida en la contemporaneidad y abrazadora para los entonces
habitantes de todos los mundo cercanos. Comenzaba otra vez el esplendor que los
fenicios le dieron y Tharsis se resolvía en futuros esperanzadores. A Ernesto
Deligny se debe el hallazgo.
De
allí a los carros transportadores con mulos y a la petición de un descanso
merecido en medio de una sofocante labor cotidiana de minerales. Por agosto se
concedió el premio y los muchos habitantes celebraron con gozo en 1898 el
primer regocijo que sería embrión para restaurar la Velada en Tharsis. Empieza
la historia con esa cara de fiesta, el trabajo se aparcó por poco rato.
Con
la mina se venció la tristeza de la miseria, significó horizonte sin medidas y
logros a corto plazo que alimentaron las bocas desacostumbradas al diario
menester. Acaso también la incipiente Velada que se hizo mujer entre zafreos y
escoriales puso cota de felicidad a los suyos. A los mineros, entonces de
galerías, luego de estrellas, les valió media docena de placeres conseguidos
por una reivindicación laboral a tono con la disciplina austera de los tiempos.
Ahora
se fundamenta un recuerdo nítido a los progenitores de la idea porque de dos
copas y cuatro cantecillos de taberna fraguaron, sin querer, un reino que
duraría al menos cien años, hasta aquí; con la fuerza que se le avecina porque
los filones no están en agonías y las malas rachas también se superan. Es
Velada Centenaria que no es poco y suenan voces de aclamación por los restos de
tartessos y las salomónicas identidades que le dieran empaque bíblico.
Ya
con cien años cualquiera es viejo pero a los pueblos un siglo les rejuvenece.
El caso es que se comienza a celebrar con la grandeza con que se descubren las
cosas pequeñas para los ciudadanos humildes. Ya sonó el primer clamor en
Tharsis con eco de reto, ya se apuesta por lo
más
grande y entre todos se deshilachan de tiempo para arrimarse a los umbrales de
bienestar; se quieren solemnes en la consagración del acto aunque tímidos en
los gestos, se anuncian traje nuevo, camisa blanca, corbata y sosiego, a compás
del sentir. Compaginando en el almacén del alma el trajín de todos los días con
un hueco ritual para los bailes, imprescindibles en la armonía de la razón de
la fiesta.
Es
la hora de Tharsis, otra vez, sin pesares, con calmas y prisas, acercamiento a
los roces con la vecindad, a los que vienen de cerca y de lejos, a los que
llegan para conocer y a quienes desean seguir trabajando mientras los demás se
divierten.Es hora de Tharsis con la novedad única de una Velada Centenaria.
Ramón Llanes. 1-7-98.
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