ENTENDIENDO AL OCASO
De esos atardeceres sometidos a un
tiempo surgen los límpidos ocasos, de esos que remedian no se sabe cuántas
locuras. Mirábamos el sol correr por las llanuras de la mar, aterido de
cansancio, sin prisa ni ganas de llegada, sin agonía escrita ni parsimonia
flemática; mirábamos las últimas tendencias de la tarde, eran miradas de culto
que no emitían más que sorpresas de admiración por tanta belleza y mirábamos
los minúsculos riscos de la playa defenderse de la primera oscuridad y hasta
nos mirábamos nosotros desde el placer.
Acontece el ocaso diversificado en la
teoría de la naturaleza, corresponde marcharse y poner un punto y seguido al
ciclo, ha sido un día, han sido horas de tarea preciada calentando esferas
húmedas, criptas barrocas de iglesias solitarias, ha dejado en el suelo los
alimentos para el espíritu. El sol, que es la luz al por mayor, no simula tanta
riqueza, la extiende y la regala.
Aún en el prodigar de la dormida, los
reflejos mimarán las crestas altas de los árboles, de los edificios altos, de
los altos pensamientos, hasta darles las cuantas perlas que son necesarias para
la prolongación de los efectos de la luz a pesar del ocaso. Ni nosotros ni la
tierra entendemos al ocaso.
Creeremos que cada pérdida de la luz
habrá de ser un sufrimiento o que no debería tener fecha de caducidad esta
vigencia. Mas la noche no entorpece la vida, que la hace a otro antojo, que la
remansa y la descansa, que la divierte en tono negro y luces inventadas. Esta
historia de emblemas de universo acapara una atención plácida, de plácidos
humanos que se han puesto a mirar y mirarse en la emoción de un precioso ocaso.
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