LAS LUCES DE LA MARISMA.
Constantes
las claras sombras de los juncos, cohetes del agua, dispusieron criptas y
coronas de velas, enredaderas de brazos, anoche para rociar de rocío ojos
lánguidos, ojos inocentes, ojos incrédulos, devolverles una esperanza, quizá ni
una esperanza solo un gesto aprendiz de esperanza, o quizá ni eso; constantes
las reliquias de oraciones que se perdieron sin temor en campos de arenas,
venidas de otros equinocios al valle de la paz; constantes los rumores de Ella.
En
una credencial de luces de marisma, estampas antiguas, con bueyes sobre ríos,
caballos negros, hermandades. En la misma credencial, presencias nuevas,
avisadas por entes y espíritus buenos, confabulados con la dinastía del plasma
envolvente del Rocío. Han venido, lo sé, se tornan peinecillos y guitarras,
pero sueñan marismas milagrosas y trotan del cuerpo al aire como jinetes con
alas. Han venido a sentir, qué se siente, a comparecer y meter dedos y razón en
las llagas de la verdad y cayeron, sin remedio.
Anoche
era cielo la marisma. Cielo con ángeles de corto, vírgenes de mantilla,
misericordias de campana, cálices de rebujillo y preces por fandango. Un cielo
sin metáforas, capaz de empujar cuerpos a la gloria.
Anoche
se quedaron bizcas las convencionales estrellas, brilló una luz cegadora
anunciada por el mismo grito. Y Rocío se hizo a la mar del pueblo a dejarse
mecer.
Otra
vez, si se acobardan las luces en noches de marisma, no será que el cielo se
aleja de la tierra, más bien que se besan. Y otra vez, si como anoche, los
hombres lloran mojando la arena, será que son posibles los milagros. Y será que
el precio del cielo baja hasta las manos de los más necesitados y será que los
afligidos y también los potentados y los enérgicos y los mediocres podrán
concederse las dichas rocieras y sumarse a los puntos de una salvación de aquí,
tan cercana como el propio agua o la propia tierra.
Albricias
de honor y loa para la constancia de paz, mientras duermen en el Rocío los
últimos potros y los caminos se hormiguean de peregrinos con la tristeza de la
vuelta.
Ramón Llanes 27-5-98.
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