DIQUE PINO
Los estériles grises de la tierra y del tiempo protegen el paisaje de un antaño que fuera polisemia de espacios, ardor de humanidades y lagar de agua para el sostenimiento de talleres y calderas; y allá, a la inhóspita lejanía, solo hecha para ruidos y trenes, acertaron a formar convivencia quienes llegaban de lugares vecinos en busca de tarea para sostener la vida propia y de los suyos; y entonces formaron una acera al lado de la orilla del dique, hicieron del ejido una altura de estancias, vivieron sus habitantes una placidez plena con la música de fondo de vagonetas, maquinarias y grandes camiones de la mina. Se nos apetecía a los niños escaparnos a la aventura de “allá abajo” -como era conocido- a contemplar lo inusual y romántico que se sintiera en sitio sin cercanía de plazas, del cine, del casino o de la escuela pero con un aliciente mágico donde el agua ponía sus bellos distingos y las gentes prestaban atención, locuacidad y sentido hospitalario; se resumía la excursión en el saludo y en un baño -en época estival- en el dique que le concedía al entorno un escenario de película. Mientras volvíamos nos incluía la salvedad de la mina dejarnos reflejados un rato en el espejo del dique y otro rato en los gigantescos descargaderos que el progreso montaba en los eriales. Suculenta estampa que creció sin anemias de vida en el Dique Pino de nuestras admiraciones¡.
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