EL NIÑO Y LA GUITARRA Llegaban las horas espesas al reducto de la casa y se ponían las luces brillantes de tanto
ambicionarlas, se dibujaban los juegos del niño en la pared despierta, –todas las paredes
estaban despiertas– y se vio al niño en llanto de emociones cuando le llegara a las manos la guitarra. Empezó a sonarla, la acariciaba con su
ternura, la durmió en su almohada. El tiempo le enseñó las notas del fandango y pronto se distribuyó la vida del niño con las palabras que le anunciaron cantes. Todas las tardes, todas, el niño se
precedía de encantos con la guitarra. Así, aljibes de músicas, entre la templanza
del ganado bienestar, el niño se hizo más niño y no crecieron las cuerdas y creció su armonía de inquietud. Ramón Llanes
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