LA PACÍFICA INQUIETUD DEL
CAMINANTE
El tiempo nos llama a
urnas otra vez con idéntica vehemencia, con la obligación que pende
del derecho a ser ciudadanos, con la intrépida voluntad de quienes
tienen más rato la sartén que el deber, con la impotencia de poder
montar una rebeldía general para hacer una limpieza importante que
incapacite a quienes no saben y que elija a quienes acrediten valía.
Los tragos pasados en estos casi seis meses por estos pacíficos e
inquietos ciudadanos de a pie, obligan a pensar que no se entiende
por qué no se ha sobrepasado el nivel de la paciencia, por qué no
es más general el estado de cabreo y por qué no ha puesto la ley un
molde normativo y ético capaz de impedir una prolongación tan
insensata e ineficaz a la inacción de los gobernantes.
No deberíamos admitir
que volvieran a las papeletas los mismos de antes, sobre todo los
cabecillas que se mostraron inocuos para resolver el problema; no
deberían acudir los partidos con similares idearios cerrados
creyéndolos imprescindibles para la salvación de la patria; no
deberían existir esquemas fijos, sueldos eternos, prebendas,
beneficios y privilegios que llamaran tanto a hacerse políticos de
profesión. Mil premisas más podríamos inventar en esta tarde de
mayo cuando lo menos que nos apetece es saber que entramos en campaña
y tendremos que volvernos a hacer eco de las mentiras hasta creerlas,
que tendremos que desembolsar un pico de dinero que no tenemos y que
seremos unos malditos si no pensamos como ellos en la necesidad del
voto. Personalmente hubiera preferido que se hubieran jugado el poder
a los penaltis.
Ramón Llanes. 3 de mayo
2016.
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