POEMA
POR UN ADIÓS.
Un
corazón perdido, mueca de hombre,
viaja
por el angosto paraíso de lo imposible,
se
adentra en la desesperación de un absurdo,
se
ahoga en su pensamiento
cuando
el vicio de amar se le acaba
por
inacabado, por sordo.
El
lunático travieso, feliz en cementerios y avispas,
sucumbe
en su dolor,
se
hiere en agonías de olvidos
y
sueña que se va de los campos de besos,
del
amolar, al destierro del asfalto;
nota
marcharse las fuerzas de ayer
cuando
no respondiera con su voz
a
la llamada del alba,
al
despertar diario de la amada
en
golosa armonía de ansiedades.
No
sonarán por el cable las pasiones y las risas,
ni
los cuerpos irán al abrazo,
ni
las complacencias se vivirán
con
los ojos prendidos, ni habrá alimento
capaz
de taponar este hambre de caricias.
Ya
nadie escribirá nombres en las paredes
con
tinta frágil, nadie se esconderá por las esquinas,
nadie
andará tejados azules
con
reflejos de luna,
que
ya ni siquiera habrá luna valiente
que
aguante el premonitorio adiós ya dicho;
y
a nadie se pedirán citas de potos colgantes
y
conqueros; a nadie se remediará
con
tanto padecer, para nadie será
el
hueco blanco de la esperanza.
Se
apagó la vela inapagable,
el
hilo se partió en dos pedazos
uno
de orgullo otro de turbación;
a
nadie se mandarán disculpas por desoir el amor,
nadie
pecó por culpable, nadie por agobio,
nadie
por desatento,
nadie
sabrá más tarde
la
sinrazón de la herida.
Un
trozo de pretensiones se muere
falto
de opulencia,
nadie
echará de menos que algo falta de ternura
y
mucho sobra de calamidad;
nadie
dará cuentas al alma de su agonía
para
premiar el error,
a
nadie juzgarán por consentirse tanto al olvido
y
el mundo cursará motivaciones y órdenes
como
si nada se hubiera roto desde la luna.
Apenas
el arcoiris de otoño
se
pondrá lazo de luto,
tristeza
el carril de cieno,
pena
el jaral;
y
una angustia eterna nublará las miradas
por
cada vez que dejen de mirarse los amantes.
Algún
viento, sin culpa ni piedad,
se
tragará los sueños
y
otro arrasará con el recordatorio
escrito
en el aire y en la piel;
hasta
el terco tiempo querrá poseer su herencia
en
una consola apolillada
por
su malhumor, por su intolerancia.
Y
sonarán cañones de batallas,
sables
de venganza batiéndose
entre
los bastidores de las persianas blancas
y
los escondites de la noche
para
justificar que nadie mató a los amantes,
que
habían muerto de amor
con
tres puñales de ausencias;
y
serán enterrados con estiércol de púrpura
y
cenizas de óleos
en
una fosa predilecta
donde
figure solo “los amantes”,
sin
lápida de mármol, ni nombres,
solo
el eco de la libertad entonado a coro
de
avispas en el sepelio.
Y
acudirán, seguro, las flores, el atardecer,
los
insaciables besos, los hijos de la luna,
la
perseverancia,
el
brillo de los ojos de ella
en
cristal con mancha de labios,
huellas
de él,
la
sombra, la paz que les hizo,
el
calendario de días compartidos,
las
verdades
y
un diccionario con todos los mensajes de amor.
Ramón Llanes.
21.06.01.
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