RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

jueves, 16 de enero de 2014

M IL NOVECIENTOS


MIL NOVECIENTOS.


Me temo que es hora lírica. Acudimos al jueves con ganas de comprar remos en el anochecer, para las singladuras del espíritu, para quedar absorbidos por la docencia del verso. El sitial es un ágape de olores, ha venido la mar, como siempre; comparece completa la vulva de anodimia, mil novecientos recuerdos ápodos, la paz pavera y los elencos de transeúntes que piensan en sonetos y gustan de escuchar el ritmo en la pedanía del lenguaje.
Un ángel del torrejón, sin adarve, sube a la luz, con mil novecientas estrofas suyas diagnosticando nadas y permisos, se hace la voz, se hace la imagen en el espejo, se hacen los moldes del asentamiento, está la mar, detrás, como siempre. El poli de turno, actúa de mediador entre nosotros y la palabra como queriendo encarcelarnos en ella, detenernos en una hora escasa para el poema. Nos dejamos.
Y presos, oímos lo que nos echen y balbuceamos versos entre sorbos, con ideas existencialistas y eróticas, con túmulos y vivencias, con regresos y ascensiones. Es la facilidad del ángel que nos transforma en querubines de “mentirijillas”, nos ofrece el premio de un cielo instantáneo en un lugar sobrecargado de emociones. Ratos para los marcos de oro que nunca colgamos.
Pudieron más los elementos complementarios que adornaron la escenificación: la luz semicaída, los desnudos en la pared, en apuntes de lápiz, la radio de principios de siglo, los libros esmeradamente olvidados, las mesas imitando literaturas, el espejo agrandando el espacio, el nosotros obsesivamente predispuestos a la escucha, la hora de la lírica y mil novecientas razones más para merecer la comparecencia. Y la mar, en un fondo oscuro, renunciando a la creación y dándole belleza a los extremos. Era la culpa del retén de poetas que no se dejan apagar los fuegos de la lectura o la rapsodia y se pierden tiempos en otras aceras para izar sus libertades de palabras y se empeñan en seguir construyendo foros de aguamiel de versos, asonetados, ambíguos, probetas o burlones. A todos se atreve la prosaica insolencia del escribidor.
Hay un lugar en la tierra donde los ángeles poetas bajan los jueves a medirse en los pensamientos y a soplar la tentación de hacer de la vida un poema. Acá, en mil novecientos.


Ramón Llanes. 25-9-98.

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