RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

domingo, 16 de febrero de 2014

SI SE CALLA EL CANTOR


SI SE CALLA EL CANTOR.



El amanecer viene al mundo sin desprecio. El cantor bosteza, atenuando la milagrería del alba, es boquerón el tiempo en sus manos, es fraile de clausura el primer brillo. Los gordinflones patos de la débil laguna han dicho que no son amaneceres como los de antes; de qué poco se quejan, qué mísero es el espacio. A ellos no les llegan las quimeras del cantor.
Traspasar el límite de lo útil lleva a la locura y en tal tarea anda el tríptico amanecer, a tres bandas como mínimo, enjaulado en roquedos y navíos, compuesto para el baile de los mosquitos y fielmente interesado en el comportamiento de balsa, que cae, sin caer, al precipicio de la noche de ayer en un despiste de su tiempo. Hace rubio el cabello, más rubio. Era sabido: el yodo, la cadencia del sol, la mar salada, los potingues. Y perdió la morenez en un verano de lobo antes siquiera que el cantor desoyera la plática del profeta a las puertas de la discoteca de la playa. Antes incluso de la salida del tercio primero de la tarde. Y se iba rizada y cómoda. Han venido a verte los jarrones del patio, las macetas de la ventana del norte, los sapillos de la charca grande, el pinzón del árbol nuevo, el estercolero de la bahía. Hace burbujas el cantor, entretenido en rabietas y griteríos, aquel “solo” le halaga en la aventura, se recrea en sí mismo con la pantalla del amanecer detrás para el escenario; lo han visto también reptar en sendas de papel, comiendo frutas de invernadero, besarse con las palomas del parque y sucumbir al calor. Esta vez no son las hormigas, es la miel, culpable. Solo sobra el cantor.
Vanidad aparte, el horno no estaba para bollos y ha sonado el aviso traidor que le requiere a su oficio. ¡Vaya, vaya!. Hará de todo menos lo suyo y los lastimeros que aún le creen, izan pancartas de gloria a un barro hecho migas que ni para un pastel sirve. Lo suyo es el canto, la mensajería del canto, la tonada, el pentagrama. Se troncha como hoja, en el paso del querubín platónico que no entiende de escolanías pero es capaz de retarle porque el cantor se ha vuelto místico y sudoroso, pierde la vena de arte en la pasividad, en el andén del berrido.
Es obligatorio el cantor, hacen falta el primer y último brillo del amanecer, que no desaparezca el tren en la salida, que haya sapos de andamios y mosquitos de charca, que sea cualquier cosa un tenor, en memez, acrobacia, chulería o pena. Y que el humo siga reptando anoviado por las paredes del crepúsculo pero que el cantor haya atendido al ruego de los serenos y ponga ritmo, voz y pecho en la sala contigua al día, sin callar.



Ramón Llanes 

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